Si la vida me da limones – Sobre las situaciones difíciles

Alfonso Soza Castillo

marzo 17, 2020

En la carrera  de la vida llevamos en el bolsillo un reloj de arena como compañero de camino, pero por desdicha hay una prohibición: no podemos verlo, sólo sabemos que un día caerá el último grano y ¿mientras tanto, qué? Ernesto López y Miguel Costa nos ofrecen un acercamiento científico-práctico de lo que básicamente afecta el día a día de nuestra existencia, el estrés. Y claro, no es una materia fácil de abarcar en unas pocas páginas, ni mucho menos presumir de agotarlas con un libro gordo de exhibición de estantería. Pero sí que esta obra, por pequeña que parezca tiene acumulada la experiencia de estos dos hábiles y frenéticos actores de «La vita è bella  1997, escrita, dirigida y protagonizada por Roberto Benigni», ¡ups!, perdón, quise decir «Si la vida nos da limones, hagamos limonada».

1. El estrés es necesario

Si se trata de cosas serias, pues allí vamos, se trata de los limones, que contienen ácido cítrico, y este produce acidez; pero con ellos se nos hace agua la boca de lo sabrosa que puede quedar una comida o una limonada. Y es que la vida es así, no hay vida sin estrés, más atrevido decir aún que el estrés es completamente necesario para el desarrollo efectivo e integral de nuestra vida, potencia, porque pasan cosas, porque la vida es un libro abierto de acontecimientos interminables en la cual hay una tregua ordinaria de desafíos, amenazas, peligros, acontecimientos estresantes, enfermedades, cambios significativos y otros menos perceptibles, ya que no somos inmutables, estamos expuestos a cambios constantes, quizás un poco más que las piedras.

Para ello debemos ser conscientes, descubrirlos, asumirlos y apropiarnos de algunas técnicas para afrontarlos. El problema es que las fuentes de estrés se codean con sus amigas las emociones y los afectos, y se pone en juego toda una maquinaria: huir con temor del peligro (miedo), inquietud ante el peligro (ansiedad), aquella angustia que oprime el corazón o hace que falte el aire, enfado, rabia.  Y claro está que tiene sus consecuencias en todo lo que haga, en el rendimiento, en el tiempo, en las relaciones de pareja, en el sexo, en fin, en todo.

2. Exponernos y confrontarnos

En el 2 cap. Se empieza con la historia del león que muere de sed y se enfrenta a su sombra en el lago para beber. Y por supuesto, es que hay que tomar las riendas, tomar cartas en el asunto, exponernos a ellas y confrontarnos con estas circunstancias directamente y con responsabilidad. Estas son las emociones, los recuerdos dolorosos, los pensamientos obsesivos que atormenten, las sensaciones de tensión y desasosiego. En otras palabras no quedarse lamentando por la oscuridad teniendo en la mano la vela y el encendedor de bolsillo, y saber que hay resiliencia, que es el momento y la oportunidad. Los autores reflejan el modo de afrontar la vida a modo de dos caballos cargados con morrales del mismo tamaño, uno con esponja y otro con sal, al pasar el río desbordado, el primero se llenó de agua y el segundo salió liviano por la sal diluida en el río.

3. Quitarse la piedra del no puedo no es fácil

No siempre es fácil hacerse cargo, muchas veces necesitamos de la flexibilidad de los juncos, para no quedarnos en el circo del elefante del no puedo. En cambio, la desensibilización o exposición no breve ante un estímulo inicuo hasta experimentar que la amenaza desaparezca y disminuya la ansiedad, incluso llegar al humor –rival del miedo-. Lo mismo pasará con los hábitos nerviosos y los tics y para superarlos se hace necesario anotarlos, prestar atención y tomar conciencia, practicar la respiración profunda y relajación.

Aunque por escrito diera la apariencia que todo se reduce a soluciones superficiales, estar dentro del problema se entabla una encarnizada lucha, un combate agotador, como el que canta Antonio Machado «en el corazón tenía la espina de una pasión; logré arrancármela un día; ya no siento el corazón». Quitarse la piedra no es cosa fácil… manos a la obra, exponerse y aceptar, como en un espejo explorando mi mundo propio puesto que la verdad del dolor reside en la verdad de la experiencia dolorosa vivida; por otro lado, la aceptación de la tristeza, el medio, la ansiedad y los recuerdos. De nuevo se hace necesario exponerse y observarlos con atención plena, aceptarlos sin juzgarlos, escribirlos, practicar la autoempatía ¡cómo no voy a sentir dolor! –como si lo hiciera con los demás- sin victimizarme.

En la misma línea de estudio se pone en consideración la función sustitutiva y mediadora de las palabras, reconociendo la poderosa herramienta del lenguaje en su función transformadora, sobre todo en los monólogos o diálogos consigo mismo, que no siempre son prometedores, sino fuentes de estrés «he hecho el mayor de los ridículos al atreverme a decirlo en la reunión» o los «deberías» o peor aún «debería», auto exigencias tóxicas que provocan niveles altos de activación y de ansiedad que pueden hacer la vida insufrible.

Es que no hay que definirse por las emociones ni por los recuerdos, no somos idénticos a ellos, son experiencias más. Si estos monólogos me conducen a le experiencia transformadora, me ayudarían a planificar y preparar los recursos necesarios. Como para todo hay que preparase por anticipado, reconociendo la vulnerabilidad, aceptando las experiencias privadas, subrayado oportunidades, las emociones positivas, las pistas para actuar que despertaran expectativas favorables.

