Entre la Ascensión y Pentecostés – VII Domingo de Pascua

Juan Carlos Rivera Zelaya

mayo 23, 2020

Feliz domingo hermanos. Prácticamente hemos llegado al final de este itinerario pascual, aunque todavía falta el domingo de Pentecostés. Este domingo ya nos va situando litúrgicamente en una especie de transición mistagógica entre la celebración de la Resurrección del Señor y su Ascensión a los cielos, a la experiencia del Espíritu que quiere habitar en nosotros para darnos vida (para resucitarnos). Las lecturas de este domingo nos hablan de este movimiento que se da solo en la Iglesia como hemos explicado en las reflexiones anteriores.

1. Reunidos a la espera del Espíritu

La primera lectura – que por cierto es muy breve – nos sitúa en esta especie de transición de la que hablamos entre la contemplación de la Resurrección y la Ascensión de Jesús a los cielos y la espera de Pentecostés. El texto es continuación exacta de la primera lectura que escuchamos en el día de la Ascensión y es el inicio de la primera lectura de la fiesta de Pentecostés. Pero, aunque son pocos versículos hay dos detalles importantes que quiero invitarlos a meditar.

El primero es que todo cristiano debe pasar por la misma transición que los Apóstoles: pasar de creer en Jesús Resucitado que está unido al Padre en el cielo, a esperar la unión total con Cristo por “bautismo en el Espírituque se da en Pentecostés, para ser configurados como hijos de Dios en el Hijo. Este movimiento es fundamental en la experiencia de fe, y sin Él, no se puede entender el testimonio que luego se tendrá que dar. Puesto que, sin el Espíritu Santo, aunque sepamos que Jesús es Dios, que ha resucitado y está en el cielo, no habrá una verdadera unión y configuración con Él: no habrá auténtica fe.

Lo segundo, es que está efusión del Espíritu Santo solo se dan en la Iglesia que Cristo ha fundado. Y aunque no podemos negar la presencia y actividad del Espíritu de Cristo fuera de los límites de la Iglesia Católica; el Espíritu Santo se da en plenitud solo bajo la guía del colegio apostólico (San Lucas menciona a los once apóstoles reunidos en oración), y la protección y el amparo de la Santísima Virgen María y los hermanos. Entonces de ahí deducimos, que el aspecto eclesial es fundamental para la efusión del Espíritu Santo.

2. ¿Sufrir por Cristo?

El primer aspecto entonces es capital para entender cómo y por qué los cristianos estamos llamados a alegrarnos por sufrir al igual que Cristo y más aún si es por el hecho de ser cristianos. El autor de la primera carta de San Pedro, recogiendo esta idea ya compartida entre los primeros cristianos y evidentemente inspirado por el Espíritu Santo, invita en la segunda lectura que hemos escuchado hoy a asociarnos íntimamente a Cristo (que es el objetivo de la vida cristiana). Es tanta su convicción que expresa que si por cualquier razón llegamos a sufrir como Cristo, nos alegremos; puesto que estamos siguiendo al maestro hasta en eso.

Esto pareciera un poco extraño para la cultura actual, interesada más el placer corporal que en la salvación de las almas: puesto que como podemos comprobar, este sufrimiento es ridiculizado y maximizado en su sinsentido, por la falsa especulación de creer que Dios es un “simple ser imaginario” tal y como me dijo una niña hace pocos días. La verdad es que para el cristiano, en su asociación a Jesús por el Espíritu de Dios que reposa en nosotros, ese sufrimiento se vuelve una corona de gloria, en la medida en que padece asociando el dolor al sufrimiento redentor de Cristo. Este sufrimiento se transforma entonces, por la unión a Cristo, en un sufrimiento con sentido profundo y no en simple masoquismo. Entendido así, el cristianismo es un camino de alegría y esperanza, pero a la vez de profundo y hondo descubrimiento de lo que implica ser hombre en este mundo.

