Estimados hermanos. Nos aventuramos a introducirnos otro domingo más en el rico banquete que nos ofrece la Liturgia de la Palabra de la celebración eucarística. En este quinto domingo del Tiempo Ordinario del ciclo B, la Iglesia nos permite ir descubriendo quién es Jesús y cuál es el objetivo de su misión. Y más aún, la pregunta radical: ¿por qué lo seguimos? Porque esa es la esencia del cristianismo, seguir a este hombre que dice que es Dios y que tiene una misión: anunciar el evangelio. ¿Por qué vamos nosotros detrás de él?
Lee las lecturas que inspiraron esta reflexión aquí:
La misión de Jesús
En este domingo quinto del ciclo B, la Iglesia nos propone seguir contemplando el evangelio de san Marcos. La perícopa que escuchamos el domingo pasado nos contextualizaba en la sinagoga de Cafarnaúm (en la región de Galilea) y cómo Jesús liberaba un hombre poseído por un demonio. La perícopa de hoy continúa el relato y ahora encontramos a Jesús curando a la suegra de Pedro de una fiebre. Además, el escritor sagrado nos explica que muchos enfermos lo seguían para que curase sus enfermedades.
Las enfermedades y los demonios representan en este texto los males que pueden aquejar al hombre: males físicos y espirituales. Ciertamente una lectura literal de estos textos no está lejos de la realidad. Jesús curaba y cura hoy realmente de todo tipo de mal: incluso aquellos que no tienen explicación. Las enfermedades físicas y las posesiones demoniacas son eventos que podemos constatar incluso en nuestros días. No son cosas del pasado. Basta ir a un hospital o leer algún testimonio de un exorcista. Jesús vino con la misión de liberar al hombre de todo lo que lo atara y no le permitiera seguir-lo.
Otros males
Sin embargo, también hoy Jesús nos libera de «otros» males que atacan al hombre. Males que pueden incluso pasar desapercibidos o que son aplaudidos por la sociedad, pero que realmente terminan destruyendo al hombre. Esas realidades nocivas que son incluso promovidas por aquellos que dicen estar a favor del hombre y de la mujer, pero que acaban destruyendo su libertad. Hablo por ejemplo de los que hablan en nombre de la libertad, pero esclavizan; de aquellos que luchan por los pobres, pero se enriquecen; de los que buscan liberar a la persona para el placer y el disfrute, pero terminan atándolo a redes de prostitución, drogas y pornografía; o de los que están a favor de la vida de la mujer y el animal, pero terminan con la vida de una niña en el seno de su madre.
La misión de Jesús consiste en liberarnos auténticamente de todo aquello que nos esclaviza, de lo que nos ata y nos oprime. Más que un taumaturgo que va curando por todos los pueblos – e insisto que Jesús tiene la fuerza y el poder de ejercer milagros sanadores a nivel físico –, debemos saber con toda claridad, que la misión de Jesús es eliminar la mentira, el error, el pecado, en definitiva, la autosuficiencia del hombre que lo hace creer ocupar el lugar de Dios. La misión de Jesús es recordarle al hombre que si no va detrás de Dios, que si no busca a Dios, el hombre se vuelve un dios que arrastra a otros y los oprime. Jesús nos dice nuestra verdad, porque Él es la Verdad y esta verdad es que somos creaturas de Dios.
El problema del mal
El problema de la existencia del mal es una realidad que aqueja a todos. La pregunta de por qué existe el mal si Dios es bueno ha aquejado a los grandes pensadores de todos los tiempos. Hoy muchos se declaran ateos por la imposibilidad de conciliar la existencia de un Dios bueno y, a la vez, la existencia de guerras, terremotos, huracanes y enfermedades. El mal es una realidad con la que debemos enfrentarnos, queramos o no, y con la que en más de una ocasión – como Job – nos hemos interpelado y quizás hemos llegado al punto de la desolación y el sinsentido: «Recuerda que mi vida es un soplo, que mis ojos no verán más la dicha» (Job 7, 7).
No es el momento de dar una serie de argumentos filosóficos y teológicos que nos hagan entender nuestro libre albedrío, la no-contradicción en Dios y el ritmo natural de los acontecimientos naturales como causa de los males en este mundo. La respuesta que hoy vemos en el Evangelio ante el problema del mal es otra: es existencial. El acercamiento que Jesús hace al problema del mal no es hecha desde un escritorio o la comodidad de una ciudad de primer mundo donde se tiene todo cubierto; tampoco es hecha desde el rencor y el egoísmo que algunos pueden tener en una cama de hospital, con una grave enfermedad que provoque jaquecas fuertes o una silla de ruedas con esclerosis lateral amiotrófica. El acercamiento de Jesús no es ni desde la comodidad, ni desde el rencor: es desde la caridad.
La respuesta de Jesús ante el mal
Hoy vemos a Jesús que no trata ni de explicar el problema del mal, ni se queda paralizado y desinteresado por su existencia, ni mucho menos, simplemente se queja por el hecho de que existe el mal. Después de haber sido interpelado por la oración (para darnos un ejemplo) sabe que el problema del mal radica en la falta en el hombre de amor, de caridad, de implicación, de olvidarse de uno mismo y volverse al otro. Jesús sabe que el problema del mal radica en que el hombre se cree un dios autosuficiente y se desinteresa de lo que ocurre a su alrededor. La respuesta de Jesús es todo lo contrario: amar liberando, cuidando, protegiendo, sanando, evangelizando, muriendo por nosotros en una cruz. Por eso sana, y después de orar, sigue predicando y expulsando demonios.
En primer lugar, debemos hoy preguntarnos: ¿me he dejado interpelar por el amor de Jesús que me libera de todos los males (físicos, espirituales e ideológicos)? Pero más aún, el evangelio y la segunda lectura de hoy tienen una invitación para aquellos que decimos ser discípulos de Jesús: nos invita también a evangelizar, a anunciar esta liberación que Jesús ofrece a toda la humanidad. La urgencia que experimenta san Pablo y que la explica en la carta a los Corintios: «¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!»; debe ser también la urgencia de todos los seguidores de Jesús.
Hoy Jesús nos dice: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido». Nos invita a seguirlo a él para que lo acompañemos en la misión. Hoy cada uno de nosotros debe sentirse un verdadero liberador de los males de esta sociedad. Con nuestras palabras debemos presentar a Jesús y su mensaje de liberación, pero sobre todo con nuestro ejemplo: a través de la caridad, del amor, de olvidarnos de nosotros mismos y donarnos completamente a los otros. Lo que dice san Pablo: «porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles». ¿Estoy dispuesto a acompañar a Jesús, imitando su forma de evangelizar, implicándome realmente en el problema del mal y no solo quejándome?
Que tengan un buen domingo.
0 comentarios