El ciclo pascual de este año 2020 (Cuaresma – Triduo Pascual y Pentecostés) ha tenido un componente especial, dadas las circunstancias sociales que estamos viviendo. La crisis del coronavirus se ha vuelto cada vez más un drama, que está afectando ya ahora no solo a los países ricos, sino especialmente a los países más pobres. Y aunque el norte del mundo – especialmente Europa – comienza a saber vivir con el virus, aún no hay una solución que se vislumbre pronto para acabar con este problema.
Sin embargo, la fiesta que celebramos hoy nos recuerda una gran verdad, el fundamento de la esperanza del cristiano: “El Señor está con nosotros siempre”. Y aunque pareciera muy trillada esta expresión o como un cliché de cualquier predicación, la esperanza del cristiano debe estar fundada en esta verdad. ¡La voluntad del Señor es siempre la mejor!, y si nos dejamos acompañar por su amor, cualquier dificultad o prueba será vencida con ese mismo amor que es el Espíritu Santo.
1. Guiado por el Espíritu Santo
La primera lectura de este día es el comienzo de la segunda obra de san Lucas. Recordemos que este escritor sagrado tiene dos obras: el evangelio y el libro de los Hechos. Por eso la lectura comienza con esa mención a Teófilo acerca de su primera obra. Algo particular de san Lucas es que presenta a Jesús movido por el Espíritu Santo, aspecto que también subrayará sobre los discípulos y la Iglesia en general. Precisamente esa fuerza del Espíritu es la que aparece en el bautismo que les anuncia y el mandato misionero “hasta el confín de la Tierra”.
La vida de Jesús es un movimiento de salida de Dios y retorno a Él. Esto lo hemos explicado en las reflexiones pasadas de este tiempo. Este movimiento, sin embargo, no es una actividad que el mismo Jesús la haya realizado separado de las otras personas de la Trinidad. Él lo ha hecho en función de su unión con el Padre y con el Espíritu Santo. El mensaje cristiano es un mensaje eminentemente trinitario. No somos seguidores únicamente de Cristo, sino del Dios Trino. Aún más importante todavía, el mensaje que debemos llevar es que hemos recibido la “fuerza” del Espíritu, nos hemos unido a Él.
¿Cuál es el objetivo de esta unión con Cristo? ¿Cuál es el plan de Dios? ¿Es acaso un proyecto político o un proyecto económico? No. El proyecto de Dios o como lo llama Jesús en el evangelio “el Reino de Dios” es la unión total de todas las creaturas con su creador. Jesús no vino a fundar un Reino de este mundo, vino con el objetivo de regresarnos a todos al Padre, ayudado por la acción del Espíritu Santo. En este trabajo de redención que también implica la ayuda de nosotros, el Espíritu Santo no nos deja solos.
2. Gran Esperanza
Y el primogénito de este nuevo plan, de este nuevo proyecto, de esta nueva creación (cf. Col 1, 15) es el mismo Jesucristo. Él es la cabeza de todo un cuerpo – como escuchamos en la segunda lectura de este día –. A él la Iglesia lo ve tanto como el punto de partida, el motor y el punto de llegada de esa comunión plena a la que aspira el hombre con Dios. Por medio del bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, el hombre se inserta en este misterio de comunión con Dios, pasando a formar hijo en el Hijo, no por naturaleza como es Jesucristo, sino en razón de una adopción (cf. Gal 4, 4-7).
En Jesús se ve realizada la gran esperanza de la Iglesia, pues después que fue resucitado de entre los muertos, ascendió por ser Dios a los cielos a sentarse a la “derecha del Padre” por encima de todo nombre y de todo poder. Este lenguaje, lógicamente apocalíptico, revela la condición de unión natural con Dios que tiene Nuestro Señor, pero a su vez, la condición de unión participada a la que llegaremos. Es una condición a la que llegaremos los santos:
“cuál es la esperanza a la que les llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa”.
3. Misterio de comunión
El evangelio de hoy es el final del texto de San Mateo. La escena de la Ascensión tiene lugares y distintos en cada evangelista y esto responde a intereses teológicos diferentes. Por ejemplo, san Lucas la coloca en Jerusalén como escuchamos en la primera lectura, mientras que san Mateo en Galilea. Esto son simples curiosidades bíblicas, que interesan ahondar en otro tipo de reflexión. También interesa leer en este texto que san Mateo coloca la Ascensión en un monte. Esto recuerda la escena del Sinaí, la revelación de Elías, la Tranfiguración, la Muerte de Jesús. El monte en la Biblia es el lugar del encuentro, de unión o comunión, entre Dios y los hombres.
Jesús se presenta cuarenta días después de su Resurrección. El número cuarenta evoca muchas cosas: los cuarenta años del desierto, los cuarenta días de las tentaciones. Es un tiempo de maduración y de discernimiento. Esos cuarenta días son el culmen del camino de preparación que los discípulos tuvieron que estar junto al Maestro Resucitado para poder convertirse en misioneros: para llevar el mensaje de la salvación. A pesar de que todos lo habían visto, algunos no creían (un dato también interesante que puede ser motivo de reflexión profunda).
Es muy interesante que el Señor les habla para darles una misión: enseñar y bautizar. Predicar y celebrar sacramentos. La Iglesia se funda especialmente sobre la doctrina y la celebración, puesta la palabra y la celebración de los misterios de Cristo son los que permiten al cristiano unirse a Dios. Hemos señalado muchas veces en estas reflexiones, cómo nos unimos al Señor por medio del bautismo – y aquí es explícita la fórmula trinitaria –. Pero, además hemos de añadir que a través de la escucha atenta de la Palabra de Dios, de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia en resumen “de todo lo que les he enseñado” y que nos es transmitido por la Iglesia, se enriquece y profundiza esta comunión con Dios.
4. Yo estaré con ustedes
Esta fiesta de la Ascensión no implica un volver del Señor del Señor “a los cielos” y el abandono de los discípulos en la “tierra”. Él ciertamente ha regresado al Padre y está sentado a su derecha como hemos escuchado en las lecturas de este día, pero está íntimamente unido a cada uno de nosotros por medio del bautismo y de sus enseñanzas. Él es la cabeza de un cuerpo en el que entramos todos por medio del bautismo: él es la cabeza de la Iglesia. Su acción salvadora y redentora está presente y operante verdaderamente en y por medio de la Iglesia, en la que actúa – como también hemos visto – la acción del Espíritu Santo.
Además, aunque su presencia física no es visible, está presente siempre alentando, guiando y socorriendo a los creyentes por medio de la acción del Espíritu Santo. Sucede a menudo que somos nosotros quienes decidimos alejarnos de Él, desobedecerlo, traicionarlo, rechazarlo. A veces culpamos a Dios por lo que sucede en el mundo, como niños o adolescentes inmaduros que no quieren aceptar las consecuencias de sus actos; pero se nos olvida, muchas veces, que el mismo Dios nos advierte y enseña el camino. ¡Allá de nosotros si le damos la espalda!
En estos tiempos difíciles del coronavirus, es momento oportuno de regresar y retornar a Dios. No es momento de estar echándole la culpa a nadie de lo que pasa (aunque muchas veces la tenga). Es momento de pedir al Señor la gracia de sentirnos reconfortados por su amor y su misericordia, aun en momentos duros y difíciles, tal y como es perder a un familiar o amigo. El Señor está ahí presente para consolarnos y ayudarnos. ¡Todo esto pasará!
Feliz fiesta de la Ascensión
Hch 1, 1-11
Ef 1, 17-23
Mt 28, 16-20
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