Esta semana es esperada por ateos, feministas, personas procultura de la muerte, por personas afiliadas al LGBT, por protestantes y personas de muchas otras religiones. No creamos que la esperan por la liturgia romana, ni por el sentido santo de estos días, sino porque es una semana de la cual sacan provecho para ir de vacaciones. Es triste que, si bien los templos se llenan de fieles (y en tiempos de pandemia, conectados de forma virtual según la disposición de cada diócesis), muchos católicos se unen al sentido de vacaciones laborales y no al sentido que su fe le invita a tener. En otras palabras, muchos católicos viven esta semana como los ateos y no católicos. Hay católicos que viven la semana santa como una semana pagana. Ellos, cuando escuchan semana santa, directamente lo relacionan con la playa y no liturgia, misterio, salvación, Pasión, Muerte y Resurrección.
La liturgia de Semana Santa
La Semana Santa, conocida como la semana mayor, es el tiempo en el que se celebran los principales momentos de la vida del cristiano y de la Iglesia. Celebramos el nacimiento de Iglesia (del costado traspasado de Cristo en la Cruz), la institución de los bellos sacramentos del Orden Sacerdotal y la Santa Eucaristía, meditamos la pasión y muerte de nuestro Señor y su victoria sobre el pecado y la muerte: la resurrección. Estos días aclamamos a nuestro Señor diciéndole: «Hosanna, Hosanna, bendito el que viene en el Nombre del Señor».
Esta semana nos regocijamos con la liturgia en su mayor esplendor: la bella Vigilia de Sábado Santo, conocida como la Madre de las Vigilias, en la que meditamos toda la historia de Salvación, noche en la cual resuena en todo su esplendor tanto el Gloria in excelsis Deo y el Aleluya. La noche del Sábado Santo nos regocijamos en recibir a los nuevos hermanos en Cristo a través de los sacramentos de iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Esa noche nos unimos para gritar: «¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! El domingo nos llenamos de felicidad al saber que Jesús esta vivo y resucitado. Semana tan grande, semana tan bendita, semana tan santa, pero, además, semana tan despreciada en su sentido santo y litúrgico y, con lástima, tan amada por las vacaciones laborales y no por su sentido profundo y espiritual.
Encontrarse con Cristo en esta Semana Santa
Quiero citar a San Agustín: «Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Las Confesiones I, 1, 1). En el fondo de nuestro corazón, esperamos con anhelo la Semana Santa. Todo ser humano tiene un sentido de trascendencia, una necesidad de estar con Aquel que nos creó. La creación habla de la existencia de Dios, de quien San Pablo dice que Jesús es la imagen visible del Dios invisible, incluso los que niegan a Dios buscan en que creer, y es porque en sus corazones falta la presencia de ese Jesús que solo mediante la Iglesia Católica pueden encontrar.
La Semana Santa es la oportunidad perfecta para que aquellos que no creen puedan encontrarse con el amor infinito de Dios revelado en su Hijo Jesucristo. Es la oportunidad para que los católicos tibios evitemos ser vomitados de la boca de Dios, y nos llenemos de ardor en nuestro corazón para Gloria de Dios, bien de las almas, empezando por la nuestra y descansemos en el Señor. Esta Semana Santa puede ser la ocasión para un Encuentro personal con Dios si realmente se tiene la humildad de reconocerse débil, pequeño, pecador, de creer en Jesucristo y conocerlo mediante su Iglesia que como dijimos en este artículo, que nació de su Corazón traspasado en la Cruz.
Si la Semana Santa la esperamos y la vivimos correctamente, será mil veces mejor que ir a la playa, que ir de fiesta el jueves y aparecer domingo; porque la Semana Santa es esa única semana en el año donde vemos el amor de Dios de una forma tan palpable plasmada en la liturgia. Solamente quien no quiera ver a Aquel que es el amor mismo, por su cerrazón de corazón, no verá cuánta misericordia nos ha tenido Dios.
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