Retomamos el camino que hemos iniciado el domingo pasado, con esta celebración del Segundo Domingo de Adviento. El Adviento es el tiempo de ponernos en marcha, de prepararnos, de ver hacia el horizonte, de avanzar, de no quedarnos estáticos, de movernos en la historia, tanto la personal como comunitaria. Para emprender esta marcha es necesario, sin embargo, preverla y prepararla. Hoy las lecturas que nos ofrece la Iglesia para meditar, tienen como tema central precisamente la preparación del camino.
En efecto, los cristianos católicos debemos vivir nuestro paso por la Tierra, nuestra temporalidad actual, como una preparación en vistas hacia el horizonte de nuestra esperanza: el Retorno Glorioso del Señor Resucitado. Junto a la Encarnación y el Misterio Pascual (el pasado que se hace presente ahora); la Iglesia celebra en el hoy de la historia la preparación histórica del final escatológico: la parusía de Nuestro Señor. Todos los cristianos vivimos de la fe en Cristo Resucitado, hacia la espera de su parusía y en el amor a Dios de la celebración eucarística, que se hace operativa en la caridad con los hermanos.
Lee las lecturas que inspiraron esta reflexión aquí:
El tiempo – nuestro paso por esta tierra – ya no es una simple carga o un lanzamiento violento hacia la nada de la que hoy se habla como el destino último del ser humano. En cambio, para el cristiano, el tiempo es un regalo para preparar el camino para el Señor glorioso que retornará. ¡Qué dicha tenemos de ir poco a poco acercándonos al final de la historia!, ¡y de la mejor historia! Es una serie cuyo final será feliz, no de destrucción (cf. 2Pe 3, 8-14), sino de transformación. Ese día será el momento en el que se cumpla el anhelo del salmista: la paz y la justicia se besarán, pues Dios anunciará la paz a su pueblo y a sus amigos (cf. Sal 84).
Isaías
La primera lectura de este domingo está tomada del libro del profeta Isaías. Se contextualiza en un momento crucial para la historia del pueblo de Israel, en torno al exilio en Babilonia. Este profeta – llamado por los estudiosos bíblicos como el deuteroisaías – interviene en el panorama de la historia concreta de Israel para anunciarles la intervención próxima de Dios. El mismo que los sacó de Egipto, que se involucró en el sufrimiento y dolor del pueblo, los volverá a sacar de las vicisitudes del momento que están viviendo. Pero ahora, dice el profeta, es momento de preparar el camino del Señor:
«En el desierto prepárenle un camino al Señor; allanen en la estepa una calzada para nuestro Dios».
El profeta se presenta como el enviado del Señor a mostrar que Dios llegará con poder y fuerza, a cambiar el sufrimiento en alegría. Reunirá a todas las tribus de Israel que fueron dispersadas por el pecado. En este advenimiento glorioso (Adviento), ese poder se mostrará de una manera tal que transformará completamente no solo a Israel, si no además, a todos los pueblos. Este anuncio profético de Isaías, volverá a resonar en otro profeta, el último del Antiguo Testamento y el único en este sentido del Nuevo Testamento: en San Juan Bautista.
San Juan Bautista
Una de las figuras prominentes, tanto del Adviento, como de toda la Historia del Salvación es ciertamente el Bautista. Este personaje un poco extraño, del que se habla muy poco en el Nuevo Testamento, pues muere pronto para dar paso a la historia de Nuestro Señor, sirve –según los padres de la Iglesia– como la división entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: «Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el antiguo y el nuevo» (San Agustín).
De hecho, en el evangelio según san Marcos podemos notar cómo el autor es consciente de misión del Bautista, pues nada más empezar su Evangelio, toma las palabras de Isaías para actualizarlas en el nuevo Isaías: el Bautista. Este nuevo Isaías, se presenta como el heraldo de una síntesis de todas las esperanzas mesiánicas de su tiempo, en las que el Reino de Dios y el día del Señor, confluirían en una única persona: Jesús el Señor, Dios y hombre verdadero, que ha venido para salvar al mundo.
El Bautista vuelve a pedirnos, tal como lo hizo Isaías, que enderecemos el camino del Señor: él viene prontamente, su Reino está cerca. Además, según el evangelio de san Lucas – el Reino de Dios está ya entre nosotros (cf. Lc 17, 20-22). Como ya hemos aludido el domingo pasado, el Reino de Dios está ya operando en el hoy de la historia en la persona de Jesucristo, pero en un todavía no del futuro escatológico. La pregunta clave es qué hacer para preparar el camino.
¿Qué debemos hacer para preparar el camino?
Tenemos un destino, los cristianos tenemos narrado o espoileado (neologismo a partir del inglés spoiler: adelanto), el fin de nuestra historia. También tenemos espoileado el qué debemos hacer para preparar el camino del Señor: vivir en la dinámica de la fe, la esperanza y el amor, pero sobre todo en el amor, pues quien ama, cree y espera. Para el cristiano, las instrucciones para preparar el camino están más que narradas: el Adviento nos vuelve a poner en disposición de escucharlas y de practicarlas.
Este momento es un tiempo de preparación pues el Señor ya llega: pero ¿cómo me encontrará? El tiempo para preparar es ahora, hoy, en esta celebración, no mañana, ni pasado: ¡hoy! Debemos empezar por replantear todos los aspectos de nuestra vida a partir de esta espera: desde nuestra relación con nuestros amigos, vecinos y familiares; hasta nuestra relación con Dios y conmigo mismo. ¿Cómo estoy aprovechando mi tiempo para amar? ¿Estoy saliendo de mí mismo para entregarme a los demás? ¿Estoy compartiendo mi fe con los otros? ¿Estoy viviendo mi vida de cara a Dios?
Muerte y adviento
No creamos que tenemos mucho tiempo, la vida se nos va en un instante. La muerte, es el final de este tiempo de preparación. Ya no habrá tiempo después de la muerte y es algo que tenemos a la vuelta de la esquina. ¡No falta mucho tiempo! Como decía un santo español, enamorado de Centroamérica: «Acordaos, hermanos, que un alma tenemos y si la perdemos, no la recobramos» (Santo Hermano Pedro de san José de Betancur).
Dios quiera que aprovechemos este tiempo de Adviento, y que a partir de esta celebración, nuestra vida se torne un eterno adviento, preparando y viviendo en la expectación de la segunda venida del Señor, de ese encuentro de mi yo con el Yo del Señor. Y ojalá que estas palabras de hoy sirvan para que por fin nos decidamos a cambiar, a reparar, a limpiar, a preparar, a componer, a remendar, a allanar los caminos del Señor. Amén.
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