Amar al prójimo hoy – Domingo XXX del Tiempo Ordinario – A

Juan Carlos Rivera Zelaya

octubre 24, 2020

Seguimos el ritmo del año litúrgico, en este tiempo ordinario que nos permite ir conociendo más la vida, el mensaje y la obra de Nuestro Señor Jesucristo. En medio de esta situación difícil que vive todo el mundo a causa de la pandemia del coronavirus, el aliento de la caridad no es solo una petición, sino una exigencia para el cristiano de hoy. ¿Cuál es la esencia del cristianismo? ¿Qué lo diferencia de otras religiones? La respuesta es el núcleo del evangelio: el amor en Jesús que se proyecta hacia los demás, sobre todo hacia los más necesitados.

En este domingo la Iglesia nos invita a reflexionar sobre el gran mandamiento, la gran ley de la Revelación de Dios: el amor. El encuentro que se produce entre Dios y los hombres, es un encuentro de amor que nos envuelve en el misterio también de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Este misterio que celebramos en la Eucaristía, por el que nos unimos a Jesucristo eucaristizado por amor, se proyecta hacia la comunidad de los hermanos en Cristo y hacia el mundo entero. Veamos qué nos dicen las lecturas.


Lee las lecturas de la Liturgia de la Palabra que inspiraron esta reflexión aquí:

Lecturas


El éxodo, la ley y la Alianza

La primera lectura está tomada del libro del Éxodo. Este libro forma parte de los cinco primeros libros de la Biblia que son conocidos con el nombre de Pentateuco. Tenemos presente, por cultura general, que la historia del Éxodo es la narración de la liberación del pueblo de Israel de las ataduras de aquel Egipto opresor y del gran milagro del paso del mar rojo. Alguien más culto recuerda que en el libro del Éxodo se entregaron los 10 mandamientos en unas tablas. Pero el libro del Éxodo es más que eso.

Aunque esta parte narrativa del Éxodo a la que hemos hecho alusión es una referencia clásica, que nos recuerda que cómo Dios interviene en la historia del hombre; ciertamente, el centro de este libro debemos situarlo en otro acontecimiento: la Alianza de Dios con su pueblo. Dios ha liberado a su pueblo para establecer una alianza, un contrato, un pacto. Dios le brinda al pueblo la salvación, pero el pueblo necesita responder ante esa salvación (tierra prometida). ¿Por qué el pueblo tiene que responder? ¿A caso la salvación no es gratuita? Sí, la salvación es gratuita; sin embargo, Dios quiere que el pueblo responda, pues en la respuesta está la salvación.

Para eso, Dios ofrece a su pueblo una ley que debe cumplir. En esencia esa ley está contenida en los 10 mandamientos y garantizan que el hombre cuide la relación que tiene con Dios. Esa relación se cuida a través del amor, pues por amor Dios ha querido salvar a su pueblo y la respuesta en la ley que brinda, es que el pueblo lo ame a Él y se ame entre sí. Los 10 mandamientos son las normas universales por las que el hombre guarda esa alianza que ha establecido con Dios y que lo constituye, a su vez como un pueblo.

La discusión: la ley

Sin embargo, al pueblo le hacía falta un código práctico que regulara otras situaciones específicas. Así, esa ley que se resumía en el amor se fue llenando de más y más normativas que hacían perder de vista el centro real de la Alianza. Se formularon más de 613 normas que llegaron a regular el vestido, la comida, las finanzas, incluso hasta cómo se lavaban las manos antes de comer (cf. Mt 15, 1-25). El evangelio que escuchamos hoy se enmarca en ese contexto.

El capítulo 22 de san Mateo nos presenta las diferencias doctrinales entre Jesús y los judíos de su tiempo sobre todo con los fariseos y los saduceos. El domingo pasado escuchamos a Jesús discutiendo con los fariseos acerca de los impuestos, y hoy acerca del mandamiento principal en la ley. Todo esto lo hacen para poner a prueba a Jesús y hacerlo quedar mal, pero el Señor les recuerda cuál es el centro de la ley que ellos dicen cumplir.

