Celebrar esta solemnidad, es reconocer que Cristo es el Rey del universo. Su Reino es el Reino de la verdad, la vida, la gracia, de la justicia, del amor y la paz. Fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de marzo de 1925. Antes se celebraba el último domingo de octubre, hoy en una forma más lógica se ha propuesto como culmen para todo el año litúrgico.
«La paz de Cristo en el reino de Cristo» el lema del Papa Pío XI, buscaba motivar a todos los hijos de la Iglesia para que aportasen, cada cual, en su particular ámbito de competencia, a la construcción de un nuevo orden social según los principios que, para la convivencia posee la Iglesia.
Si quieres leer las lecturas que inspiraron esta reflexión:
Como reflexionamos en la liturgia de la palabra, hay un sentido escatológico, algo que ya podemos pregustar, pero que todavía no está acabado, conocido en la teología como: el ya, pero todavía no. Pues celebramos a Cristo como Rey de todo el universo. Sabemos que el Reino de Cristo ya ha comenzado, pues se hizo presente en la tierra a partir de su venida al mundo hace casi dos mil años.
Pero Cristo no reinará definitivamente sobre todos los hombres hasta que vuelva al mundo con toda su gloria al final de los tiempos, en la Parusía. Parusía, palabra griega que en la antigüedad usaban para designar cuando un gobernante o rey iba a llegar a un pueblo. «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos». (Cf, Mt 25,31-32).
EXPLOTADOS Y EXPLOTADORES
La primera lectura tomada del profeta Ezequiel nos recuerda que Dios ha hecho salir a su pueblo de los diversos países en donde estaba disperso por culpa del destierro, provocado por los babilonios en el año 598 a. C (Cf., Ez 34,12). El pueblo de Israel es comparado a un rebaño que, dejando los parajes tenebrosos, va a encontrar buenos y nuevos pastos. (Cf, Ez 34,12-14).
El profeta atribuyó la experiencia del destierro como culpa de aquellos gobernantes y líderes religiosos que, en lugar de cuidar al pueblo de Dios, se han aprovechado del rebaño. En vez de gobernar con justicia, han oprimido al rebaño con brutalidad de trato. Pero la culpa no solo es de los dirigentes, sino también, de todos aquellos miembros del pueblo, ricos y fuertes que han explotado a los pobres y débiles.
El débil es representado en la oveja herida, que Dios busca incesantemente para curarla. En el carnero y macho cabrío el profeta representa a la gente con poder opresor, violentos, económicamente, fuertes e influyentes, que se comen lo mejor y pisotean el resto con sus pezuñas. ¿Cuánto hambre material y moral, enfrentan hoy muchas sociedades? por culpa de los arreglos entre los que dirigen el estado y la empresa privada, protegiendo sus intereses y no velar por el bien común.
En clave de futuro esperamos el Reino de Cristo, donde ya no habrá injusticia, ni llanto. Pero somos llamados desde ya, a construir ese Reino. Buscando así la salvación de todos, invitando a la conversión. No podemos estar pensando hermanos que es voluntad de Dios que estemos pasando hambre, que nuestro país se dirija a la ruina y nosotros no podemos hacer nada. Es tarea de cada uno desde su posición, colaborar con la construcción de ese Reino.
LO HORIZONTAL SE VUELVE VERTICAL
Los laicos de forma directa, tienen que iluminar con la luz del Evangelio, todos los sistemas sociales, la lucha por los derechos humanos es una tarea actual de la Iglesia, porque no se salvará solo el alma, sino la persona entera, compuesta por alma y cuerpo. No pretendemos suplantar lo que compete al estado, tampoco somos una ONG. Pero no le podemos predicar al hambriento, porque no nos va a escuchar, no podemos comenzar a hablar del cielo, si en la tierra estamos mal.
San Juan de la Cruz tiene un verso preciosísimo, cuando dice: «Y en la tarde de tu vida te examinarán sobre el amor». No seremos examinados por nuestra fama, por lo que aparentamos, por si hablábamos bien en público y predicábamos bonito, se nos preguntará el día del juicio ¿Cuánto amamos?
Lo decisivo en este Evangelio es la actitud de amor o indiferencia, hacia los hermanos más pequeños de Jesús, que se encuentran en una situación de extrema necesidad: hambrientos, sedientos, forasteros, desnudos, enfermos y encarcelados. La razón última está en la íntima solidaridad que existe entre éstos y Jesús: lo que se hace con ellos, se hace con Jesús. Cuando nuestra caridad la motiva el verdadero amor a Dios lo horizontal se hace vertical. Nuestras obras aquí en la tierra, nos aprovechan para nuestra salvación.
San Juan Crisóstomo llegó a expresar con mucha claridad este desafío que se plantea a los cristianos: «¿Desean honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecien cuando lo contemplen desnudo […], ni lo honren aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonan en su frío y desnudez». La paradoja es que a veces, quienes dicen no creer, pueden vivir la voluntad de Dios mejor que los creyentes. (PP. FRANCISCO, Fratelli Tutti, 74).
Vivimos el Reino cuando hacemos el bien. Cuando vivimos este evangelio que nos invita a ser caritativos. Se vive el reino cuando la madre acompaña sin importar las circunstancias, el crecimiento de su bebé, desde la concepción hasta el momento en que éste alcanza la mayoría de edad. Cuando el padre de familia cuida de su familia, trabajando incansablemente para poner el pan cada día en la mesa.
Hacemos a Cristo Rey de nuestras vidas, cuando nos reconocemos frágiles ante Él y pedimos el auxilio de su gracia para ser mejores cada día. Cuando compartimos lo poco o mucho que tenemos con el necesitado. Muchos no católicos, también pertenecen al gran rebaño del único Pastor y al final de los tiempos, estaremos reunidos con Él.
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