Se da mucho hincapié a la comunicación adecuada como experiencia formidable para afrontar el estrés y la ansiedad. Todo ello cuidando la permeabilidad, la interdependencia, la reciprocidad, la coerción, como el pez en relación a la ostra. Comunicación que se hace productiva cuando aprendo a escuchar, donde no se interpone mi punto de vista, no agredo, muestro interés genuino con el lenguaje no verbal, se crece en confianza, se facilita la franqueza, no juzgo, evito interpretar, no ofrezco consejos y, todo ello, contribuye a reducir la tensión. De esta manera comunico empatía, esa libertad de sentir y decir lo que se siente.

4. Alcanzar la asertividad

Comunicarse con seguridad y firmeza es un beneficio del cual no todo mundo goza, al menos después de la niñez, puesto que hay situaciones históricas de vulnerabilidad: tal es la sumisión, la inhibición, que posiblemente un día explotará en explosión descontrolada. Los autores ofrecen una guía de autoafirmación, o bien, para llegar a la capacidad de que mi «sí» es un sí, y mi «no» es un no, y un «tal vez» es un tal vez, o decir, que si me respeto y respeto a los demás, pone límites además de los propios. Esto llevará a la asertividad.

Hablando de asertividad, después de definir mi situación de ser patrimonio de la humanidad único y exclusivo fundado en la propia dignidad y autoconfianza, debe definirse la situación como tal. En otras palaras, tengo derecho a ser juez de mi propio comportamiento, a no tener que justificarlo, a mis propias opiniones y puntos de vista, a cambiar estas opiniones, a discrepar, a interrumpir, a no tener que solucionar los problemas de los demás, a decir no a nuevas tareas cuando me siento sobrecargado, a esperar que no todos estén de acuerdo, a estar solo, a dudar, a equivocarme y cometer errores.  Esto y más como una herramienta necesaria para comunicarse con «mensaje yo», autoafirmarse corroborándolo con un lenguaje corporal adecuado: contacto ocular, posición erguida del cuerpo, de forma clara audible y firme, evitando un tono lastimero o de amenaza.

La comunicación se hace asertiva, además, ya pidiendo cambios de conducta, ya sea que la otra persona asuma sus responsabilidades, ya sea aprendiendo a decir «no», escuchando, pidiendo aclaraciones, valorando, expreso mi negativa, si se insiste utilizo la técnica del disco rayado,  no explicarlo ni justificarlo o pedir tiempo para pensarlo.

5. Critico, me río, me relajo

Por otro lado, afrontar las críticas que me hacen ya que pueden representar una importante fuente de estrés. Claro que al afrontar una crítica habrá que poner en práctica las guías recomendadas en la obra de relajación, los monólogos sobre mis derechos asertivos, la escucha atenta, mostrarme sensible a la dificultad, reconocer los hechos, pedir disculpas y aceptar responsabilidades, agradecer la comunicación de la crítica, mostrar compromiso de rectificar, entre otros.

Y qué decir sobre el enfado, la ira o la cólera que son emociones habituales cuando encontramos obstáculos que interfieren sobre nuestros objetivos. La hostilidad es otra fuente  de estrés y puede interferir en los procesos de comunicación y enrarecer de manera crónica la convivencia y el clima social de la familia, ésta no se puede afrontar adecuadamente sino hasta que va atenuando. Agregamos que tampoco podemos con todo, necesitamos de apoyo, ayuda mutua «contigo sí me atrevo», se deben compartir las cargas e inquietudes, para ello es preciso cuidar y regar las relaciones para que puedan crecer sanamente, dando su lugar privilegiado al reconocimiento.

Así como la vida está llena de fuentes de estrés también está llena de oportunidades de las que brotan afectos de buen humor. Es evidente que es un ejercicio muy fuerte porque indicará nuestro estado de ánimo, hacer memoria, cambiar de perspectiva «si el estrés es tensión, reír, sonreír es distensión», el ja ja ja que es ola que progresa desde abajo hasta arriba y relaja muchísimos músculos ¿de qué o de quién? Mejor aún ¿con quién? En fin, reír, reír juntos, reírse de uno mismo.

Las respiración oxigena y expulsa el dióxido de carbono, relaja, distensiona, permite la ampliación pulmonar, es por sí misma una experiencia de relajación. Si la palabra estrés se deriva del lat. Stringere, o apretar, atar, el lat. Laxare es soltar, aflojar, desatar, aligerar. Por eso la relajación es una fuente de conocimiento, de conocer mejor el tono de nuestros músculos cuando están tensos o relajados, es una experiencia de aceptación, validación y autoestima, aumento del tono parasimpático, facilita un afrontamiento más afectivo, mayor sentido de autoeficacia y de control,, mejora el estado de la salud, reorienta la atención.

Somos parte del mundo, entramos en un entramado de relaciones continuas con los demás, con los objetos, con nosotros mismos, con circunstancias. Y en este péndulo nos toca vivir de la mejor manera si así lo deseamos.

Alfonso Soza Castillo

Sacerdote de la Diócesis de Jinotega en Nicaragua. Licenciado en Derecho Canónico por la Universidad Pontificia de Salamanca. Colaborador del Blog de Paideia Católica.

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