Hoy celebramos a nuestro Señor Jesucristo, recordando el martirio de dos grandes testigos de nuestra fe. Según la tradición Pedro murió crucificado de forma invertida y Pablo decapitado. Y aunque murieron en fechas diferentes, la liturgia de nuestra Iglesia ha visto a bien unirlos, porque su ejemplo de entrega incansable a la predicación del evangelio y servicio a la comunidad de creyentes, es ejemplar.
El prefacio de esta misa reza: «Pedro fue el primero en confesar la fe; Pablo, el maestro insigne que la interpretó; aquél fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel, éste, la extendió a todas las gentes. De esta forma, Señor, por caminos diversos, los dos congregaron la única Iglesia de Cristo, y a los dos, coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración».
1. CONFIANZA EN CRISTO
Los apóstoles dan testimonio de la confianza que debemos de tener todos los creyentes en Cristo, más en momentos difíciles, Pablo nos enseña: «Cuando todos me abandonaron, el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara claramente el mensaje de salvación y lo oyeran todos los paganos». (2 Tm 4, 17).
Es el mismo Apóstol quien nos recuerda: «Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio». A pesar de las persecuciones y dificultades que pasó san Pablo, no desaprovechó las oportunidades que tuvo para dar testimonio de su fe. (Rm 8, 28).
No dudemos de la compañía del Señor en todo momento hermanos, Él está acompañándonos en nuestras luchas si estamos pasando por la enfermedad, algún tormento, depresión, ansiedad, pobreza. Cristo nunca nos hará cargar una cruz, si Él primero no está comprometido en acompañarnos.
2. EL VERDADERO PELIGRO DE LA IGLESIA
«Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella». (Mt 16, 18). Pedro y Pablo comprobaron la certeza de éstas palabras, y muchos testigos del evangelio a lo largo de estos dos mil años, que han sufrido persecución y pruebas. Estas palabras de Cristo van más allá de las experiencias históricas, queriendo asegurar sobre todo la protección contra las amenazas de orden espiritual.
«Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados y las potencias, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que habitan en las alturas». (Ef 6, 12). No son las persecuciones las que preocupan a la iglesia, el mayor daño lo hacemos sus miembros cuando dividimos, somos incoherentes, caemos en infidelidades al Evangelio.
Egoísmo, vanidad, orgullo, apego al dinero, etc. «contamina la fe y la vida cristiana de sus miembros y de sus comunidades, corrompiendo la integridad del Cuerpo místico, debilitando su capacidad de profecía y de testimonio, empañando la belleza de su rostro» (Benedicto XVI, Homilía, martes 29 de junio de 2010).
3. LOS OBISPOS SUCESORES DE LOS APOSTOLES
«Esta divina misión confiada por Cristo a los Apóstoles ha de durar hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20), puesto que el Evangelio que ellos deben propagar es en todo tiempo el principio de toda la vida para la Iglesia. Por esto los Apóstoles cuidaron de establecer sucesores en esta sociedad jerárquicamente organizada». (Lumen Gentium 20).
Los Obispos por mandato de Cristo son los sucesores de los Apóstoles que están al cuidado de su rebaño, así lo atestigua una línea ininterrumpida que se remonta hasta san Pedro. Los Presbíteros y los Diáconos son sus colaboradores más cercanos. Como pastores, los Obispos ejercen la triple potestad de enseñar, santificar y gobernar en sus diócesis. (Cf., Ibídem).
Hoy es un día, para dar gracias a Dios por nuestros Obispos, porque en su persona el Señor Jesucristo, Pontífice supremo, está presente en medio de los fieles. El texto de hechos de los apóstoles menciona que «Mientras Pedro estaba en la cárcel, la comunidad no cesaba de orar a Dios por él». (Hch 12, 5) Son muchos los peligros y dificultades que hoy enfrentan nuestros Obispos ¿estamos orando por ellos? Que Dios envíe su Espíritu Santo, para recibir el don de la unidad como iglesia.
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