La liturgia de este segundo Domingo de Cuaresma nos invita a poner nuestra confianza en Dios, quien entregó a su único hijo como prenda de salvación para todo el que crea. Cristo en quien creemos, se ha hecho ofrenda agradable al Padre para el perdón de nuestros pecados. Y todavía hoy se nos ofrece como alimento espiritual para seguir peregrinando hasta la patria celestial.
Tres pasos para hacer una buena reflexión de la Palabra son: Lo primero es ¿Qué queremos dar a conocer? O ¿Qué debemos de saber? Lo segundo es ¿Qué debemos hacer con lo aprendido? O ¿Qué hacer? Pero también hay que tener en cuenta un tercer aspecto ¿Lo qué debemos de contemplar?
LO QUE DEBEMOS SABER
Cruz y gloria están íntimamente unidos. Tabor y Gólgota. Es curioso cómo la gloriosa e inesperada transfiguración del cuerpo de Jesús, en presencia de los tres discípulos elegidos, tiene lugar inmediatamente después de la primera predicación de la Pasión. Como una preparación para que, el acontecimiento del Gólgota no los desconcierte del todo.
La Tradición de los evangelios presentan como único de los Apóstoles al pie de la cruz a Juan, podríamos pensar que fue el único que se mantuvo firme. Pero debemos reconocer que, a la luz de la resurrección, los demás Apóstoles pudieron comprender que no hubiese sido posible gloria sin cruz y viceversa. Como Iglesia Católica tenemos mucho que agradecer a estos testigos insignes de la fe.
Cuando huimos de la cruz, huimos de la gloria. Lo que aconteció en la vida de Jesucristo es lo que acontece en nuestra vida. Cruz y gloria son dos caras de una misma moneda. Los cristianos no dejamos de sufrir cuando tenemos fe, cuando ponemos nuestra esperanza en Cristo y practicamos las obras de caridad para bien del prójimo. Cuantas cruces hemos tenido que cargar: Pandemias, injusticias, enfermedades, incomprensiones y muchas más. Pero en medio de esto el Señor nos dice:
«El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?» (Mt 16,24-26).
QUE DEBEMOS HACER ANTE EL MISTERIO DE LA CRUZ Y LA GLORIA
Cruz y gloria, desolaciones y consolaciones. El evangelio nos enseña a conducirnos y es una escuela de fidelidad en momentos de prueba. Tenemos que reafirmar nuestra fidelidad a Cristo y perseverar. Ignacio de Loyola decía: En tiempo de desolación no hagas mudanza (Cfr. Quinta Regla de la Primera Semana de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola). Permanecer firme al pie de la cruz. O también es válido aquel principio: A veces las decisiones desesperadas no son las mejores.
En una ocasión, invitaron a cenar a santa Teresa de Jesús y a sus compañeras religiosas. Les sirvieron unas deliciosas perdices adobadas (ave más pequeña que la gallina que se llama Perdiz). A las monjas, que estaban acostumbradas a mortificarse y al ayuno, les pareció excesivo lujo comérselas. Así se lo manifestaron a la santa: “Madre, ¿no será demasiada fineza un manjar tan delicioso?” Y santa Teresa les quitó todo escrúpulo, diciéndoles: “Hijas, cuando perdiz, perdiz; y cuando penitencia, penitencia”. Y se las comió sin ningún temor.
A veces, existe la idea de que si se quiere cumplir la voluntad de Dios hay que sufrir siempre. Pero Dios nos ama y lo que quiere es nuestro bien. A veces será un camino de alegrías –las perdices- y otras de cruces –penitencia-. Lo que importa es el cumplimiento amoroso de la voluntad divina que nos lleva a nuestro bien.
EN LOS MOMENTOS DE GLORIA
El Papa Francisco reflexionó sobre la petición del Padre Nuestro: “Hágase tu voluntad”, donde afirma que ese deseo ha de estar lleno de confianza, seguros de que Dios quiere lo mejor para nosotros. A que cada día renovemos nuestros compromisos bautismales, en la nueva vida a la que hemos renacido.
Los momentos de consolación, tenemos que vivirlos sabiendo que no es nuestra, glorificamos a Dios con nuestra vida, ser glorificadores de Dios. No apropiarnos de la gloria que solo a Dios puede dársele. En los momentos de gloria tenemos que bendecirle, alabarle, sabiendo que Él es el autor de todo don.
Si el I domingo de Cuaresma es una llamada particularmente eficaz a la solidaridad que Jesús comparte con nosotros en la tentación, el II domingo nos recuerda que la gloria resplandeciente del cuerpo de Jesús es la misma que él quiere compartir con todos los bautizados en su Muerte y Resurrección. (Directorio Homilético 67)
LO QUE DEBEMOS CONTEMPLAR
Este es el tercer aspecto que debemos tener en cuenta, en una reflexión de la Palabra. La Transfiguración acontece en la Eucaristía. Cuantas capillas de adoración perpetua en nuestras diócesis, son espacios de transfiguración. Contemplamos la transfiguración del Señor durante la Eucaristía. ¿Cuántas cruces se han transfigurado en gloria, contemplando la Eucaristía? Dios capaz de elevarnos de nuestra postración.
El que transforma el pan y el vino delante de nosotros, también transforma muchas realidades de pobreza y de desesperación. Ver como Dios actúa en nuestra vida, si somos capaces de ver con los ojos de la fe. Dios sigue actuando cerca de nosotros, más de lo que suponemos. En la oración después de la Comunión damos gracias a Dios porque «nos haces partícipes, ya en este mundo, de los bienes eternos de tu reino».
Mientras están allí arriba, los discípulos ven la gloria divina resplandecer en el Cuerpo de Jesús. Mientras están aquí abajo, los fieles reciben su Cuerpo y Sangre y escuchan la voz del Padre que les dice en la intimidad de sus corazones: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo». (Directorio Homilético 68)
Buen domingo y feliz semana.
0 comentarios