La gracia y la paz de parte de Cristo resucitado esté con ustedes hermanos. En este segundo domingo de pascua, la iglesia celebra también a nuestro Señor Jesucristo de la Divina Misericordia, y ese es un tema común en la liturgia de la Palabra de este día. Fue instituida la fiesta el 30 de abril del año 2000, durante la canonización de Sor Faustina Kowalska, el Papa Juan Pablo II proclamó el primer domingo después del domingo de Pascua, la Fiesta de la Divina Misericordia en toda la Iglesia.
Lecturas que inspiraron esta reflexión
LA MISERICORDIA ENCAMINA AL BIEN COMÚN
La primera lectura es un testimonio de la caridad en las primeras comunidades. La misericordia que Dios había tenido con ellos, les llevaba a ser misericordiosos con todos. Un fruto de la resurrección del Señor es la caridad y la misericordia. No solo quedarse con el deseo de cambiar, creer en Cristo vivo, sino también el deseo de compartir algo nuestro, con los más necesitados.
“Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían terrenos o casas, los vendían” (Hch 4,34). Sabemos que la palabra misericordia está compuesta por dos términos latinos: Miserere que significa compasivo y Cor que significa Corazón. En síntesis, el misericordioso es aquél que tiene un corazón compasivo.
Que padece con el otro, momentos de alegrías y esperanzas. También momentos de tristeza y dolor. Llora con el que llora, ríe con los que ríen, pero también sabe acompañar en los momentos de dificultad. Siempre será importante la caridad de aquellos que administran una mayor cantidad de bienes, para beneficio de los más necesitados.
Pero mucho mayor es el bien, de aquellos que deponen sus intereses para servir al bien común. Quién no se presta a juegos, ni engaños para servirse del sufrimiento ajeno. Urge hoy corazones compasivos que trabajen unidos hacia el bien común. Respetando claro está, las distintas formas de pensar, abriendo oportunidades sin distinción, en los sectores de la sociedad que lo necesiten.
ENVIADOS
“Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo” (Jn 20,21). La misión de la Iglesia será anunciar a Cristo muerto y resucitado. Lo que se traduce en liberación. Liberar de las esclavitudes, del pecado, derribar las idolatrías, para proclamar al único Dios que nos ama. Fortalecer la esperanza, porque Cristo ya ha derrotado a los enemigos de la humanidad: el pecado, la tristeza y la muerte porque su nombre es misericordia.
Esta será la difícil tarea de la Iglesia y por eso Ella sabe que al cumplir esta misión, que a Cristo le hizo ganarse una cruz y unas humillaciones, tendrá que estar dispuesta también a no traicionar ese mensaje y si es necesario, como Él, a sufrir el martirio, sufrir la cruz, la humillación, la persecución. (SAN OSCAR ROMERO, Homilía del 22 de Abril de 1979).
Nos envía para anunciar el perdón. “A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados” (Jn 20,23). Los sacerdotes somos ministros de la reconciliación. En la pila bautismal estamos para reconciliar al recién nacido con la gracia de Dios o al que se bautiza a una edad avanzada. En los confesionarios los arrepentidos recibirán la absolución de la Iglesia representada en el sacerdote.
Enviados para predicar la conversión. De llamar las injusticias por su propio nombre, de decir a los pecadores: conviértanse que Dios los quiere perdonar; de ponerse solidaria de lado de los que sufren para decirles: ánimo, Dios va con el que le obedece antes que a los hombres. A veces con dureza, como madre que no sabe alcahuetear las debilidades e injusticias de sus hijos, corrige, enmienda, orienta, para que tenga buenos hijos, para que sean dignos de llamarse y ser hijos de Dios.
EN SU MISERICORDIA INFINITA RECREA AL HOMBRE
Dios incluso llega a crear un nuevo día de guardar, ya no será el sábado, sino el domingo. Al atardecer del primer día, tuvo lugar el encuentro con los discípulos, ocho días después nuevamente, como instituyendo el día de la nueva celebración. Ha nacido el domingo. Ha cambiado su calendario, el día central de los judíos era el Sabbat, día de descanso, en que celebraban toda la creación hecha por Dios.
El primer encuentro con el resucitado, es el domingo, algo determinante y pasamos a celebrar una nueva creación. En la muerte y resurrección del Señor Dios ha mostrado su máxima misericordia. Porque si en su misericordia Dios creó el mundo, la máxima misericordia es la redención. Ser hijos en el Hijo, ser otros Cristos por su gracia y amor.
EL DON DEL ESPÍRITU
Dos veces ha soplado el Señor sobre nosotros. Esto nos recuerda el Génesis, cuando formo del barro de la tierra al primer hombre (Cfr. Gn 2,7), el signo del soplo de Dios infunde vida. Dios nos ha creado a cada uno dándonos un aliento de vida. Tu existencia es porque Dios te quiso libremente, el soplo de la vida.
Pero hay un soplo de vida superior al primero. Reciban al Espíritu Santo, el segundo soplido el del Espíritu Santo, que es capaz de redimirnos. Llevarnos a la santidad. Cristo, con su Nueva Alianza, es un nuevo Creador. Y con el Espíritu de Cristo vivo que hemos recibido en esta Pascua, estamos llamados a dar frutos de: vencer los miedos, vivir en la gracia de Cristo y a perseverar en la fe.
Divina misericordia, es que la mayor misericordia que Él ha tenido con nosotros es la redención. Precisamente por la redención obrada en Cristo, es que, San Juan Pablo II ha tomado la decisión de, decretar este domingo de la Divina Misericordia. Que Dios nos de la gracia para acoger al Espíritu Santo, aceptar su perdón y confiados en su infinita misericordia alcanzar la gloria de la resurrección.
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