Estamos en el pórtico de la semana mayor, en el comienzo de la semana más importante para toda la Iglesia Católica, la llamada Semana Santa. Conmemoramos la entrada del Señor en Jerusalén, lugar decisivo para cumplir la voluntad del Padre.
CONTEXTO DE LA CELEBRACIÓN
La solemnidad tal y como la celebramos hoy, es la unión de una procesión conmemorativa, realizada por la Iglesia de los primeros siglos en Jerusalén (S. IV) y la lectura de la Pasión por la Iglesia de cristianos en Roma (S. V). el Domingo de Ramos se presenta, a la vez, como presagio del triunfo real de Cristo y anuncio de su Pasión.
El ambiente festivo que rodea la entrada real de Cristo, pronto da paso a uno de los cantos del Siervo doliente de Isaías y con el Evangelio a la solemne proclamación de la Pasión del Señor. Jesús se encuentra sereno en su ser, no se deja impresionar por los aires de grandeza. Esta consiente que llega a Jerusalén para realizar la voluntad del Padre.
«En medio de esta alegría que precede a las solemnidades pascuales, Jesús está recogido y silencioso. Es plenamente consciente de que el encuentro de los corazones humanos con la eterna elección no sucederá mediante los «hosannas», sino mediante la cruz» (San Juan Pablo II, Homilía, 8 de abril de 1979).
Otro elemento a destacar de esta celebración es que la liturgia tiene lugar en domingo, día desde los comienzos asociado a la Resurrección de Cristo. El gran deseo de la Iglesia en esta semana no es, únicamente, el de animar nuestras emociones, sino el de hacer más profunda nuestra fe.
SIERVO DOLIENTE
Este personaje es relacionado con Jesús porque, es plenamente consciente de su misión y de su destino. La imagen de Is 50,4-9 sugiere la de un prisionero que después de haber sido maltratado (Cfr. Is 50,6) espera el momento del juicio. Por la mañana muy temprano (Cfr. Is 50,4) se ha despertado con la seguridad de que Dios lo ayuda, y de que por ello será capaz de derrotar a sus enemigos.
Espera ese momento con alegría, como un momento de triunfo propio y de glorificación de Dios. Le falta, sin embargo, todavía la experiencia final de los tribunales corrompidos, del triunfo de la injusticia, del silencio de Dios. Experiencia que en Cristo y en su pasión se hace tangible con el grito: Dios mío ¿por qué me has abandonado? A la cruz sucederá la gloria.
HUMILLARNOS COMO CRISTO
La clave para unirnos más a Cristo en su pasión, muerte y resurrección, se encuentra en la segunda lectura, el hermosísimo himno de la carta de san Pablo a los Filipenses, que resume de manera admirable todo el Misterio Pascual. Los especialistas en biblia afirman, casi con seguridad que, ya existía y se recitaba en las comunidades cristianas cuando Pablo escribe la carta.
Pablo es consciente de que pide a sus cristianos de Filipos, algo realmente difícil, pues el desprendimiento, el altruismo, y sobre todo la humildad no eran precisamente valores apreciados entre los ciudadanos de aquella sociedad grecorromana. Y son cosas que actualmente se nos hacen difíciles a nosotros. Pero siendo Cristo nuestro mayor ejemplo a seguir, estamos llamados a imitar sus actitudes.
«Con las prácticas de las obras de misericordia, que es todo el bien que podamos hacer en favor de nuestros hermanos, nos convertiremos a la compasión, a la conversión de los sentimientos, a la conversión del pensamiento, del cambio de actitud. Cuanto bien hará pensar bien del otro». (Mensaje Cuaresmal, Conferencia Episcopal de Nicaragua, 4, 2021)
SEREMOS ENALTECIDOS
Este texto, manifestando que Cristo siendo de condición divina, quiso asumir nuestra naturaleza humana para redimirnos, nos muestra lo mal que está el hombre, cuando sus aires de grandeza lo llevan a creerse dioses. Tiene gran enseñanza la afirmación, que algunas veces: Todo niño quiere ser hombre, todo hombre quiere ser rey, todo rey quiere ser “dios”. Sólo Dios quiso ser niño».
Los hombres en su intento de creerse dioses, encuentran el fracaso y la muerte. Cristo recorre el camino inverso, no como destino fatal, sino con absoluta libertad; su destino, y el nuestro si seguimos sus huellas, es la glorificación. Estamos llamados a ser humildes y serviciales. El Señor nos da ejemplo de paciencia en la pasión y de humildad en los momentos de gloria.
La intención del texto no solo es quedarse en la parte moral, sino tener conciencia que en Cristo somos salvados. Con la confianza puesta en el nombre de Jesús, que está sobre todo nombre, podremos vencer cualquier pecado que nos ate, y no nos deje vivir en paz. Cristo con su muerte en cruz ha debilitado el poder del pecado, que condenaba al hombre. No hay pecado que Cristo con su redención no pueda perdonar.
ACOMPAÑARLE EN SU PASIÓN
Somos conscientes que, en la vida, nuestra mirada no está siempre puesta, directamente en Dios, la fijaremos plenamente en Él cuando la procesión llegue a la meta. Así lo vemos simbólicamente en la procesión de los que acompañan a Jesús; nadie le veía fijamente, iban viendo unos sus espaldas, los que iban escoltándolo. Otros sus costados, le veían de vez en cuando quizás, pero no terminan de fijar plenamente su mirada en Jesús. Esto lo expresó San Bernardo de Claraval (S. XII).
Mientras tanto lo acompañamos. Será hasta la visión beatífica en la Jerusalén celestial, que nuestro ser estará plenamente centrado en él, le veremos fijamente, le amaremos por toda la eternidad. Esto se consumará en el cielo. La subida de Jesús a Jerusalén, es una evocación de nuestra peregrinación hacia la Jerusalén celestial. Somos conscientes de que nos falta una mayor contemplación, un mayor amor, el que se consumará en el cielo.
En las celebraciones litúrgicas de la Semana que se inicia no nos limitamos a la mera conmemoración de lo que Jesús realizó; estamos inmersos en el mismo Misterio Pascual, para morir y resucitar con Cristo. En el momento en el que la Iglesia entra en la Semana Santa, experimentaremos ese misterio, de manera que podamos decirnos a nosotros mismos, a lo que debemos morir, para acompañarle mejor.
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