La omnimisericordia – II Domingo de Pascua

Juan Carlos Rivera Zelaya

abril 18, 2020

Celebramos hoy el segundo domingo de Pascua. Por deseo expreso del papa san Juan Pablo II se instituyó en este día la Solemnidad de la Divina Misericordia. Un dato interesante es que, en la liturgia, también a este día se le conoce como el Domingo de Tomás. Esto sucede por la narración de la segunda aparición que hace Jesús en el Evangelio de Juan que será la que escucharemos hoy en esta narración.

Esta Pascua del ciclo A, la liturgia de la Palabra nos permitirá disfrutar del primer alimento de la Eucaristía, con textos tomados del Evangelio de Juan, a excepción del tercero que estará tomado del evangelio de Lucas: la narración de Emaús. Los textos seleccionados nos permitirán ir descubriendo el misterio de Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Los invito a tener presente este itinerario mistagógico que nos recordará el acontecimiento Pascual y nos preparará para la venida del Espíritu Santo.

En medio de las dificultades que ocasiona la Pandemia, la esperanza está puesta en el Resucitado. Veremos hoy cómo los cristianos debemos vivir siempre esperando en Jesús, confiando en él. Aunque a veces no entendamos, aunque a veces no comprendamos, aunque a veces tengamos miedo; el Señor nos dará su paz. Esta es la clave de la fe: esperar en el Señor – a pesar del miedo – para alcanzar la verdadera salvación, la verdadera paz.

1. La primera comunidad cristiana

La primera lectura está tomada del libro de los Hechos. Todos estos días de Pascua, volveremos a leer este libro que narra los primeros pasos de la Iglesia, cómo cumplió con la misión de anunciar la Resurrección. El personaje principal de este libro es el Espíritu Santo, y se narra cómo él actúa siempre en la comunidad y en cada uno de los cristianos. La acción del Espíritu es la que va conduciendo la vida y el actuar de la Iglesia, y es la que permite que se dé el anuncio misionero; pero, sobre todo, es la que da paz en medio de las tormentas.

Específicamente el texto que escuchamos en este día narra cómo los primeros cristianos vivían – animados por el Espíritu – el mensaje de Jesús. La comunidad cristiana se fue estableciendo con una forma de vivir propia que los caracterizaba en la comunión, la liturgia y el servicio a los demás. En definitiva, hoy la Iglesia debe estar más presta a imitar estas características. Ciertamente, el Espíritu sigue alentando la vida de la Iglesia, pero el pecado del hombre y su necedad a veces nos hacen sordos a las inspiraciones y ocasionan rupturas y divisiones. Hoy más que nunca es necesario volver a ser esa comunidad guiada por el Espíritu que muestra el amor a Dios y a los hombres.

2. Alegrémonos

La segunda lectura está tomada de la primera carta del Apóstol san Pedro. Muchos expertos en Biblia están de acuerdo que alguien se hizo pasar por Pedro, para darle autoridad a esta carta y poder animar a los cristianos en medio de las persecuciones. Independientemente de quién haya sido el autor de la carta, realmente hoy este escrito se vuelve alentador en medio de la situación en la que nos encontramos: una dificultad que provoca incertidumbre.

El texto nos anima a alegrarnos a pesar de las diversas dificultades y situaciones que tengamos que pasar. En definitiva, nuestra meta es la salvación que nos otorga el sacrifico redentor de Cristo en la cruz. La clave del obrar de Dios en el mundo es la misericordia. Dios más que omnipotente, omnisciente y omnipresente es omnimisericordioso: sus entrañas de madre (su misericordia) nos quieren conducir a la salvación. Por eso dio su vida para nuestra salvación, y por eso resucitó de entre los muertos, para darnos la oportunidad de tener una nueva vida.

En definitiva, hoy debemos recordar la gran misericordia de Dios. Su amor infinito ha sido mostrado a lo largo de la Revelación, y aunque a veces no entendamos los designios de su benevolencia, debemos recordar que aún todo pasa para nuestra salvación. Si hemos sido bautizados, si hemos recibido su amor, si comulgamos su cuerpo y su sangre; debemos desterrar de nuestro corazón el temor y la tristeza. Aún si es el momento de morir, debemos estar confiados de que el Señor nos estará esperando, porque, nuestra alegría es que Él nos salvará.

«En la vida y en la muerte, somos del Señor» (Rm 14, 8)

3. La paz

El evangelio de este día tiene muchos detalles que no pretendo abarcar en esta pequeña reflexión. Se podría anotar cómo el Resucitado pasa por la puerta, que es el octavo día, el don del Espíritu Santo que dio a los Apóstoles y el poder de perdonar los pecados, el hecho de que santo Tomás lo tocó, entre otros. Me quiero referir aquí a dos aspectos importantes: el primero el cambio – incluso a nivel psicológico – que ocurre cuando Jesús entra a la habitación donde estaban los Apóstoles; y el segundo, el dinamismo de la fe de Santo Tomás.

El primero es un hecho impresionante. Más allá del milagro de aparecerse o de atravesar la puerta, es el cambio que produce en la escena. El autor tiene la intención de presentarnos a unos discípulos atemorizados, encerrados, casi que vueltos locos por lo que les podían hacer los judíos. Estaban en una cuarentena por miedo a una amenaza, por miedo a la muerte. El Señor los llega a visitar a su casa y les lleva la paz: no es solo una tranquilidad y una evasión de la amenaza evidente; sino, sobre todo, de la paz que produce que aún en medio de la dificultad el Señor está vivo, ha vencido, ha resucitado. Hay un cambio radical a nivel espiritual y psicológico en los discípulos. El acto de confiar en el Resucitado les da la oportunidad de creer y evangelizar.

El segundo aspecto es también muy sugerente. Santo Tomás era un hombre muy práctico, necesitaba seguridad, comprobar y no le bastaba el simple hecho de escuchar el testimonio. Por eso Jesús se le aparece y hace que lo toque. Desde mi lectura, Jesús no lo regaña o reprende, simplemente sabiendo las características de este buen hombre; hace un esfuerzo más para presentársele. Este “esfuerzo” Jesús lo ha venido haciendo a lo largo de la historia, inclusive en nuestros días.

Yo creo que todos tenemos algo de Tomás en nosotros. Muchas veces hemos tenido que ver la acción de Dios en nuestra vida para creer, el Señor nos ha tenido que abrir los ojos y hacernos entender que Él nos acompaña. Ciertamente no se nos ha aparecido, pero hemos entendido que Él está presente entre nosotros guiando y dirigiéndonos. ¡A veces lo hemos tocado sin darnos cuenta! Realmente dichosos aquellos que creen sin ver; pero no nos preocupemos tanto, creo que el Señor nos conoce y él se nos “irá apareciendo” cada vez que haya dudas en nuestro corazón.

La invitación hermanos en este domingo es a confiar en la Misericordia de Dios que nunca nos deja solos. Él quiere acompañarnos en medio de nuestros miedos y tristezas, para darnos su paz. La paz verdadera consiste, en sabernos salvados en reconocernos amados por un Dios misericordioso. Que Él nos permita confiar más en su misericordia divina y nos regale la fortaleza para seguir cuidándonos y cuidando a los demás.

¡Cree y tendrás vida eterna!

Hch 2,42-47

1Pe 1,3-9

Jn 20,19-31

 

 

 

Juan Carlos Rivera Zelaya

Sacerdote de la Diócesis de Jinotega - Nicaragua. Licenciado en Teología Dogmática por la Universidad de Navarra - España. Fundador del blog Paideia Católica sobre formación católica

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