Como en el desierto – XII Domingo del Tiempo Ordinario

Alfonso Soza Castillo

junio 21, 2020

Hermanos, Feliz XII Domingo del Tiempo Ordinario.

Así como en el desierto, lugar inhóspito, de sequías, de climas extremos por el día muy cálido y por la noche muy frío, el anuncio del Evangelio aunque produzca alegrías no excluye la posibilidad de estar atravesado por las penumbras desérticas del rechazo, la incomprensión, la persecución entre otras notas peyorativas que nos son muy familiares hoy. No se puede esconder que quien se compromete a vivir conforme al llamado y envío de Jesús está expuesto a todo tipo de situaciones que ponen en riesgo la misión y al propio agente del anuncio.

El profeta Jeremías siente miedo ante la conspiración de aquellos destinatarios de sus oráculos. A la vez que encomienda a Dios su causa reconoce que no le ha abandonado, ya que es un Dios que conoce tanto al mensajero como al enemigo desde sus entrañas (primera lectura); la necesidad de la salvación precede una realidad de condenación o muerte de todos provocada por el pecado de desobediencia de uno solo, ahora se manifiesta en el don de Dios, es decir Jesucristo el cual, con su obediencia, supera con mucho al delito (segunda lectura); el Evangelio nos pone delante de una opción fundamental «o al lado de Cristo o negarlo ante la gente»  a la hora de ser interpelado por su causa (Evangelio).

Los peligros en la misión

Jesús ha advertido a sus apóstoles que los enviaría «como ovejas de medio de lobos» (Mt 10,16), una advertencia que no debía ser ignorada por ellos, ni por nosotros, ya que implicará muchos peligros tales como comparecer ante tribunales, los azotes e incluso la muerte física.

Así lo constatamos hoy que ante la propuesta evangélica muchos destinatarios reaccionan agresivamente gracias al endiosamiento de su burbuja «monovisionaria» del mundo y de las realidades circundantes, y pretendan, desde su poder, convertir estas en un eje caprichoso, cayendo en la arrogancia de creerse dueño y señor de la voz profética en la predicación inclusive.

En este contexto recordamos lo que escribió el papa Francisco: «El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien» (EG, 2).

El discípulo-misionero corre también ese riesgo, y puede volverse en un ser resentido, quejoso, sin vida, totalmente contrario al deseo de Dios -que siempre es una vida plena, vida en el Espíritu-.

El miedo, respuesta natural 

Hay que tener presente que Evangelizar hoy es un desafío abierto empezando por el lenguaje apropiado a la post modernidad, a las nuevas generaciones y nuevos paradigmas, más para los agentes de pastoral un poco mayores, más aún abrirse camino entre los jóvenes cuando estos no están encontrando respuestas a sus necesidades urgentes, muchos de ellos sumidos en las drogas, la prostitución y la inercia de los cambios rápidos, no les atrae cuando en los medios de comunicación se presenta una Iglesia anclada en el pasado, reacia a los nuevos paradigmas, éticamente retrógrada, exclusivista en el ministerio reservado para varones, poco flexible a las nuevas tendencias éticas, políticas y sociales. ¿Cómo hacer para acercar a estos destinatarios a una experiencia diferente y real en el ser y el quehacer de la Iglesia, es decir, de Jesucristo?

Sin duda son interrogantes abiertas que nos llevan a una búsqueda cada vez más seria en la que haya de encausarse por el camino de la honestidad, de la humildad y de apertura a la acción del Espíritu, a medir los medios y las maneras de modo de hacer efectivo el mensaje.

Lo normal es que uno sienta miedo. Por un lado el miedo de no ser eficaz, y por otro, al rechazo y, en últimas consecuencias, a la persecución abierta. Miedo a la difamación, a estar expuestos al acecho (que va desde la difamación hasta la integridad física).

Posibles tentaciones

Las reacciones de autodefensa podrían llevarnos desde el encierro en las «cuatro paredes» hasta el extremo de volvernos fanáticos proselitistas vacíos. El papa Francisco nos ha hablado en la desidia, que puede traducirse en el acomodamiento, el encierro, en el espíritu opacado del que anuncia, o bien, procrastinar el mismo mensaje para mejores tiempos. Otros lo resuelven en la huida y renuncia al discipulado, otros quedan absorbidos por las estructuras sociales, coyunturales y políticas, otros pueden callar y venderse al bajo precio del mundo y permitir que todo siga tal cual.

La palabra del Maestro

Ya que él sabe perfectamente nuestras posibles debilidades siempre regresa al ¡No tengan miedo! con ello no niega que los evangelizadores no tengan que pasar por momentos de angustia excluyendo de esa manera cualquier falsa ilusión que se pueda hacer sobre la misión.

Así como no hay intención alguna en el corazón del hombre que no sea conocida por Dios, así tampoco existe iniciativa que no sea ya conocida por el Señor. Las intenciones funestas del hombre son pensadas en lo oculto, por lo tanto por la noche es revelada la palabra salvífica de Dios en el corazón del que anuncia, por ello debe ser pregonado desde las azoteas, es decir, puestas al conocimiento de todos.

La fuerza del mal que intenta entorpecer el crecimiento del Reino de Dios nunca será mayor que la creciente comunicación de su verdad, por ello, el cristiano no debe temer por muy evidentes que parezcan las fuerzas del opositor. Desde allí que el verdadero temor no debe estar puesto en quien se opone sino en lo que se convierte en una amenaza por la opción fundamental por el Señor, es decir lo que pone en juego la comunión definitiva con él.

Dios, aunque permite el mal, no es su autor ni lo pone como prueba, el mal por muy amenazante que nos parezca no es mayor que la protección que Dios ofrece a los suyos, el discípulo no se inventa la fortaleza, le es dada como don en el mismo envío del Señor.

La oferta final es el cielo, quien no lo niegue ante los hombres, Él no lo negará ante el Padre. Sin duda esto va precedido de una transformación crística, cuando dejamos de pensar en nuestro próximo paso y le damos cabida al que indique el Señor, lleva este vaciamiento propio llenándolo de su obra.

Dios no nos ha dejado solos, camina con su Iglesia, está al lado de cada creyente que ha decidido dejarlo todo por él, arriesgándolo todo por una causa que le desborda, la misión, el Anuncio de la Buena Nueva del Señor.

Alfonso Soza Castillo

Sacerdote de la Diócesis de Jinotega en Nicaragua. Licenciado en Derecho Canónico por la Universidad Pontificia de Salamanca. Colaborador del Blog de Paideia Católica.

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