Celebramos este jueves la Solemnidad de Corpus Christi (en algunas Conferencias Episcopales se traslada al domingo) Esta celebración fue instituida por Urbano IV en 1264 para resaltar el valor y la grandeza del misterio Eucarístico: el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad (toda la Segunda Persona de la Santísima Trinidad con sus dos naturalezas: la humana y la divina) presente en el Santísimo Sacramento del Pan consagrado.
La Eucaristía para el cristiano es el centro y el culmen de su vida, nos dice el documento del Vaticano II Lumen Gentium (cf. LG 11), pues gracias al sacramento del altar, los cristianos logran vivir ya aquí en la tierra, una unión (com-unión) con Jesucristo, por la acción del Espíritu Santo en adoración eterna al Padre. La experiencia eucarística es y debe ser una real vivencia de la unidad con el Hijo cabeza y con su cuerpo que es la Iglesia.
1. El hombre vive de la Palabra
En la primera lectura de este día (Dt 8, 2-3.14-16) escuchamos un discurso que Moisés dirige al pueblo y le hace recordar lo que Dios hizo por él. Evidentemente nuestra atención se centra en cómo el Señor proveyó el maná que venía del cielo y lo asociamos con la Eucaristía, cuyo misterio tiene una dimensión de banquete espiritual. Sin embargo, quisiera hoy fijar la atención sobre un detalle muy pocas veces explicado. Dice el texto:
Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para hacerte reconocer que no solo de pan vive el hombre, sino que vive de todo cuanto sale de la boca de Dios.
Estamos de acuerdo que el maná era un pan, que según los investigadores los israelitas fabricaban de plantas de la región. Pero a pesar de que era un pan “bajado del cielo” (es decir que Dios lo daba diariamente por su providencia), en el discurso se dice que no solo de pan vive el hombre. ¿Por qué se dice que no solo de pan vive el hombre si lo que Dios ofrecía era precisamente pan para la subsistencia de los israelitas en el desierto?
La respuesta la dan las palabras siguientes: el hombre vive de lo que sale de la boca de Dios. ¿Qué es eso que sale de la boca de Dios? Su Palabra. El hombre vive por la Palabra hecha carne, y solo alimentándose de esa Palabra puede tener vida auténtica, lo que el Evangelio llamará como vida eterna. Alimentarse de lo que sale de la boca de Dios es estar unidos a Él, íntimamente, para depender única y exclusivamente de Él.
2. Un solo cuerpo
La segunda lectura de este día (1Cor 10, 16-17) nos sigue guiando por esta línea de reflexión. En formas de preguntas el Apóstol nos exhorta a permanecer unidos por el pan que compartimos y el cáliz que bendecimos, pues ambos son el cuerpo y la sangre de Cristo. Aquí hay una confesión de fe implícita sobre la Eucaristía, que luego san Pablo la expondrá en el siguiente capítulo (cf. 1Cor 11, 23-27).
En la primera carta a los Corintios, el autor tiene la intención de recordarnos que el cristiano debe estar unido a Cristo y a sus hermanos. En la comunidad había muchas divisiones, algunos decían que eran de Pablo, otros de Apolo, otros de Pedro (cf. 1Cor 3,4), pero san Pablo les recuerda que ese no es el camino, sino que «ustedes son de Cristo y Cristo de Dios» (1Cor 3,23). Pues este misterio de unidad entre Cristo y el hombre, y entre los hombres y la comunidad eclesial, se cumple plenamente en el Misterio de la Eucaristía. Esto no es solamente un símbolo de unidad, sino es verdaderamente la realización de la misma, pues dice el Apóstol que gracias a que comemos de un mismo pan, formamos un solo cuerpo.
Tal como dice también el documento conciliar Lumen Gentium, gracias al misterio de la Eucaristía «vive, se edifica y crece sin cesar la Iglesia de Dios» (LG 26). Se podría decir que hoy también se celebra el misterio de la Iglesia, pues sin la Iglesia no hay Eucaristía y sin la Eucaristía no hay Iglesia. No se puede entender la vida de un cristiano que no participe de la Eucaristía, pues gracias a Ella, es que se puede llamar a sí mismo como cristiano y vivir como tal.
3. Tengan vida
El evangelio de este día tiene un gran paralelismo con la primera lectura (Jn 6, 51-58). El capítulo 6 del evangelio de san Juan tiene la intención de presentar a Jesús como el nuevo Moisés. Después de la multiplicación de los panes, Jesús también da un gran discurso en el que hace recordar a Moisés, pero no se queda en el simple recuerdo del pasado, sino que los invita a ver en el presente la obra de Dios, que se ha hecho verdadera comida en su Palabra hecha carne. Este discurso, sin embargo, es realmente un diálogo en el que los incrédulos son interpelados. Ellos preguntan: «¿Qué signo haces para que viéndolo creamos en ti? ¿Qué obra realizas?» (Jn 6,30), le dicen en versículos anteriores.
El texto de hoy reflexionado a la luz de todo lo expuesto por san Juan, explica que el Verbo, la Palabra, todo lo que sale de la boca de Dios, es el verdadero alimento de salvación. No es el pan material, ni el trabajo, ni mi salud, ni mi poder lo que me salva. Es solo la unión con Dios la que verdaderamente calma el hambre y la sed de felicidad. Es uniéndonos a la Palabra encarnada (creyéndole a Él) que tendremos acceso a una verdadera vida, pues él habita en nosotros: «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él». Por eso, y desde este sentido se entiende que: «el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día».
4. Recordar
Finalizo subrayando que no se tiene acceso a este alimento de salvación simplemente recordando. En hebreo el verbo recordar (zikaron) no tiene el sentido nuestro, de volver al pasado, sino su verdadero sentido consiste en contemplar lo que está en el pasado para actualizarlo y vivirlo en el presente. Esto que aparece en la primera lectura y también en el relato de la institución que escuchamos en toda las Eucaristías: «hagan esto en memoria mía» (Lc 22,19); es el fundamento de nuestra vida cristiana. Cada vez que celebramos la Eucaristía nos unimos a Jesucristo realmente.
En este día es común que haya Eucaristías muy solmenes, grandes jornadas de adoración eucarística y – sobre todo – hermosas procesiones en pueblos y ciudades que nos invitan a adorar a Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento. Sin embargo, ante la situación actual en la que incluso en algunos países no se puede participar de la celebración eucarística, nos queda agradecer por las veces que hemos podido alimentarnos del pan del cielo y unirnos a Jesucristo, y también pedir perdón cuando lo hemos hecho indignamente y/o no hemos dado testimonio del amor y la unidad en la Iglesia.
¡Feliz día!
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