Nos encontramos en el quinto domingo de cuaresma, la liturgia de la Palabra nos invita a reconocer que, el Hijo de Dios entregó su vida por salvarnos. También nosotros somos llamados a entregar nuestras tribulaciones, junto con Jesús, para dar vida a muchos. Rezamos en la oración colecta de este domingo: Ven Señor en nuestra ayuda, para que podamos vivir y actuar siempre, con aquel amor que impulsó a tu hijo a entregarse por nosotros.
ME CONOCERÁN POR MI AMOR
La primera lectura tomada del libro de Jeremías presenta la nueva alianza que Dios hará con su pueblo, basada en un conocimiento íntimo que deriva en el amor entre Dios y su creatura. Dios inscribirá en el corazón su ley; el corazón simboliza la raíz de todos los movimientos espirituales. Jesús usará el término en su última cena «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre» (Lc. 22,19-20).
El acento recae sobre el adjetivo nuevo; en efecto, la alianza Dios-hombre que tenía una impresión político-bélico del Sinaí – esa de pensar que ganarían todas sus batallas contra paganos- es sustituida por una relación basada radicalmente en el corazón, es decir, en la conciencia y en la interioridad del hombre. Las tablas de piedra quedan reemplazadas por las tablas de carne del corazón humano transformado.
La imposición casi externa «Conozcan a Yahvé» (Jr 31,34) da paso al “conocimiento” interior (Cfr. Jer 5,5; 4,22; 8,7; 24,6-7), que es adhesión de la inteligencia, de la voluntad, del afecto y de la acción. A la ley le sucede la gracia, al pecado el perdón, al temor la comunión íntima, que crea una adaptación profunda entre Él que me conoce y yo, que ahora le conozco.
Impresiona más, que lo narrado en este capítulo de Jeremías, es en la etapa de la terrible destrucción que sufrió el reino de Israel en el 586 a.C. y con el hundimiento de todas las instituciones. En momentos que lo más lógico es pensar en la desesperación, Jeremías proclama la esperanza y el amor de Dios por su pueblo.
APRENDIÓ A OBEDECER AÚN EN EL SUFRIMIENTO
En la Segunda lectura se nos narra que Cristo fue obediente a la voluntad del Padre. Cristo sabía que Dios tenía el poder para ser librado de la muerte, pero da paso a lo fundamental de toda oración, que es mantener en toda circunstancia, aun la más penosa, la adhesión a Dios, a su voluntad. El orante es llevado a transformarse interiormente por la firme adhesión a la voluntad de Dios.
Convierte toda su vida, todo su ser, en ofrenda, en un auténtico y perfecto sacrificio. En este proceso de ofrenda personal y existencial, Cristo aprende lo que es y significa obedecer. Es un aprendizaje verdadero, un verdadero perfeccionamiento, no intelectual y moral, sino existencial. Su naturaleza humana, que participa de la ignorancia, del extravío y del error, como la nuestra, es re-creada. Por el dolor aprende, y así sana la ignorancia; por la obediencia se sana el extravío, el andar errante lejos de Dios.
ASOCIARNOS AL SACRIFICIO DE CRISTO
Seguramente muchas veces hemos leído o escuchado esta cita de Pablo «Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por ustedes, y completo lo que falta a las tribulaciones de Cristo en mi carne, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia». (Col 1,24) Y a la ligera hemos creído que Pablo era masoquista. Pero en el fondo, Pablo comprendió el valor redentor de sus sufrimientos en provecho de muchos.
En nuestra vida cotidiana enfrentamos situaciones que nos sobrepasan, que son ajenos a nuestra voluntad: Enfermedad, angustia por la muerte de un ser querido y el dolor causado por fenómenos naturales. Hay sufrimiento también provocado por el hombre, por los poderosos de este mundo, que manipulan los sistemas a su conveniencia. Pero si sabemos asociar esos padecimientos, a la cruz redentora de Cristo, serán de mucho provecho para nuestra salvación y la de muchos.
«La Cruz es el único sacrificio de Cristo “único mediador entre Dios y los hombres” (1 Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, “se ha unido en cierto modo con todo hombre” (GS 22, 2) Él “ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida […] se asocien a este misterio pascual” (GS 22, 5). Él llama a sus discípulos a “tomar su cruz y a seguirle” (Mt 16, 24) porque Él “sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas” (1 P 2, 21). Él quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios (cf. Mc 10, 39; Jn 21, 18-19)». (CEC 618)
Ciertamente como seres humanos, ante el dolor causado por los hombres, no podemos tolerar la injusticia, no podemos pensar que es voluntad de Dios, estar sometidos a leyes que no respetan mis derechos, o son usadas en favor de ciertos grupos. Tenemos que buscar soluciones unidos por el bien común, haciendo valer los derechos fundamentales del hombre. No caer en la provocación, el odio o la desesperanza.
RECIBIR SU VIDA Y DAR LA NUESTRA JUNTO CON LA SUYA
San Juan no pone las cosas por llenar espacio simplemente, el deseo de los griegos por ver a Jesús, no es una simple curiosidad, lo que está de fondo aquí, es conocer la actitud con que Jesús afrontará su inminente muerte. (Recuerdo en este momento cuando a San Oscar Arnulfo Romero, Obispo de El Salvador, le preguntaron si tenía miedo de que lo asesinaran, el respondió: «Mientras camine en el cumplimiento de mi deber, que me desplace libremente, a ser un pastor de las comunidades, pues Dios va conmigo, y si algo me sucede estoy dispuesto a todo»).
La palabra clave del texto es: «Ha llegado la hora» (Jn 12, 23). Jesús ha adquirido la conciencia que ha venido a dar la vida por nosotros. Tiene poder para entregarla. Su pasión, Él no lo vive como algo que le viene injustamente, es un don de sí mismo. Es una lección de parte de Jesús, porque nosotros también, tenemos que aprender a recibir su vida, pero también dar la nuestra junto con la suya por el bien del mundo, por la salvación del mundo.
Muchos pueden estar pensando ya soy anciano ¿y ahora qué? Pues tú puedes estar a tiempo ahora, Es la hora de que des tu vida por el bien de otros. O un enfermo: El cáncer me arrebata la vida, pero por encima de esto yo puedo decir: yo doy mi vida, la entrego yo en favor de mis seres queridos.
Tengo disgusto en la familia, con amigos; a pesar de sentir que te están quitando la vida a base de disgusto tu puedes decir, yo entrego voluntariamente mi vida. Sin odiar, sin tener rencor, para la salvación del mundo. Si el grano de trigo no muere, no dará fruto (Jn 12, 24) En cualquier circunstancia que nos encontremos, podemos entregar junto a Jesús nuestra vida. Completar la pasión de nuestro Señor de la que nos habla san Pablo. Que Dios nos ayude a tener fe, para ver la voluntad de Jesús en nuestras vidas.
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