¡Feliz IV domingo de Pascua! ¡Feliz domingo del Buen Pastor! Aunque la situación del coronavirus pareciera que nos va ganando, puesto que siguen creciendo el número de infectados, muertos y familias destruidas (sobre todo en América), la esperanza también va ganando espacios. Ya hay buenas noticias venidas de Italia y España está saliendo adelante. Muy pronto esta situación será vencida con la ayuda de todos y con la gracia de Dios.
La liturgia nos sigue recordando el misterio de la Resurrección del Señor, en esta ocasión ya con un acento distinto: nuestra propia resurrección. Se puede llegar a pensar que es un momento especial para exponer la llamada a una situación de vida que Dios hace a cada uno: un detalle que la Pastoral de la Iglesia no ha olvidado – y por eso celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones –, pero quizás nos puede hacer distraer nuestra atención del misterio central que celebramos en este tiempo: la Pascua de Jesucristo y nuestra próxima Pascua.
Verdaderamente el Señor nos llama por nuestro nombre: el es el Buen Pastor o la puerta, tal y como aparece reflejado en el texto del evangelio que vamos a escuchar. Pero el sentido no es solo que nos llama o que por él entramos al redil, sino para qué nos llama y qué hay en ese redil. ¿Por qué Jesús se auto-presenta así? Trataremos de responder a esas preguntas.
1. La llamada al bautismo
El domingo pasamos escuchamos la primera parte del discurso de san Pedro a los judíos que está en el capítulo 2 del libro de los Hechos. En esta ocasión la liturgia nos propone escuchar el final del discurso y les pido que prestemos atención a la acción a la que lleva ese «testimonio» del que hablábamos en el domingo pasado: el bautismo. Es interesante que después de todo el discurso kerigmático, se invita a la conversión (parte fundamental de la invitación kerigmática) pero a su vez, la vivencia del sacramento bautismal.
¿Por qué? El misterio de Jesucristo que se entrega se resume en una bajada del Padre (encarnación) y una subida al Padre (resurrección-ascensión) (cf. Fil 2, 6-11). Esta bajada del Hijo hacia nosotros también se dará a aquellos que amen al Señor e implicará una subida de unión con él, tal evangelio de san Juan: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14, 22). Esto nosotros lo conseguimos por medio del bautismo.
Efectivamente, el bautismo es el medio sacramental por el cual nos unimos a Jesucristo, debido a la efusión del Espíritu Santo. Solo introduciéndonos en esta dinámica trinitaria de escucha – conversión (bajada o negación del hombre viejo) – bautismo – efusión del Espíritu Santo – unión con Cristo – llegamos al Padre (subida u hombre nuevo). La vida eterna que se nos ofrece se da en y por el sacramento del bautismo, que es la puerta a la vida eterna, puesto que implica una unión o configuración con Cristo. Por el bautismo nos hacemos hijos del Padre en el Hijo único de Dios (cf. Ef 1, 3-6. 15-18).
2. Implica conversión
Esta unión con Cristo implica un cambio de paradigma: por eso el bautismo no es solo un rito de introducción a la vida eclesial y mucho menos solo un evento social para un recién nacido – o lo que es peor para sus padres –. ¡El bautismo es mucho más que eso! Los bautizados debemos revitalizar y reestructurar nuestra forma de vivir, nuestra posición ante las adversidades y, sobre todo, nuestra conducta ante las situaciones diversas de la vida. El bautismo nos permite vivir una unión íntima y total con Cristo, y que a su vez debe transparentar nuestra condición de auténticos hijos de Dios.
Por eso, la conversión no es – como muchos piensan – un cambio radical y absoluto de estructuras de pecado (que más bien parecieran estructuras moralizantes) en el sentido externo de esta concepción. Es más bien, un cambio de actitud sí ante el pecado, y más aún, ante las diversas adversidades de la vida. La conversión es, en definitiva, experimentar el amor de Dios que nos hace sus hijos en Cristo por la acción del Espíritu Santo. Es un don de Dios, que implica esfuerzo y respuesta humana, pero es don, en definitiva.
La invitación que hace san Pedro se entiende solo desde este contexto. Como hemos sido convertidos, debemos «aguantar y sufrir para hacer el bien», puesto que es una gracia de Dios. Es decir, solo en cuanto estamos unidos a Cristo, y siguiendo su ejemplo, podemos enfrentar las diversas situaciones de la vida. Los cristianos, los bautizados en el Espíritu Santo y en el nombre de Cristo, debemos transparentar a Cristo, somos realmente “otros cristos”.
3. La llamada al redil
El texto del evangelio de san Juan que escuchamos hoy se puede entender de esta dinámica trinitaria y bautismal perfectamente. Los estudiosos de la Biblia lo explican como el capítulo del buen Pastor, pero yo quisiera llamarlo el capítulo de la gran llamada. San Juan utiliza en este capítulo la figura de los pastores, corrales y ovejas; para explicarnos cómo el Señor es el que provoca esa unión entre Dios y los hombres. Esto se explica a partir de la “gran llamada de Dios a los hombres”, del buen Pastor (Jesús) a la vida eterna (resucitar) por medio del bautismo (la puerta) a sus ovejas (los que escuchan).
Cristo, en efecto, es la puerta por la que entramos a formar parte de su cuerpo (las ovejas que quieren vida). Formamos con él un único redil (la Iglesia – cf. 1 Cor 12, 14) de los que esperamos confiados en la resurrección. Este es el mensaje que nos da el evangelio: por la acción del Espíritu Santo se nos da la gracia en el bautismo de unirnos con Cristo para esperar una vida nueva. La voz del Señor (su palabra) nos está llamando constantemente a comer de su cuerpo y beber de su sangre (cf. Jn 6,51-58) para permanecer (cf. Jn 15, 4-5) y tener «vida eterna»: «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día» (Jn 6, 44).
En síntesis, Dios nos llama constantemente: a formar una gran familia de los salvados en Cristo Jesús. A esa familia se accede solo una vez iniciada la conversión (bajada) por el bautismo en el Espíritu, para ser hijos de Dios en el Hijo (Cristo), para llegar al Padre (subida), al ejemplo del mismo Jesucristo.
¡Feliz domingo!
2, 14a. 36-41
Pedro 2, 20-25
Juan 10, 1-10
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