Celebramos la Pascua de nuestro Señor Jesucristo. En este domingo el Señor en su Palabra, nos invita a reflexionar sobre la condición de marginación en la sociedad y hasta del ámbito de lo sagrado, a la que eran sometidos los leprosos en el pueblo de Israel y en tiempo de Jesús. Hoy no es lepra la que nos aleja de Dios y de nuestros hermanos, hoy es el pecado ¿Qué tipos de pecados hay en mi vida, que me aleja de su presencia y también de poder relacionarme según la voluntad de Dios, con mis hermanos?
La reflexión ahora en video:
Lecturas del día
CONTEXTO DE LA PRIMERA LECTURA
Los sacerdotes de la antigua alianza, eran encargados de velar por la pureza del culto, se trasmitían de generación en generación sus conocimientos sobre las enfermedades que apartaban de las prácticas religiosas. Si uno estaba afectado por alguna de esas enfermedades de la piel que llamaban lepra, no podía entrar en contacto con el lugar santo ni con la comunidad santa.
La fe en Dios también les comprometía a proteger la vida de todos, por eso los sacerdotes de Israel llegaron a pensar que era necesario, por la falta de medicina, excluir por completo a los leprosos, para evitar el contagio y que se perdieran vidas. Se adoptó la medida que, los leprosos se identificaran con su forma de vestir, y habitaran fuera de los campamentos o ciudades.
CONTEXTO DEL EVANGELIO
El leproso que nos narra el evangelio, rompe una ley de Israel, éste había quebrantado la norma dada a los leprosos de no mezclarse con las otras personas. (Cf. Lev 13,45-46). Debido a que, volvían impuro todo lo que tocaban y aun así se acercó a Jesús. El leproso era un marginado y apartado. La lepra era la mayor muralla social y, al mismo tiempo, una enfermedad que sólo Dios podía curar (Cf. Nm 12,9-15).
Los versículos 35-39 anteriores al relato que hemos escuchado en este domingo, nos presenta a Jesús en oración. La oración del cristiano no puede quedar sin frutos, sin ponernos en marcha. Cada vez que oramos debemos poner en manos de Dios el sufrimiento de la humanidad, con el propósito de cambiar primero nosotros, para así poder también, cambiar la sociedad.
Decía Santa Teresa de Jesús: «Decíame poco ha un gran letrado que son las almas que no tienen oración como un cuerpo con perlesía o tullido, que aunque tiene pies y manos no los puede mandar […]» (Primeras Moradas 1,6). La oración relanza a Jesús a su misión, que ahora se extiende por toda Galilea. Las fronteras de Cafarnaún quedan suprimidas. Pero la acción de Jesús pretende abolir otra clase de fronteras: aquellas que dividen a los hombres.
Ante la petición humilde del impuro, Jesús no repara en tocar lo intocable y, en lugar de quedar contaminado, comunica su propia pureza. El excluido queda reintegrado. Quien estaba como un muerto recupera la vida. Es un gesto clamoroso y revelador. Aunque se pretenda silenciar, resulta imposible. El que experimenta el poder integrador y salvador de Jesús se convierte necesariamente en profeta.
ACTITUD DEL LEPROSO Y ACTITUD DE JESÚS
Reflexionemos en la actitud del leproso y en la actitud de Jesús: El leproso nos ayuda a saber orar y tratar con Dios, Jesús a saber tratar a los demás. Seguir el ejemplo del enfermo, él no dejó que su condición lo alejara de Jesús; aunque a veces nos podamos sentir impuros o sucios, todos tenemos nuestra lepra y nuestra impureza. Esto no nos debe impedir acercarnos a Jesús.
Muchas veces pensamos que a Dios lo tenemos que conquistar, que tenemos que estar limpios para acercarnos a Él, pero éste no es el mensaje de Jesús. Él está esperando que con humildad, confianza y alegría nos acerquemos, pongamos nuestra vida en sus manos para que nos sane, purifique y renueve. Nuestro Dios es cercanía, compasión. No pongamos trabas, muros de pecado, miedos, escrúpulos. Acerquémonos a ÉL ¿Quiénes somos nosotros para poner límites a su misericordia, a su compasión que es infinita? Dejemos a Dios ser Dios.
«Suplicándole de rodillas: “Si quieres, puedes limpiarme”». (Mc 1,40) El leproso no obliga a Dios, pone la voluntad de Dios primero que la de él. Confía en el poder del Señor, en su misericordia. La voluntad de Dios siempre será lo mejor para nosotros, lo entendamos o no. Pongamos con confianza en las manos de Dios nuestros problemas y dificultades. Pero no olvidemos dar gloria a Dios, y anunciar las maravillas que realizará en nosotros.
Jesús se deja tocar por el leproso, aunque sabía que estaba prohibido. Dejó que le hablase. Hoy Jesús quiere sanar a través de nosotros. Dar palabras de esperanza, quiere devolvernos la salud física y espiritual, dejémonos tocar por su Palabra, por la Eucaristía, por el Espíritu Santo, en la oración. Sintiendo el abrazo profundo y sanador de Dios.
SANACIÓN PERSONAL Y COMUNITARIA
El Señor nos sana de la lepra del pecado. Mi lepra personal que pueden ser los pecados capitales: orgullo, avaricia, gula, lujuria, pereza, ira y envidia. La lepra de los males sociales: desempleo, marginación u estigmatización por raza, ideología u orientación sexual, ofensas al que se equivoca, violencia contra los indefensos, violencia en las familias.
Para Dios no hay distinción, en lo que se refiere a las miserias, entre los que pertenecen al pueblo de la Alianza y los paganos. Es ahí donde debemos incidir a la hora de leer este relato de hoy, que ha de ser clave para la interpretación del evangelio. La fuerza del Jesús taumaturgo, o médico, pasa a un segundo plano frente a su opción por los que viven día a día la miseria, en la que se ven sumidos muchos hermanos nuestros.
SANADOS POR CRISTO
El catecismo de la Iglesia católica nos enseña que los cristianos no estamos solos en esta lucha contra el pecado. Todos somos uno en Cristo, unidos en su cuerpo místico. Nos encontramos unidos en la comunión de los santos. Entre la iglesia triunfante, purgante y nosotros quienes aún peregrinamos, hay un vínculo de amor y un abundante intercambio de todos los bienes, que nos son provechosos para nuestra salvación y la de muchos.
«Estos bienes espirituales de la comunión de los santos, los llamamos también el tesoro de la Iglesia, “que no es suma de bienes, como lo son las riquezas materiales acumuladas en el transcurso de los siglos, sino que es el valor infinito e inagotable que tienen ante Dios las expiaciones y los méritos de Cristo nuestro Señor, ofrecidos para que la humanidad quedara libre del pecado y llegase a la comunión con el Padre. Sólo en Cristo, Redentor nuestro, se encuentran en abundancia las satisfacciones y los méritos de su redención.”» (CEC 1476).
Cooperan de manera admirable a nuestra santificación las oraciones de intercesión y las buenas obras de la Santísima Virgen María y la de todos los santos que, uniéndose a Cristo, han alcanzado su propia salvación y cooperaron igualmente a la salvación de sus hermanos. «[…]la santidad de uno aprovecha a los otros, más allá del daño que el pecado de uno pudo causar a los demás». (CEC 1475).
Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, nos ayude a liberarnos del pecado personal y social, para vivir la vida en Dios. Bendecido domingo y feliz semana.
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