La Iglesia celebra este día el acontecimiento más importante de la historia de la humanidad: la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. El gran obstáculo de la humanidad, el gran enigma de los hombres a lo largo de la historia, el problema sin solución ha encontrado por fin una respuesta: Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Quién ha vencido la muerte? ¡Nadie! Ni los grandes personajes religiosos, ni los grandes líderes políticos y económicos han podido vencer la muerte. Solo hay testimonio de un hombre que ha resucitado: Jesús de Nazareth.
El amor de Jesucristo
El amor de Jesucristo lo hizo sufrir el gran tormento de la cruz. Su amor lo condujo hasta el extremo de despojarse de todo lo que era. Siendo Rey de todo lo creado, se hizo nuestro esclavo. Como dice san Pedro en su carta: cargando nuestros pecados subió al madero, para que muertos al pecado viviéramos para la justica (cf. 1Pe 2, 21b-24). Con su sangre derramada por amor ha cancelado el antiguo precio del pecado (cf. Pregón Pascual) y ha restaurado la condición de Adán. Gracias a su sacrificio redentor, el pecado ya no tiene fuerza alguna: solo la que el propio hombre puede darle.
Pero su muerte en la cruz no es el fin de la historia. La cruz no es un instrumento de derrota: Cristo no fue derrotado en la cruz. El escándalo para los judíos y la locura para los griegos es en realidad una victoria para el cristiano que ve en la cruz la sabiduría y la fuerza de Dios (cf. 1 Cor 1, 22-33), pues tres días después de la muerte vino la Resurrección. En la cruz se clava al Rey de todo lo creado y su sacrificio, inaugura un nuevo tiempo en la historia de la humanidad: el tiempo de Dios (el kairós) que nos comunica la gracia por medio del Espíritu Santo. Este Kairós se inaugura por medio de la nueva creación en la Resurrección.
La nueva creación: el gran anuncio alegre del cristiano
La historia del Resucitado, que nos precede unos dos mil años en el tiempo, es el gran anuncio del cristianismo (Cf. Primera lectura, Hch 10, 34a. 37-43). Un hombre, que es el mismo Dios, ha vencido la muerte y quiere comunicarnos su victoria sobre ella, quiere hacernos partícipes de la dicha de una nueva creación, como dice san Pablo: «Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo.» (2 Cor 5,17). Hoy recordamos esta victoria de Cristo y nuestra propia victoria a través de la renovación del bautismo, por el cual fuimos incorporados a esta nueva creación.
«Que se alegre toda la tierra, inundada por la nueva luz. El Rey ha destruido las tinieblas del mundo, para recrear todo lo que había sido dañado por el pecado. Nos alegramos todos como Iglesia, porque la gloria del Señor nos alcanza» (cf. Pregón Pascual). Esta es la gran fiesta, la gran alegría, el gran regocijo del cristiano: la nueva creación nos alcanza desde ya por este acontecimiento. Hoy la Iglesia canta la victoria de Jesucristo. ¡Estamos de fiesta, estamos alegres! La muerte no es el final. Una vida nueva se nos ha comunicado.
Vivir en Cristo Resucitado
Y ya que se nos ha comunicado esta victoria de la Resurrección por medio del bautismo, debemos vivir como resucitados. Dos son las características del Resucitado: la alegría y la paz. En primer lugar, la alegría vivificante, que no implica necesariamente no tomarse las cosas en serio o ser un bufón, sino saber que en todo momento debemos gozarnos en la victoria del Señor. La alegría del cristiano es una alegría profunda, que aún en medio de pruebas y dificultades, produce esperanza porque el Señor ha vencido y venceremos con Él.
En segundo momento, la paz. La paz que implica no solo la ausencia de problemas y de guerras, sino sobre todo de vivir acorde a la justicia. Como dice san Pablo en Col 3, 1-4 (segunda lectura): «buscar los bienes de arriba». Vivir como resucitados, alejándonos y esforzándonos por no seguir el pecado ni las obras del mal. Porque si realmente hemos resucitado con Cristo, tenemos la gracia de vivir fuera del pecado.
¡Felices Pascuas de Resurrección!
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