Queridos hermanos
Con la fiesta solemne del Bautismo del Señor, culminamos el tiempo de la Navidad. Verdaderamente, este corto pero profundo y significativo tiempo del año litúrgico es un momento preciso para ahondar en el misterio de Jesucristo, que se revela al mundo entero como la salvación de los hombres. La Navidad toda es el tiempo de la celebración de la manifestación del Hijo de Dios que ha venido a salvarnos.
Las tres grandes fiestas de este tiempo: la Natividad, la Epifanía y el Bautismo del Señor, tienen la intención de mostrarnos el misterio de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que se muestra, revela y manifiesta, asumiendo la naturaleza humana e iniciando un ministerio de salvación entre los hombres asociándolos a su misterio. Precisamente hoy, con esta solemnidad del Bautismo del Señor, los cristianos celebramos que Jesús se manifiesta como el Hijo de Dios, en el inicio de su ministerio, y que ha venido a hacer a los hombres hijos de Dios.
Lee las lecturas que inspiraron esta reflexión aquí:
El Siervo de Yahvé
La primera lectura está tomada del libro de Isaías, un libro amplio que – según los expertos – pertenece a 3 escritores de distintos momentos. La lectura que escuchamos pertenece a la segunda sección del libro y está contextualizada en el exilio de Babilonia. Los israelitas estaban deportados en una tierra lejana, en una situación difícil, con la pena de haber perdido la libertad y la cercanía de Dios. Dios al parecer se había olvidado de su pueblo a causa del pecado. Es en este contexto, en el cual surge entre ellos un profeta (el segundo Isaías).
Este profeta anuncia la venida de un Siervo del Señor, que pondrá fin al sufrimiento del pueblo. Este siervo, será conducido por el Señor para que «abras los ojos de los ciegos, saque a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en tiniebla». Con estas imágenes, se nos anuncia que este siervo será Aquel que otorgue la salvación definitiva al pueblo y se establezca «la justicia sobre las naciones».
Este siervo tendrá al menos tres características, la primera es que será conducido por el Espíritu Santo. El texto dice: «En él he puesto mi espíritu». La segunda es que su misión será llevada a cabo en silencio entre los hombres: «No gritará, no clamará, no hará oír su voz por las calles». Y la última es que será aquel sobre el que se construirá un pueblo: «te he constituido alianza de un pueblo». Los cristianos hemos identificado este siervo con Jesucristo.
Jesús el Siervo del Señor
San Pedro, en el discurso que escuchamos hoy como segunda lectura, y que está tomado del libro de los Hechos, nos recuerda que Jesús es este Siervo del Señor. Este personaje que Israel estuvo esperando para que se le fuera anunciada la paz, al fin llegó en Jesucristo. Sin embargo, hay un cambio sustancial: este anuncio de la paz y la justicia, ya no solo es para Israel, sino para todo el mundo.
Esta misma idea se enmarca en el Evangelio que hemos escuchado. Es un texto corto de san Marcos, pero revela el cumplimiento de la profecía de Isaías en cuanto que quien iba a cumplir los deseos de paz está entre ellos y al mismo tiempo una ruptura que abre una posibilidad de salvación no solo para Israel, sino para el mundo. Ese es el sentido de la narración que hemos escuchado hoy.
En efecto, Juan el Bautista anuncia que llegará alguien que será el Siervo de Yahvé. Juan se presenta así mismo, como el nuevo Isaías que anuncia la llegada de Aquel que traerá el Espíritu Santo. En eso, Jesús se aparece desde Nazaret y se hace bautizar en el Jordán por Juan, para manifestar que Él es el Siervo de Yahvé que traerá al Espíritu Santo. Se cumple así la profecía de la llegada del Siervo; pero se inaugura al «salir del Jordán», es decir superando la misma profecía, el tiempo del Hijo que es presentado por el Padre. Por eso, se oye una voz que dice: «Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias».
Jesús el Hijo que hace a los hombres hijos
Juan bautizaba para la conversión y el perdón de los pecados, es decir, cumpliendo con la tarea de Isaías, de dirigir al pueblo hacia Dios y de preparar el camino para su encuentro. Pero Jesucristo, Él bautizará con el Espíritu Santo y en Él se inaugurará el nuevo pueblo de Dios. Un pueblo en el que ya no estará involucrado solo Israel, sino todo aquel que quiera aceptar el plan de salvación que Jesús le ofrece. Él será la Alianza de este pueblo nuevo, en el que actuará la fuerza del Espíritu Santo.
Precisamente, hoy que celebramos el Bautismo del Señor, también hacemos memoria de nuestro propio bautismo. En efecto, al salir de las aguas del Jordán, Jesús se manifiesta como el Hijo de Dios, que quiere hacer de los hombres hijos de Dios, por medio de la acción del Espíritu Santo. Esto se realiza en cada hombre por la incorporación a Cristo en el Bautismo, como acción del Espíritu Santo. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
El fruto del Bautismo, o gracia bautismal, es una realidad rica que comprende: el perdón del pecado original y de todos los pecados personales; el nacimiento a la vida nueva, por la cual el hombre es hecho hijo adoptivo del Padre, miembro de Cristo, templo del Espíritu Santo. Por la acción misma del bautismo, el bautizado es incorporado a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y hecho partícipe del sacerdocio de Cristo. (CEC 1279)
Nosotros somos hijos de Dios
Así se cumple entonces, que, por medio de la acción del Espíritu Santo, ya el siervo del Señor no es solo Jesucristo, sino cada uno de los cristianos. Estamos llamados a ser partícipes de la misión del Hijo en la construcción de una nueva sociedad. El bautizado es alter Christus (otro Cristo) en el mundo, que construye la paz y la justicia, y que busca la salvación de los demás.
La celebración de la manifestación de Jesús en el Jordán como el Hijo de Dios, es el inicio de su ministerio de salvación, pero también es el recordatorio de nuestro propio ministerio como bautizados. Porque saliendo del Jordán Jesús es presentado como Hijo de Dios y saliendo de las aguas de la pila bautismal, también nosotros fuimos presentados como hijos de Dios. No olvidemos nuestra condición de bautizados, miembros de la Iglesia, que en palabras de san Agustín es el Cristo Total. Buen Domingo.
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