Hola hermanos, nos encontramos ya en el tercer Domingo del tiempo de espera y preparación. El espíritu de espera ansiosa crece durante las semanas de Adviento, introduciendo en este tiempo alegría por el encuentro con la persona de Cristo. En medio de las exigencias que implica el cristianismo, nos llenamos también de júbilo porque Jesús nos trae la salvación.
Por tal motivo los celebrantes usan vestiduras de un gozoso rosa claro, y además este domingo toma el nombre de “Gaudete” (Alégrense) de los primeros versos de la antífona de entrada que, desde hace siglos, se canta en este día. Escribe san Pablo: «Alégrense siempre en el Señor» (Flp 4, 4).
Lee las lecturas que inspiraron esta reflexión aquí:
DIOS CONSUELA A SU PUEBLO
Del niño nacido en un establo y del que vendrá sobre las nubes, Isaías dice: «El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren». (Is 61,1). Este texto manifiesta las características de Cristo y cuando inaugura su ministerio, hace propio este texto. Reconocer el poder de Cristo sobre todos los males, que aquejan a las personas y sociedades nos llenarán de alegría.
Dios es el Dios de los humildes y los mansos, totalmente entregados a los designios misteriosos de Dios, los que esperan la justicia, no de los hombres sino del Mesías. La gran obra del Espíritu Santo en los que sufren es preparar la gozosa venida de Cristo en nuestras vidas. El Espíritu prepara para el Señor «un pueblo bien dispuesto» (cf. Lc 1, 17).
Con la Pandemia, los desastres naturales, injusticias en la sociedad e instituciones, Dios no nos ha abandonado, Él ha sido nuestro principal refugio, cuando perdíamos las esperanzas, o ya no encontrábamos salida a nuestros problemas. Dios ha puesto ángeles de carne y hueso en nuestras vidas, que, con un pequeño gesto, nos dieron ánimos para seguir adelante.
LA VERDADERA ALEGRÍA
La mayoría hemos escuchado las famosas palabras del Papa Francisco sobre ser cristianos alegres. Nuestra alegría nace del encuentro con la persona de Jesús que es amor, misericordia, perdón, verdad, justicia, etc. San Agustín lo había entendido muy bien; en su búsqueda de la verdad, de la paz, de la alegría, tras haber buscado en vano en múltiples cosas, concluye con la célebre frase de que el corazón del hombre está inquieto, no encuentra serenidad y paz hasta que descansa en Dios (cf. Confesiones, I, 1, 1).
No es fruto del divertirse, entendido en el sentido etimológico de la palabra “di-vertere”, es decir, desentenderse de los compromisos de la vida y de sus responsabilidades. La verdadera alegría está vinculada a algo más profundo. Ciertamente, en los ritmos diarios, a menudo frenéticos, es importante encontrar tiempo para el descanso, para relajarnos, pero la alegría verdadera está vinculada a la relación con Dios. Quien ha encontrado a Cristo en su propia vida, experimenta en el corazón una serenidad y una alegría que nadie ni ninguna situación le pueden quitar. (BENEDICTO XVI., Ángelus 11-12-2011)
La verdadera alegría no es un simple estado de ánimo pasajero, ni algo que se logra con el propio esfuerzo, sino que es un don, nace del encuentro con la persona viva de Jesús, de hacerle espacio en nosotros, de acoger al Espíritu Santo que guía nuestra vida. Es la invitación que hace el apóstol san Pablo, que nos dice, en la segunda lectura de hoy: «Que el mismo Dios de la paz os santifique totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo se mantenga sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Ts 5, 23).
«Alégrese el corazón de los que buscan a Dios» (Sal 105,3). Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, “un corazón recto”, y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios. La Alegría es fruto del Espíritu Santo que debemos pedir. (CEC 30).
VOZ QUE GRITA EN EL DESIERTO Y LUZ DE ESPERANZA
Ante tantos desiertos que experimentamos en nuestras vidas cotidianas, los cristianos necesitamos ser para muchos como Juan el bautista que anunció La Palabra. Porque el sólo era la voz, el instrumento que sirve para comunicar la palabra, Cristo es la única y gran Palabra de Dios, que se hizo carne para redimirnos.
Necesitamos llevar esperanza incluso en los ambientes más difíciles. En aquellos momentos en que no vemos la luz al final del túnel. En un mundo lleno de soberbia, egoísmo e indiferencia, como cristianos necesitamos hoy ser luz, anunciar y denunciar. Iluminar este mundo no con la luz propia, sino aquella que irradia de la santidad con Cristo. Necesitamos fortalecernos siempre de la oración, sacramentos y vida en comunidad para no desfallecer.
En este tiempo de Adviento reforcemos la certeza de que el Señor ha venido en medio de nosotros y continuamente renueva su presencia de consolación, de amor y de alegría. Confiemos en él; como afirma también san Agustín, a la luz de su experiencia: «El Señor está más cerca de nosotros que nosotros mismos» (Confesiones, III, 6, 11).
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