Lo sacaron fuera de la viña y lo mataron – XXVII Domingo del Tiempo Ordinario

Juan Carlos Rivera Zelaya

octubre 3, 2020

Una nueva semana nos permite iniciar el Señor en este domingo, día suyo y día nuestro. Es el día de la familia que se reúne en torno a la mesa de la Palabra y a la mesa del altar, para configurarnos más con el Hijo de Dios e irnos preparando a través del camino, para el encuentro con el Padre. Dios nos ha querido reunir en su viña, en el nuevo pueblo nacido del costado del Hijo y animado por el Espíritu Santo.

Precisamente las lecturas de este domingo tienen como tema central la figura de la viña, como el pueblo que Dios reúne, planta, cuida y arrienda. Esa viña empezó con el Pueblo de Israel y se transformó, por la muerte salvadora de Nuestro Señor, en la nueva viña: la Iglesia. Aquí estamos hoy, reunidos como esa viña que está unida a su Señor y que quiere presentar los frutos correspondientes al dueño.

Dios planta una viña

La primera lectura está tomada del libro de Isaías. El libro del profeta Isaías está formado por 3 secciones que debemos aprender a situar en el tiempo. La primera corresponde a los capítulos 1-39 y corresponden al siglo VIII. En esta época el pueblo de Israel era muy consciente de que no hacía pocos años eran nómadas, que no tenían una tierra, y el Señor los sacó de la esclavitud de Egipto para darles la Tierra Prometida. Y así fue, el Señor les dio una tierra.

Por tal razón, los israelitas pasaron de ser nómadas y pastores, a ser sedentarios y campesinos. El canto que hoy escuchamos nos muestra a Dios como aquel que planta una viña (es decir Israel), que la coloca en una tierra buena que ha preparado. Realiza todo un amplio trabajo de plantación y cuidado. Pero esta viña, no quiere dar fruto bueno sino da “agrazones” (uvas que no maduran). Por tal razón, el Señor destruirá la viña y dejará que la destruyan, es más servirá de leña.

El mismo texto que hemos escuchado dice que esta viña es la casa de Israel, de la que esperaba el fruto de la justicia, pero solo ha brindado como fruto lamentos y sangre derramada. La pregunta que nos podemos hacer hoy es: ¿Esta queja del Señor, sobre los frutos de justicia que le pide a su viña; se podría trasladar a la Iglesia (la nueva viña del Padre)? Esta misma queja la encontraremos en la parábola que hoy escuchamos también en el texto de Mateo.

Los frutos

La segunda lectura es el final y casi la despedida que realiza san Pablo en la epístola a los Filipenses. San Pablo está encarcelado a mediados de los años 50 y le escribe a una comunidad que él aprecia mucho, y en la que la mayoría son conversos venidos del paganismo. Esta es una carta muy personal, en la que él refleja no tantos temas doctrinales sino que comparte muchos sentimientos y cómo está pasando su vida.

A pesar de ello, el final de esta carta fue colocado por el Espíritu Santo para la liturgia de este día, como espejo de lo que quiere el Señor como fruto en su nueva viña, en la Iglesia. Así leemos hoy que el Señor quiere para nosotros frutos de «todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito». El final de esta carta es un verdadero reto no solo para los Filipenses, sino incluso para los cristianos del siglo XXI.

Contexto

El evangelio de este día forma una sola unidad temática con el evangelio que escuchamos el domingo pasado la parábola de los dos hijos (Mt 21,28-32) y el evangelio que escucharemos el domingo siguiente el banquete de bodas (Mt 22,1-14). El contexto nos lo marca Mt 21, 23:

«Llegado al Templo, mientras enseñaba se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo diciendo: “¿Con qué autoridad haces esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad?”».

Ellos comienzan a discutir acerca de la autoridad de la enseñanza del Señor y por eso, el mismo les explica su autoridad con Palabras. En la mistagogía de san Mateo, las 3 parábolas quieren mostrar el rechazo del pueblo de Israel al plan salvífico de Dios que envía a su hijo para salvar a su pueblo.

No había frutos

Específicamente en la parábola de hoy, Dios es el propietario y el pueblo es mostrado como la viña que Dios: plantó, cercó, cavó, construyó y arrendó. Aquí, se establece una relación entre el dueño y su viña, Dios y su pueblo. Es muy importante centrarnos en la palabra arrendar, pues debemos tener en cuenta que este es el símbolo del contrato que se establece entre Dios y su pueblo: una alianza, un pacto donde Dios da, pero espera recibir algo a cambio.

La historia nos hace ver que los labradores no querían cumplir su trato. El texto nos lo explica: Dios quiere recibir lo que le corresponde. Pero ¿por qué los labradores no entregan su parte? ¡Es simple! No había frutos o los frutos eran malos. No habían trabajado, habían echado a perder la cosecha, no tenían lo que se les había pedido o se lo habían robado, habían perdido su tiempo y no se habían empeñado en cuidar y cosechar. Por tal razón, matan a los criados que son enviados y matan al Hijo para quedarse con su herencia. Nadie podría reclamar así la herencia de la viña.

Demos fruto

El mismo texto nos da a entender con referencia a la primera lectura de hoy (cf. Is 5) que la viña que Dios ha plantado, será dada otros labradores que entreguen frutos a su tiempo. De hecho, con la muerte de Jesús en la cruz, el Reino de Dios ha sido entregado en germen a la Iglesia. De ella depende que se produzcan los frutos necesarios, que no es más que las frutos, dones y carismas que el Espíritu Santo va suscitando en cada fiel.

Ahora bien, hermanos, cada uno de nosotros podemos vernos reflejados en el texto. Dios ha plantado una viña en cada uno de nosotros y nos la ha dado en arriendo. ¿Qué pasará cuando el Señor nos pida los frutos? Actuaremos como los judíos que rechazaron a los profetas y al mismo Hijo de Dios, o daremos buenos frutos como los que nos proponía san Pablo. ¿Estoy dando ahora mismo buenas uvas o mis frutos son agrazones? Si doy agrazones, ¿qué quiero cambiar?

Feliz domingo

 

Isaías 5, 1-7

Filipenses 4, 6-9

Mateo 21, 33-43

Juan Carlos Rivera Zelaya

Sacerdote de la Diócesis de Jinotega - Nicaragua. Licenciado en Teología Dogmática por la Universidad de Navarra - España. Fundador del blog Paideia Católica sobre formación católica

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