3. Unidos a Cristo

El evangelio de este domingo está tomado del inicio del capítulo 17 del evangelio de san Juan. Este capítulo es conocido por muchos estudiosos como “la oración sacerdotal”. En el capítulo 18 el Señor iniciará su pasión, y justo antes de la hora de Jesús – tal y como lo presenta el programa de san Juan – el autor sagrado lo coloca en oración. Es una oración interesante, que revela muchas cosas, pero que está en íntima conexión con toda la obra del evangelista. Como en toda la obra, san Juan insiste y repite algunas ideas. Me permito subrayar algunas que están en conexión con lo que hemos dicho anteriormente.

La vida eterna es conocer a Dios y a Jesucristo. En el evangelio de san Juan y en todas las Sagradas Escrituras, el verbo conocer tiene una implicación más que intelectual o gnoseológica, experiencial y vivencial. Pero más aún que una simple experiencia y encuentro ocasional, el verbo conocer implica experiencia íntima y sobre todo unión esencial. Toda esta Pascua hemos insistido que el plan de Dios es que el ser humano pueda regresar a Él, que se pueda unir a Él para tener vida eterna. Y efectivamente como lo recuerda hoy este texto, solo uniéndonos a Dios podremos alcanzar esta vida eterna, podremos resucitar en Cristo.

El Padre unido al Hijo: también durante toda esta Pascua, hemos insistido que el Hijo – tal y como lo predica la Iglesia y lo enseñan las Escrituras – está unido íntimamente al Padre. Él ha sido enviado con el objetivo de atraer y hacer que los conozcan, para que, unidos a Él, los hombres tengan vida. Esto ha sido una iniciativa de Dios entera y libre, para salvar a una creación que fue hecha por Dios para el Hijo, tal y como lo recuerda también san Pablo (cf. Col 1,16). Esta creación, sin embargo, fue perdida por el pecado y he ahí la razón del envío del Hijo.

Los cristianos estamos esperando el retorno del Hijo: A pesar de que hemos conocido al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo y de que habita en nosotros; los cristianos permanecemos en el mundo. Este todavía es un tiempo de espera y paciencia en el que podemos gozar de la unión con Dios en la Iglesia, pero que aguardamos con esperanza el retorno triunfante y glorioso de Nuestro Señor en el que ya no habrá más prueba ni tribulación (cf. Tit 2,13). Mientras estamos aquí podremos perdernos y los poderes del mal podrán seducirnos, por eso Jesús pide por nosotros para que eso no pase.

4. En estos momentos

 Estimados hermanos, solo en unión con Dios y por la fuerza del Espíritu Santo, es que podemos dar testimonio del amor del Padre y del Hijo. Solo en clave trinitaria, las tribulaciones y dificultades de la vida se pueden ver con esperanza y fortaleza. Todo lo que vivimos en este mundo será nada comparado con la gran alegría que nos espera en el cielo. Y más aún si nuestros sufrimientos y dolores se deben al hecho de ser cristianos, nuestro corazón debe saltar de alegría y gozo porque significa que, en realidad, nos hemos configurado con el Señor.

Hoy en este tiempo de pandemia, en el que incluso nos preparamos a perder nuestra propia vida o la de nuestros seres queridos, debemos dar razón de nuestra esperanza y de nuestra fe. La fe no es una seguridad mágica que nos dirá que todo va a pasar y que de repente todo estará bien. Es más que eso, es tener una relación con Dios que implique fortaleza y acompañamiento en medio del dolor y del sufrimiento. Con la fe, podremos vencer cualquier cosa, incluso la misma muerte.

Mucho ánimo y ¡feliz domingo!

Hch 1, 12-14

1Pe 4, 13-16

Jn 17, 1-11ª

Juan Carlos Rivera Zelaya

Sacerdote de la Diócesis de Jinotega - Nicaragua. Licenciado en Teología Dogmática por la Universidad de Navarra - España. Fundador del blog Paideia Católica sobre formación católica

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