La liturgia de la Palabra este domingo nos hacen un llamado a escuchar a los verdaderos profetas de Dios. Son quienes nos indican la voluntad de Dios, pero no solo con palabras, sino que lo manifiestan con su vida. Tomando esta idea, quiero hacer el llamado a que seamos coherentes con lo que decimos y hacemos. Porque con nuestro bautismo, hemos sido constituidos profetas en Cristo.
En la Iglesia podemos analizar las dos caras de la moneda: La incoherencia de tantos fieles, que provoca el repudio de quienes no son católicos. Y también aquellos que, un día sirvieron en la Iglesia, no se animan si quiera intentar regresar. La otra cara de la moneda; El cristiano con una vida coherente, que anuncia la salvación y denuncia el mal, no le podrá caer bien a todo mundo, porque quienes están implicados con sistemas o estructuras que oprimen al hombre, se sentirán aludidos y podrán reaccionar para bien o para mal.
Lee las lecturas que inspiraron esta reflexión aquí:
¿QUIENES SON Y QUE HACEN LOS PROFETAS?
En la primera lectura Dios manifiesta la promesa que, nunca dejará abandonado a su pueblo. Siempre suscitará hombres carismáticos a su servicio, para orientar al rebaño y no dejarlo a la merced de lobos rapaces. Los profetas mantienen vivas la esperanza que Dios está con su pueblo y anuncian el plan de salvación a todo hombre.
Son los hombres que también denuncian las infidelidades que cometemos a Dios y todo el mal que hacemos al prójimo. «Los profetas llaman a la conversión del corazón y, al buscar ardientemente el rostro de Dios» (CEC 2595). Hay que aprender a diferenciar los profetas al servicio del Señor y aquellos que pregonan mensajes falsos, para sus propios intereses.
El versículo veinte nos da un criterio para distinguirlos: «Pero si el profeta tiene la presunción de decir en mi nombre una palabra que yo no le he mandado decir, o si habla en nombre de otros dioses, ese profeta morirá» (Dt 18, 20). El fenómeno profético no es exclusivo de Israel, estaban los falsos profetas que, con su trucos y espectáculos montados, querían atraer a la gente hacia falsos dioses o divinizando a los líderes políticos.
PROFETAS AL SERVICIO DEL ÚNICO DIOS
Es probable – comentan los especialistas en biblia – que este pasaje tenga presente las luchas entre los profetas de Baal y el profeta Elías, durante el reinado de Ajab y Jezabel. Elías actuó en el reino de Israel por los años 850 a.C. Elías representa el prototipo de los conflictos entre profetas y gobernantes, conflictos que nacían de la fe del profeta en Dios, contrastada con la realidad de los hechos. Ajab aconsejado por su mujer, Jezabel, asesina a Nabot para robar su viña (Cfr. 1 R 21).
A partir de Elías, los profetas toman el camino de la defensa de la vida del pueblo contra la prepotencia del poder. El gobernante no es dueño ni de Dios, ni del pueblo. Su poder no es ilimitado, ni puede ser usado sin control. El único dueño de todo y de todos es Dios.
Demostrando así, que los profetas de Dios nunca estarán al servicio de los poderosos, ni en la búsqueda de sus intereses personales. Impulsados por el Espíritu, los profetas no se dejan encadenar, ni amordazar por ninguna institución; están por encima de todas. Su autoridad moral les permite dar órdenes a todo el pueblo de Israel, incluidas las autoridades.
PROFETAS QUE ENSEÑEN CON AUTORIDAD
El pueblo reconoce que Jesús tiene autoridad no solo porque hasta los espíritus inmundos se le someten. Si no porque sus Palabras concuerdan con sus hechos. No como los escribas, de ellos llegó a decir Jesús: «Hagan, pues, y observen todo lo que ellos digan; pero no imiten su conducta, porque dicen y no hacen» (Mt 23,3). Cuánto daño le hacemos a nuestra Iglesia, por nuestra incoherencia.
Como que fuésemos dos personas distintas, en la iglesia soy la persona piadosa, cristiana, amable y servicial. Pero en la calle soy otra persona; involucrados en chismes, fraudes, injusticias, maltrato humano y destruyendo la flora y fauna que Dios nos encomendó cuidar. Hermano Dios nos pedirá cuenta por todo lo que hicimos.
Obviamente que, arrepintiéndonos en vida, acercándonos al sacramento de la reconciliación, obtendremos su misericordia y el perdón de nuestros pecados. Pero no dejemos la conversión para después, debe ser ahora. Con el testimonio nuestra palabras serán más efectivas y seremos escuchados.
EXPULSAR LOS DEMONIOS
Jesús expulsa un demonio de una persona religiosa, un hombre que estaba en la Sinagoga estaba poseído. Podemos ser religiosos, católicos y estar acogiendo y acurrucando demonios en nuestra vida sin darnos cuentas. No solo pensemos en demonios infernales, que se manifiestan físicamente, no espiritualicemos rápidamente la palabra demonio del evangelio.
También existen los demonios que quitan la alegría, la felicidad, el deseo de libertad. Jesús sigue expulsando los demonios que destruyen al ser humano. Tampoco podemos permitir esos demonios que me hacen tener un corazón sin dolor ante el sufrimiento ajeno, inconsciente, que me hace vivir con una conciencia negra y sin valores. Si nosotros somos otro Cristo en la tierra, debemos hacer lo mismo y ayudar a que otros se liberen.
En el nombre de Jesús tenemos que expulsar el demonio de nuestras familias, cuando hay relaciones rotas, silencios que separan, las pequeñas ofensas, son demonios que rompen nuestra relación familiar. El poder liberador de Jesús se manifiesta en lo que nosotros hacemos, a través del compromiso liberador de sus discípulos, cuando luchamos al lado de los últimos, los crucificados de la historia.
Cada uno de los cristianos debemos preguntarnos si nos estamos acomodando, encerrados en nuestros miedos, paralizados por nuestros enredos teológicos, pastorales o si estamos más bien en permanente salida de amor, estar ahí donde la gente sufre, para llevar a Jesús. Que Dios nos libre del demonio de la indiferencia y nos haga profetas libres y que liberan.
0 comentarios