La fiesta dominical nos reúne en torno al altar del Señor para ofrecer el sacrificio agradable a Dios y a la vez alimentarnos de él. Son dos banquetes los que podemos degustar en la Eucaristía dominical: el pan de la Palabra y el pan Consagrado, que se hacen alimento de salvación. Este ambiente festivo, nos deben llevar a desear todas las semanas a desear estar en el altar del Señor (cf. Salmo 26, 26), pues este mismo sacrificio, banquete y fiesta nos constituye y fortalece como Iglesia (cf. 1 Cor 10,17).
Precisamente este domingo XXI del Tiempo Ordinario la misma Iglesia nos invita a degustar en el Pan de la Palabra, su propio origen. En efecto, la Iglesia nace de la confesión de fe, no solo de Pedro, sino de todos aquellos que, junto a él, con él y nunca sin él, creen y aceptan que Jesucristo es el Cristo, el Hijo de Dios. Es sobre la fe de Pedro que la Iglesia se constituye en Una, y por ese don generoso del poder otorgado a ella, el primero entre los creyentes (Pedro), tiene el poder para atar y desatar.
Sobná y Eliaquim
La primera lectura está tomada de la primera parte del libro de Isaías. Debemos recordar que Isaías tiene tres partes que según los estudiosos bíblicos corresponden a tres épocas distintas. La que nos interesa hoy es la primera parte va de los capítulos 1 al 39 y corresponde al momento histórico del imperio asirio (justo en la conquista y caída del Reino del Norte). Estamos leyendo el capítulo 22 y según la narración isaiana, acababa de suceder la invasión de Asiria sobre Samaría (Reino del Norte) y peligraba una invasión asiria sobre Jerusalén (Reino del Sur).
Según los historiadores bíblicos algo pasó en Asiria que no se llevó a cabo la invasión a Jerusalén (701 a.C.), aunque sí hubo estragos en la zona. Isaías era partidario de confiar únicamente en Yahvé para salvarse de los estragos de una invasión, mientras otros como Sobná, el personaje que sale al inicio de la lectura de hoy, pretendían que Judá se uniera a Egipto para hacerle frente a Asiria. Por eso Isaías pronuncia esta sentencia personal en contra de Sobná (mayordomo del palacio real), y le dice que el Señor le quitará su poder y le dará a Eliaquim las llaves del palacio de David y será un padre para los habitantes de la casa de Juda. Evidentemente el personaje de Eliaquim, los símbolos y nombres que utiliza Isaías sobre Él, son un anuncio profético de lo que se cumplirá luego en la persona de Pedro y también de sus sucesores.
Porque Dios así lo quiere
La segunda lectura es la conclusión de una sección muy densa de la carta a los Romanos (cc. 9-11). Según los expertos en Biblia, este texto es un maravilloso himno a la sabiduría divina que se ha compartido en primer lugar con el pueblo de Israel y ahora se hace presente encarnado en la persona de Jesucristo, para compartirse con la Iglesia. Esta sabiduría que se ha identificado en la tradición cristiana con Nuestro Señor, dirige y guía la nueva comunidad cristiana, que se fundamenta en la confesión de fe.
Es precisamente esta grandeza de sus decisiones y designios, de cómo va interviniendo libremente en la historia del hombre; el fundamento no solo del llamado y la elección de cada uno de los miembros de la Iglesia, sino particularmente de Eliaquim y de Pedro. ¿Por qué en el pasado eligió a Israel? ¿Por qué ahora la Iglesia? ¿Por qué Pedro, el padre sobre el que se va a fundamentar la Iglesia? Se entiende perfectamente, que es un designio de la sabiduría divina. La respuesta es simple: porque Dios así lo quiere.
Un texto difícil
El evangelio de este domingo es un texto complejo y complicado. Lo hemos escuchado muchas veces en palabras tanto de protestantes como de apologetas católicos para “fundamentar bíblicamente” el ministerio del papado y su infalibilidad. Algunas interpretaciones protestantes son válidas, y los argumentos católicos son también a su vez válidos. Aunque debo decir que – como sospechará el lector al inicio de esta reflexión – tengo en alta consideración la interpretación protestante sobre este texto, y que añadiendo un matiz importante a la reflexión, puede ayudarnos a entender mejor el sentido de este en un contexto ecuménico.
En primer lugar, debemos entender que el texto tiene un contexto. En los versos iniciales del capítulo 16, Jesús se enfrenta a los saduceos y fariseos y conversa con sus discípulos para que se cuiden de la levadura (la maldad de los fariseos). Los discípulos no comprenden y le dicen que no han traído panes. Él les reclama que si no recuerdan que había multiplicado los panes y por eso les pregunta: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? y luego ¿Quién dicen ustedes que soy yo? Es una pregunta personal que intenta descubrir quién es Jesús, pero sobre todo que intenta llevar a los discípulos, a los lectores y oyentes a hacer una confesión de fe.
La confesión o la persona
Luego de que Mateo ha revelado con palabras y obras que Jesús es realmente el Hijo de Dios durante todo su evangelio y que algunos incluso lo han expresado, es necesario que el primero entre los creyentes, el primero entre los convocados, el primero de la Iglesia, exprese públicamente la confesión de fe sobre Jesús como el Hijo de Dios. Es esta confesión de fe pública, este homenaje del entendimiento y la voluntad que el hombre hace a Dios que crea y fortalece la Iglesia. Esta fe que se expresa en la confianza y relación personal entre Dios y el hombre; pero, a su vez, en la doctrina, en la celebración litúrgica. Es por ejemplo, en esta confesión de fe de Jesús como el Hijo de Dios que da su vida por el mundo, que descansa la Iglesia que se reúne en torno al altar de la Eucaristía para celebrar y degustar el misterio de la salvación.
Con esta interpretación anterior estaría completamente de acuerdo un protestante y un católico. Sin embargo, el protestante acentuaría la confesión de fe y el católico la persona de Pedro. Ambas son importantes: pues Jesús remarca que es gracias a la confesión de Pedro que dará las llaves del Reino, el poder de atar y desatar, y sobre él edificará su Iglesia. A su vez, lo llama bienaventurado, es decir sobre Él recae la gran bienaventuranza y por eso, por elección divina, por voluntad divina, Él y no solo su confesión, se convierten en “la Piedra”.
Ambas
De ahí entonces, que es gracias a la confesión de Pedro y a su persona, que la Iglesia se constituye como el germen del Reino de Dios. Las personas que tienen un encuentro personal con Cristo se unen a la confesión y a la persona de Pedro, en la medida en que se unen a la Iglesia y viceversa. Así, la Iglesia se encamina hacia el día en el que se instauré completamente el Reino de Dios entre todos los hombres. Esta comunidad, sirve como fermento, luz y sal, que ayuda al mundo a irse acercando a la salvación.
La pregunta para nuestra reflexión es: ¿quién es Jesús para mí? ¿Es el Hijo de Dios hecho hombre que se acerca a mí personalmente para ofrecerme la salvación? ¿Creo, que es la Iglesia, con el papa como sucesor de Pedro, la piedra sobre la que descansa esta fe que profeso? ¿Estoy ayudando a construir esta Iglesia, desde mi aporte personal, con mis carismas y virtudes, profesando mi fe sin miedo y compartiendo la esperanza y la caridad en estos momentos difíciles?
Feliz domingo
Isaías 22, 19-23
Romanos 11, 33-36
Mateo 16, 13-20
Muy buena explicación de los textos dominicales padre. Gracias.
Muchas gracias Paúl