¡Feliz fiesta de Pentecostés! Con esta fiesta concluimos la gran celebración de la Pascua. El domingo de la Resurrección resuena todavía en nuestros corazones, pues con la Resurrección se inaugura el tiempo del Espíritu. Es gracias a la acción de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad que los cristianos tenemos la oportunidad de ser consagrados como hijos de Dios en el Hijo. El Espíritu es el gran regalo que Jesús nos hace para que nos mantuviéramos unidos a Él, por el perdón de nuestros pecados.
La fiesta de Pentecostés
La fiesta de Pentecostés es una celebración de origen agrícola. Originalmente se denominaba “fiesta de las semanas” y tenía lugar siete semanas después de la fiesta de los primeros frutos (Lv 23 15-21; Dt 169). Siete semanas son cincuenta días; de ahí el nombre de Pentecostés (cincuenta) que recibió más tarde. Según Ex. 34 22 se celebraba al término de la cosecha de la cebada y antes de comenzar la del trigo; era una fiesta movible pues dependía de cuándo llegaba cada año la cosecha a su sazón, pero tendría lugar casi siempre durante el mes judío de Siván, equivalente a nuestro Mayo/Junio. En su origen tenía un sentido fundamental de acción de gracias por la cosecha recogida, pero pronto se le añadió un sentido histórico: se celebraba en esta fiesta el hecho de la alianza y el don de la ley.
En el marco de esta fiesta judía, el libro de los Hechos coloca la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles (Hch 2), que es nuestra primera lectura de este día. Es a partir de este momento, que en la fiesta agrícola de Pentecostés, se celebra ya no el fin de una cosecha agrícola, del regalo que Dios nos hace por medio de la tierra y el fruto del esfuerzo de los hombres; sino, se celebra el gran regalo que Dios nos hace directamente por la acción de la Tercera Persona. La fiesta de Pentecostés es la gran fiesta de la cosecha del amor entre los hombres.
El Espíritu Santo: La unidad
El Espíritu Santo es el gran protagonista de la unidad de la Trinidad. La persona que hace posible la unidad entre el Padre y el Hijo es el Espíritu de amor que coexiste eternamente con Ellos. El Espíritu de amor, también hace posible el don de la unidad entre los hombres. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica: «la vida misma de la Santísima Trinidad que es amar “como él nos ha amado” (cf. 1 Jn 4, 11-12). Este amor (la caridad que se menciona en 1 Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos “recibido una fuerza, la del Espíritu Santo” (Hch 1, 8)» (CEC 735).
El libro de los Hechos, en la narración de la primera lectura de este domingo, menciona cómo los que vivieron la fiesta de Pentecostés en la que fue «derramado» el Espíritu Santo, experimentaron la unidad de entendimiento, aunque no podían hablar las mismas lenguas. Eran capaces de entenderse a pesar de que venían de distintos territorios, de culturas distintas y de formas de vidas distintas. El gran trabajo del Espíritu entre los hombres es la comunión, el Espíritu obra la comunión de Dios y los hombres y de los hombres entre sí en la Iglesia.
La unidad de la Iglesia
Por eso, san Pablo nos explica en la segunda lectura (cf. 1 Corintios 12, 3b-7. 12-13) que es gracias a que hemos sido bautizados en un mismo Espíritu que formamos un solo cuerpo (la Iglesia). La Iglesia vive de la acción del Espíritu Santo. Si no fuese así, realmente fuera imposible que la Iglesia misma llevara más de 2,000 años de existencia. Como dice san Ireneo: «Pues, del mismo modo que el trigo seco no puede convertirse en una masa compacta y en un solo pan, si antes no es humedecido, así también nosotros, que somos muchos, no podíamos convertirnos en una sola cosa en Cristo Jesús, sin esta agua que baja del cielo» (Contra las herejías, Libro 3,17,1-3: SC 34, 302-306).
La Iglesia vive en unidad por la acción del Espíritu. Y, al contrario, por a la acción del pecado y del príncipe de la mentira, la Iglesia no logra entenderse y hay separación. El escándalo de las divisiones, de las separaciones, del no lograrse a entender, de ir cada uno por su cuenta, de querer cada uno hacer con el Evangelio lo que le parece no es obra del Espíritu. El Espíritu nos conduce hacia la verdad plena en el amor. Es caminando hacia esa verdad que podemos lograr la unidad. Sin verdad, sin amor, sin el Espíritu Santo no hay unidad. La Iglesia hoy, en esta fiesta, renueva su unidad por la acción del Espíritu.
El perdón de los pecados
La gracia de la unidad se realiza por la acción del Espíritu Santo. Pero, especialmente, esta gracia de la unidad se realiza en la Iglesia por el poder que el Espíritu le da para la remisión de los pecados. Cuando se elimina el pecado, el orgullo, la soberbia, la idolatría, el egoísmo, los intereses propios es posible la unidad. Esto se consigue no solo a niveles eclesiales, sino sociales, políticos, económicos y culturales. Jesús nos da el Espíritu Santo para que podamos vivir unidos. Para lograr eso, debemos también nosotros cooperar con el Espíritu y luchar contra el pecado.
El Señor, el domingo de Resurrección (como hemos escuchado en el evangelio de este día), donó su Espíritu a los Apóstoles para que ellos perdonaran los pecados. Sus sucesores (los obispos) y sus colaboradores (los presbíteros) siguen perdonando en nombre de Jesucristo, y por la acción del Espíritu Santo, los pecados en los confesionarios. ¡Cuántas familias han sido sanadas por el gran sacramento de la penitencia que restaura la unidad rota! ¡Cuántas personas han recobrado su vida y han nacido otra vez después de una buena confesión! ¡Cuánta experiencia de Dios se puede recibir en una buena confesión!
El mayor fruto del Espíritu Santo es la cooperación con la misión del Hijo en la vida de cada hombre: es decir, gracias al Espíritu Santo, somos renovados por el bautismo en la condición de Hijo de Dios. Cada vez que participamos en el sacramento de la penitencia, estamos renovando nuestro bautismo, y por lo tanto, participamos nuevamente de la gracia de los hijos de Dios. Dejemos que el Espíritu Santo actúe en nuestras vidas y nos renueve con su amor.
¡Feliz Pentecostés!
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