Hemos llegado al final del itinerario pascual que comenzamos el miércoles de ceniza. La cuaresma, el Triduo Pascual y la cincuentena pascual nos ha permitido revivir la experiencia de bajar con Jesús hasta la muerte y resucitar a una nueva vida en el Espíritu, posibilitando que nosotros nos unamos a Dios íntimamente. Pues en verdad este es el gran mensaje del cristianismo, tal y como lo dice san Atanasio: «Dios se hizo hombre, para que los hombres se unieran con Dios».
Esta acción de unión con Dios no es una especie de disolución en un Espíritu Absoluto o el Nirvana. Tiene como base una relación existencial y personal evidentemente entre la persona humana y las personas divinas. Dios nos invita a unirnos íntimamente a Él por la acción de tres personas de la Santísima Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La fiesta que celebramos hoy es la fiesta que recuerda la acción del Espíritu Santo en la Iglesia, la persona que posibilita la unión íntima con el Padre en el Hijo.
La fiesta de Pentecostés tiene un trasfondo bíblico anterior a la celebración cristiana propiamente dicha. Se celebraba 50 días después de la fiesta de la Pascua y era una fiesta de recolección de cultivos (tal y como aparece en el libro de Éxodo, cf. Ex 34,22). Por lo tanto, la fiesta como tal – en principio – no tiene relación alguna con el Espíritu Santo. La Iglesia primitiva, habiendo experimentando el evento que narra san Lucas, “cristianizó” esta fiesta y la convirtió en el recordatorio de la efusión del Espíritu Santo.
1. Pentecostés
La primera lectura nos muestra el famoso y conocido relato del Pentecostés cristiano. El gran protagonista del libro de los Hechos, del cual está tomada la primera lectura, es el Espíritu Santo. De hecho, se ve la acción del Espíritu Santo en toda la obra de san Lucas, incluso es un constante en el Evangelio (cf. Lc 4). El relato de la efusión del Espíritu Santo en la fiesta de Pentecostés únicamente quiere subrayar una acción que luego se va a repetir constantemente en todo el libro y en la vida de la Iglesia. Este es el gran mensaje del libro de Hechos: que el Espíritu Santo conduce a la Iglesia.
En la fiesta de Pentecostés, los que estaban juntos en la casa (los apóstoles, la Virgen y algunas mujeres) reciben el don del Espíritu. Las escenas de ruidos y fuegos son gestos que acompañan el asombroso evento y recuerdan el movimiento que provoca esta persona de la Trinidad. Dice el texto que se llenaron del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas. Hoy muchas comunidades de origen pentecostal y carismática pretenden identificar la acción del Espíritu con una especie de glosalia o don de profecía, pero simplemente recuerda cómo el Espíritu une lo que por el pecado se había separado. Recordemos la escena de las Torres de Babel (cf. Gn 11, 1-9), por las que los hombres estaban separados.
Es interesante entonces entender cómo el autor subraya que los judíos venidos de todas partes del mundo, comienzan a escuchar en su propio idioma lo que decían los cristianos: por obra del Espíritu se realiza la comunión entre todos los hombres. La Iglesia reunida se vuelve luz en medio de la oscuridad y es debido a Ella que el Espíritu actúa. No es que la Iglesia haya recibido “el famoso don de lenguas” para simplemente demostrar el poder de Dios, sino para mostrar el verdadero objetivo o la razón de ser de la Iglesia y el deseo de Dios para la humanidad: la comunión de todos los hombres en Dios (cf. Jn 17, que todos sean uno)
2. Un solo cuerpo
En este sentido se entienden entonces las palabras que san Pablo dirige en su primera carta a los corintios y que escuchamos como segunda lectura. El autor dice que todos los corintios a los que se dirige, han sido bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Es precisamente por la acción del Espíritu, que todos formamos un solo cuerpo con Cristo. Como en muchas ocasiones hemos explicado: el Espíritu une a los hombres en la Iglesia y los injerta en la vida divina en Cristo, como hijos en el Hijo del Padre de todos.
Las primeras palabras que hemos escuchado son interesantes también: no se puede decir que Jesús es el Señor sino es por el Espíritu Santo. ¿Por qué? Porque no se llega a ser cristiano por un esfuerzo del hombre, ni se llega a reconocer a Jesús como el Salvador por un convencimiento académico o racional. En principio, reconocer que Jesús es el Señor y asociarme a su plan de salvación, es una acción de misericordia que Dios va obrando en cada cristiano. A esto le llamamos fe: y es simplemente un don de Dios y no una conquista humana.
3. El resucitado unido al Espíritu
Para entender mejor el evento de Pentecostés, la Iglesia nos propone cambiar de autor para entender mejor la naturaleza de esta fiesta. Por ejemplo, en el evangelio que hemos escuchado hoy, notamos que su autor coloca la efusión del Espíritu Santo en el contexto de las apariciones del Resucitado. ¿Es esto un error de san Juan y el evangelista san Lucas estaba equivocado? O por el contrario, ¿san Lucas está en lo correcto y san Juan desacierta? La verdad es que ninguno de los dos se equivoca, simplemente pretenden subrayar aspectos distintos.
El evangelista san Juan muestra en varias ocasiones la unión que existe entre el Padre, Jesús y el Espíritu Santo. Después de la “hora”, de la “glorificación” del Verbo, el don que el Padre enviará también será un don del mismo Jesucristo. Por eso, san Juan que no tiene una obra como san Lucas, coloca la efusión del Espíritu en el contexto de las apariciones del Resucitado. Esto nos sirve para resaltar que sin el Resucitado no hay efusión del Espíritu Santo y sin el Espíritu Santo tampoco hay ni encarnación ni resurrección. Las acciones de la Trinidad no son separadas ni independientes. Recordemos que el único Dios es quien se nos da en el Resucitado y en el Espíritu.
Un aspecto que subrayan tanto san Juan como san Lucas, es que este don del Espíritu Santo empuja a la misión. En el texto del evangelio escuchamos el mandato explícito del Señor y en el libro de Hechos, vemos cómo se cumple. Lo mismo sucede con la acción del Espíritu en la Iglesia, para la celebración de los sacramentos, de las curaciones y signos prodigiosos. El Espíritu Santo impulsa la acción de la Iglesia, que tiene como objetivo continuar en el tiempo y hacer llegar el deseo que Dios tiene que los hombres se unan a Él.
Hoy es un día especial para ansiar la unión con Dios. En estos momentos difíciles que pareciera que todo está perdido o que no hay una solución próxima, los cristianos estamos invitados a pedir el don del Espíritu Santo para que seamos llenos de Él. Esa paz de la que nos habló hoy el Resucitado en el texto y que se nos da como don, no es la ausencia de problemas, dificultades, enfermedades y guerras. La paz que nos ofrece el Resucitado es fruto del Espíritu Santo y se entiende solamente como la unión del hombre con Dios, al punto de esperar y ser fortalecido en Él. Solo así se puede exclamar: “Si Dios conmigo, quien contra mí”.
¡Digamos hoy: Ven Espíritu Santo! ¡Feliz domingo!
Hch 2, 1-11
1Cor 12, 3b-7. 12-13
Jn 20, 19-23
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