Feliz Pascua semanal hermanos, en este domingo quiero invitarlos a reflexionar conmigo en dos aspectos: Primero: Vivir nuestro compromiso bautismal y segundo: manifestar nuestra fe, con el testimonio del amor. Amar no son simples palabras bonitas, sino que se manifiesta en acciones concretas, en el diario vivir.
Pascua ya es el don del Espíritu Santo. Pentecostés, no obstante, es la convincente manifestación de la Pascua a todas las gentes, ya que reúne muchas lenguas en el único lenguaje nuevo que comprende las «grandezas de Dios» (Hch 2,11) manifestadas y reveladas en la Muerte y Resurrección de Jesús. (Directorio Homilético. 56)
EL DON DEL ESPÍRITU SE HA DERRAMADO
Vemos en la primera lectura tomada del libro de Hechos, que Dios envía su Espíritu Santo sobre paganos. Pedro exclamó: «Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación él que le teme y practica la justicia le es grato». (Hch 10, 34-35). El lenguaje que une a todos los hijos de Dios es el del amor. Comprendiendo esto Pedro los mandó a bautizar ¿Qué importancia tiene el sacramento del Bautismo y cuáles son sus efectos?
El significado de la Palabra bautismo significa sumergir, introducir dentro del agua; la inmersión en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo, de donde sale por la resurrección con Él (cfr. Rm 6,3-4; Col 2,12) llamado a ser nueva criatura, debe resplandecer como Cristo, por la caridad con el prójimo y la búsqueda de cumplir la voluntad del Padre (cfr. 2 Co 5,17; Ga 6,15; CEC. 1214).
Los dos efectos principales, por tanto, son la purificación de los pecados y el nuevo nacimiento en el Espíritu Santo (cfr. Hch 2,38; Jn 3,5). Estos dos se dividen en cinco a su vez: 1- todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales, así como todas las penas del pecado (cfr. DS 1316). 2- Le transforma en una nueva creatura, esto implica creer en Dios, esperar en Él y amarlo. Y nos permite crecer en las virtudes (Cfr. CEC. 1262.1263. 1265).
3- Miembros del Cuerpo de Cristo que es la iglesia, esto implica pertenecer a Cristo, servirle con alegría en nuestros hermanos, obedecer a nuestros Pastores. 4- Nos hace hijos de Dios y nos une también con aquellos, que aún no están en comunión plena con nuestra Iglesia, pero mediante el bautismo válidamente recibido, son también nuestros hermanos en la fe cristiana. (Cfr. CEC.1267.1271)
5- El Bautismo imprime en el cristiano un sello espiritual indeleble de su pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado por ningún pecado, aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de salvación (Cfr. DS 1609-1619). El sello bautismal capacita y compromete a los cristianos a servir a Dios mediante una participación viva en la santa Liturgia de la Iglesia y a ejercer su sacerdocio bautismal por el testimonio de una vida santa y de una caridad eficaz (Cfr. LG 10). (Cfr. CEC. 1272-1273).
DIOS ES AMOR
Para vivir mejor los efectos de nuestro bautismo, es necesario dejarnos amar por Dios, el amor de Dios no te pide nada a cambio. El pueblo de Israel nos da testimonio de ese amor gratuito de Dios. Esto lo comprendió, gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó de salvarlo, de perdonarle su infidelidad y sus pecados.
Esos rasgos del amor con que nos ama Dios lo podemos ver ya reflejado, asemejado – no igual, porque obviamente, es mucho mayor – en el amor de un padre a su hijo, es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos. Dios ama a su pueblo más que un esposo a su amada; este amor vencerá incluso las peores infidelidades; llegará hasta el don más precioso: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3,16).
Pero san Juan irá todavía más lejos al afirmar: «Dios es Amor» (1 Jn 4,8.16); el ser mismo de Dios es Amor. Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo (cf. 1 Cor 2,7-16; Ef 3,9-12); Él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él. (CEC. 221).
LLAMADOS A DAR A CONOCER SU AMOR
El amor no son palabras poéticas o bonitas en la vida del creyente, el amor se vive en lo concreto, son acciones. «Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor» (1 Jn 4,8). Así como el Señor el domingo pasado nos hablaba, de permanecer unidos a él como la vid y los sarmientos, hoy podemos decir que el amor es como esa savia, la que da los nutrientes necesarios para que la planta no muera.
El amor es la savia en nuestra vida, no nos casemos de hacer el bien, porque eso es echarnos a morir. Aunque nuestros hermanos no lo permitan. Porque alguien puede ser capaz de decir con sus actitudes, que no quiere nuestra ayuda, que no nos necesita. Por más que le digamos que cambie, puede querer persistir en su obstinación y no dejarse amar por Dios, no querer tomar la decisión correcta. Si vemos que el hermano se está perdiendo, no lo dejemos caer, no nos cansemos de querer ayudarlo, demos la vida por ese hermano.
Ante las decisiones difíciles que debemos tomar en ocasiones, no olvidemos estas normas que nos da el evangelio: Primero: nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien. Segundo: La regla de oro, «[…] todo cuanto quieran que les hagan los hombres, háganlo también ustedes a ellos» (Mt 7,12). Por último: La caridad debe actuar siempre con respeto hacia el prójimo y hacia su conciencia: «Pecando así contra sus hermanos, hiriendo su conciencia, que es débil, pecan contra Cristo (1 Co 8,12). “Lo bueno es […] no hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad” (Rm 14, 21). (Cfr. CEC. 1789).
Que la fuerza del Espíritu Santo, cuyo pentecostés estamos a punto de celebrar como Iglesia, nos ayude a fortalecer día con día, a través de las obras, nuestro amor a Dios y al prójimo.
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