Estimados hermanos, estamos celebrando el tercer Domingo de Pascua. Aunque el acontecimiento de la Pascua fue celebrado hace algunas semanas, la liturgia de este día nos permite volver a centrar nuestra mirada en el acontecimiento más importante no solo del cristianismo, sino de la Historia de la Humanidad. De hecho, como lo veremos en esta reflexión, cada vez que tenemos la oportunidad de participar en una Eucaristía tenemos la experiencia de los discípulos de Emaús, la experiencia del Resucitado.
La vida cristiana es más que una vida intachable de preceptos y normas, que pueden llevar a actitudes moralizantes. La vida cristiana es más que una serie amplia de conocimientos teológicos y bíblicos, que pueden ocasionar una especie de nuevo gnosticismo y racionalismo. Con esto no digo que sea mala la moral y la teología, siempre y cuando tengan presente esto: la vida cristiana es la experiencia constante de un encuentro con el Resucitado.
De esta experiencia del Resucitado nos hablará las lecturas de este domingo. Esa experiencia y encuentro con el Resucitado se da constantemente cada vez que partimos y compartimos el pan de la Eucaristía.
1. Testigo de la Resurrección
La primera lectura está tomada de un gran discurso que San Pedro dirigió a los judíos. El libro de los Hechos de los Apóstoles utiliza estos discursos y los encontramos distribuidos a lo largo de toda la obra (cf. 1,16-22; 2,14-36; 3,12-26; 4,8-12 etc.). Estos discursos tienen una clara finalidad kerigmática (es decir de anuncio o presentación del hecho salvador de Jesucristo). Generalmente tienen una estructura muy parecida: parten de los hechos acaecidos en Jerusalén, si es dirigido a judíos aluden a las Escrituras sobre todo a los salmos y a los profetas, y presentan una invitación a aceptar a Jesús como el Salvador.
Una característica fundamental de estos discursos es que quien habla se presenta como testigo de la Resurrección. El acontecimiento de Jesús no se ha vuelto algo simplemente pasajero, un hecho anecdótico, una historia del pasado; sino que se ha constituido como una experiencia fundamental y transformadora en la vida del que habla. San Pedro – como el resto de los discípulos – se ha vuelto un auténtico testigo, que incluso dará con su vida testimonio de su propia experiencia de encuentro con el Resucitado.
La experiencia después de 2,000 años de cristianismo debe ser igual a la de los primeros discípulos. Los cristianos estamos llamados a ser testigos del acontecimiento de la Pascua de Nuestro Señor, no porque simplemente sea una verdad o hecho del pasado; sino porque, sobre todo, también se nos ha aparecido a nosotros en la Eucaristía. ¿Cómo puedo ser testigo de algo que no he experimentado, de algo que no he vivido, de algo que no he sentido, de algo que simplemente sé? La experiencia de San Pedro al dar el discurso es de un testigo ocular; ¡la mía debe ser igual!
2. Esta experiencia cambia mi vida
Aunque he dicho anteriormente que el encuentro personal de Cristo Resucitado es más que llevar una vida moral intachable y tener conocimientos teológicos y bíblicos; esta experiencia no excluye, sino más bien que armoniza la voluntad y la inteligencia. Es más, el encuentro con Cristo es una experiencia totalizante que envuelve no solo una parte del ser humano sino todo el hombre. En pocas palabras, no se puede decir que tuve un encuentro con Cristo Resucitado si vivo anclado en un hombre viejo, en el pecado y la muerte.
De esto es lo que habla San Pedro en la segunda lectura de esta liturgia de la Palabra:
«Compórtense con temor durante el tiempo de su peregrinación, pues ya saben que fueron liberados de su conducta inútil». (cf. 1Pe 1, 17-21)
La moral cristiana católica se funda en este principio soteriológico (de salvación). Nuestra vida – en el bautismo – fue unida al gran misterio de Cristo Resucitado: su muerte y resurrección. Por tal razón, solo desde esta perspectiva de salvación se entiende que debemos “comportarnos” con temor, apartándonos de las conductas inútiles que esclavizan y no liberan. Cristo ha pagado el precio de nuestra liberación.
3. Cristo Resucitado se me presenta en la Eucaristía
Pero, ¡yo no he tenido esa experiencia de encuentro personal con Cristo Resucitado! El Evangelio de hoy te abre la oportunidad para descubrir dónde encontrarte a Cristo Resucitado: ¡en la Eucaristía! Pero, ¡yo he ido a misa varias veces y no lo he visto! Quizás debas abrir mejor los ojos o escuchar antes a Cristo que también te habla en la Eucaristía. El camino de Emaús es eso, la explicación simbólica en una historia de lo que sucede en una Eucaristía.
Dos discípulos tristes por lo que había pasado en Jerusalén se encuentran de camino a un peregrino extraño y él comienza a explicarles las Escrituras. Cuando vamos a misa, escuchamos en primer lugar eso, la Liturgia de la Palabra. Allí el mismo Cristo, cabeza de la Iglesia se hace presente para explicarnos las Escrituras: se vuelve nuestro compañero de camino, pues nos habla constantemente, todos los días, durante toda nuestra vida. Dios nos habla en cada Eucaristía a la que vamos, ¿pero nosotros lo escuchamos?
Luego los discípulos le piden al Señor que se quede con ellos y comen. Ellos lo ven partiendo un pan y se les abren los ojos. Saben que todo el tiempo estuvo allí junto a ellos: ¡el Señor se hizo presente al partir el pan! Después de escucharlo, ardía su corazón porque ellos estaban atentos, y cuando se dieron cuenta, desapareció. Ellos tuvieron un encuentro personal con el Resucitado en la Eucaristía y por eso se volvieron testigos. Solo a partir de ese encuentro personal el cristiano se puede volver un testigo auténtico, e incluso morir por el Señor.
Hay tantos hermanos que van a misa solo como espectadores y no como discípulos a escuchar y estar atentos. Hay muchos que solo van por costumbre o por cumplir un precepto. Hay otros que van solo a “aparentar” que son cristianos. Pero yo discípulo auténtico de Cristo, ¿quiero realmente encontrarme con Él para ser testigo de su resurrección?
Espero que esta semana podamos vivir una Eucaristía con la actitud de los discípulos de Emaús, dispuestos a encontrarnos con Cristo para luego ser sus testigos en nuestra sociedad, hoy tan necesitada de una palabra de aliento en medio de la situación del coronavirus. ¡Feliz Domingo!
Hch 2, 14. 22-33
1Pe 1,17-21
Lc 24,13-35
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