Los fariseos eran un grupo de judíos que gustaban de practicar todas las normas para cumplir con la alianza establecida entre Dios y su pueblo. Eran muy rígidos y tenían una reputación intachable. El mismo san Pablo, antes de su conversión, se consideraba del partido de los fariseos (cf. Flp 3,5; Hch 23,6) y en general eran bien vistos por la gente. Pero, por sus enfrentamientos con Jesús y con las primeras comunidades cristianas; podemos saber que tenían como meta cumplir la ley por su propio esfuerzo y no dejar que el amor de Dios actuara a través de ellos. En resumen, el centro de sus vidas era la ley y no Dios y la experiencia del amor que salva.

Jesús: la propuesta del evangelio

Jesús tuvo muchas dificultades con los judíos de su tiempo por esta razón, él les hacía ver que se centraban en la ley y no en la alianza de amor. Ellos se quedaban en los preceptos, como norma de justificación ante Dios, y no en el amor a Dios y al prójimo como motor de salvación. Así para los fariseos – por ejemplo – era más importante cuidar cuántos pasos se daban en el sábado o no caer en impurezas, que ayudar a alguien que estaba herido en un camino (cf. Lc 10, 25-37).

Por eso ante la pregunta que hoy le hacen a Jesús sobre el mandamiento principal, Él nos recuerda: el amor a Dios – sumando – y al prójimo. Jesús nos recuerda que el centro de la Alianza es el amor que se traduce en la manifestación religiosa y cultual en la oración personal y la liturgia, en el cumplimiento de normas morales y en la evangelización. Pero, además, también esta ley nos invita a mostrarnos atentos a nuestro prójimo. En la parábola del buen samaritano, podemos recordar además quien es ese prójimo: aquel que necesita de nuestra ayuda. En esto consiste la novedad del evangelio anunciado por Cristo.

El amor al prójimo

En síntesis, la invitación que hoy la Iglesia nos hace es a centrar nuestra mirada en la relación de amor que se nos brinda en la Eucaristía, en la lectura de la Palabra, en la oración personal, en la confesión y demás sacramentos, en la vida de gracia. Ese amor que nos salva y redime; y, que nos invita a salir de nosotros mismos para anunciarlo a los demás, pero también a hacerlo operativo siendo atentos a las necesidades de los que sufren, de los que están pasando situaciones difíciles, de aquellos que están en el olvido.

La primera lectura nos lo recuerda. Dios nos pide que debemos estar atentos a las necesidades del prójimo: del huérfano, de la viuda, del pobre, del emigrante. Ciertamente es necesario prestar atención a las necesidades materiales de los pobres, pero además, hoy en nuestro contexto, también es necesario mirar a los pobres y marginados existenciales, los excluidos de nuestra sociedad: el anciano, el niño rarito del salón, el enfermo de SIDA, el deprimido, incluso mi familiar al que no le he hablado en mucho tiempo.

¿Cuándo fue la última vez que le pregunté a un familiar, amigo o vecino que cómo estaba? Porque hoy quizá no es necesario dar algo, pero sí dar tiempo. La gente necesita de amor, amor efectivo, no solo de dinero, sino de acompañamiento, de comprensión de cariño. Hoy, en esta sociedad rica y opulenta, en la que muchos son excluidos, es necesario que los cristianos brillemos por el amor que brindamos. ¿Nos dejamos llevar por la cultura del individualismo y de la indiferencia o mostramos el amor que decimos predicar? Sobre todo, en este tiempo de pandemia, ¿yo he dejado solo a mi prójimo y lo he dejado hundirse en la orfandad y la miseria por mi individualismo?

Juan Carlos Rivera Zelaya

Sacerdote de la Diócesis de Jinotega - Nicaragua. Licenciado en Teología Dogmática por la Universidad de Navarra - España. Fundador del blog Paideia Católica sobre formación católica

Te puede interesar leer esto

0 comentarios

Deja un comentario