Queridos hermanos. Continuamos nuestro itinerario pascual. Nos reunimos domingo a domingo para degustar el banquete de la Palabra y del Pan Consagrado en la Eucaristía. Este alimento espiritual nos fortalece para poder dar frutos. Cada Eucaristía renovamos nuestra unión con la Vid verdadera y esto nos permite amar como Él mismo nos amó. Celebremos con gozo este domingo nuestra fe y permitamos que el Espíritu del Hijo nos ayude a cumplir con los mandamientos del Padre.
Vid y sarmientos
El evangelio de este domingo nos invita a la contemplación de una figura interesante de la cristología joánica. Jesús se presenta a sí mismo como una vid: «Yo soy la verdadera vid». El domingo pasado escuchábamos de Jesús que Él era el Buen Pastor (cf. Jn 10). El autor del evangelio de Juan sigue mostrándonos, a través de estas figuras, la relación personal que se debe establecer entre Él y la comunidad de los discípulos. El domingo pasado nos decía «mis ovejas me conocen», hoy claramente nos dice «ustedes son los sarmientos».
Una vid (la planta de donde se obtienen las uvas) era una figura muy utilizada en el Antiguo Testamento. La posición geográfica y climática de los países de la cuenca del mediterráneo permite la cosecha de esta planta con la que se elabora vino. Jesús utiliza esta figura de la vid porque para los primeros discípulos era muy conocida (al igual que el pastor y las ovejas). Él asocia a los discípulos con los sarmientos (vástago de la vid, largo, delgado, flexible y nudoso, de donde brotan las hojas, las tijeretas y los racimos). Quizás en otros contextos podría ser más simple utilizar otras figuras como el árbol y las ramas.
Unidad de los sarmientos con la vid
La idea que esta figura quiere compartirnos es simple: la unidad con la vid (Jesucristo) de todos los sarmientos (la Iglesia). La teología paulina utiliza otras dos figuras entre Jesús y la Iglesia: cabeza-miembros del cuerpo, esposo-esposa. La idea es la misma: los discípulos deben estar unidos a Jesús. La comunidad de los creyentes no es nada sin Aquel por quien creen. Los discípulos no son nada sin su maestro. Por ello, Jesús nos pide «permanecer en mí». La Iglesia solo se entiende en unión a Jesucristo y un cristiano también solo se entiende en la medida en que permanece unido a Jesucristo.
Si Jesús se presenta así mismo como la vid y a la Iglesia como los sarmientos, hay otra figura igual de interesante en este texto: el labrador. El Padre es aquel que hace posible que la vid de fruto. ¿Cómo? A través de su «trabajo» (intervención) en la planta: la riega (gracia-Espíritu Santo), la abona, la corta, quema lo que no está bien. Con esta imagen podemos entender la operación de la Trinidad en la vida del creyente. El Padre es quien dirige toda la obra de la salvación, Él es quien está pendiente de que la planta completa, es decir la vid y los sarmientos, den fruto. Y él también quien está pendiente de que, si algo no está bien, se elimine para que no afecte al resto de la planta.
Los frutos: el amor
Ahora bien, ayudados por el mismo san Juan, podemos saber qué simboliza la imagen de la uva. La respuesta es sencilla y a la vez compleja: el amor. Sin embargo, no es un amor simple, «ideológico» o de nombre. El amor del que nos habla la primera carta de san Juan es un amor que se lleva a la práctica: «no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1Jn 3, 18). Para poder dar frutos es necesario que nosotros los sarmientos, estemos unidos a la vid: esa vid nos trasmitirá el amor. Este amor de la vid (Jesús) es un amor que es capaz de dar la vida por sus amigos (cf. Jn 15, 13).
El amor que nos pide el Padre y el Hijo es aquel que Él nos ha mostrado en la cruz (cf. Jn 3,16). Este es gran mandamiento de Jesús: amarnos como Él nos amó (cf. 1Jn 3,23). Es el amor que se entrega y nos hace cumplir con los mandamientos del Padre (cf. 1Jn 22). Cumpliendo sus mandamientos también conservamos el Espíritu que él nos mandó (cf. 1Jn 3,24). Esto quizá se puede decir fácilmente, pero llevarlo a la práctica cuesta, sobre todo, cuando implica perdonar a quien nos ha hecho daño, sufrir una injusticia, padecer una calumnia, ser perseguido o humillado, devolver bien por mal. Sin embargo, en la medida en que permanezcamos unidos a la Vid, en esa medida el Espíritu Santo –el amor del Padre y del Hijo – actuará en nuestras vidas y nos ayudará a amar a Dios y al prójimo.
¡Feliz domingo!
0 comentarios