El Domingo pasado hemos concluido el tiempo de Pascua, tiempo en que meditamos los misterios de Cristo Resucitado y que vivo, sigue en medio de nosotros hasta el fin del mundo. Con la solemnidad de Pentecostés, la Iglesia hacía memoria, de ese abogado que el Padre nos ha enviado, para no desanimarnos por la ascensión de Jesús a los cielos. Nos encontramos como en un punto en que debemos reflexionar estas acciones, que son obra de la Santísima Trinidad.
FORMACIÓN DE LA DOCTRINA TRINITARIA
Después del don de Pentecostés, los cielos se abrieron en la plenitud de la revelación, y se logró ir profundizando más y más en lo que había quedado en la Sagrada Escritura. La Tradición de la Iglesia en el primer milenio, en los que llamamos Concilios Cristológicos y Trinitarios, formularon poco a poco nuestro Credo, a partir de lo expresado en el conjunto de la Sagrada Escritura.
Son concilios que han marcado nuestra fe, es bueno que los conozcamos y tratemos de profundizar en ellos: Nicea (325), Constantinopla (381), Éfeso (431). Fruto de ello es el conocido credo largo (niceno-constantinopolitano) que nos ayudó a afirmar con confianza que en Dios hay tres personas distintas, pero un solo Dios verdadero.
Para afirmar lo anterior, la Tradición de la Iglesia, en estos concilios acuñó términos como el de Persona y utiliza el término Naturaleza, para comprender mejor el misterio de la Trinidad. En Dios hay una sola naturaleza: la Divina, pero hay tres Personas: La Persona del Padre, la Persona del Hijo y la Persona del Espíritu Santo. Iguales en gloria y Dignidad, increadas, eternas.
Estos concilios nos ayudaron a entender, además, cómo en Cristo hay una sola Persona, pero en dos Naturalezas, por eso decimos en el Credo que Cristo es verdadero Dios y Verdadero Hombre, naturaleza humana y divina se unen en la persona de Cristo, dicho de otro modo.
INHABITACIÓN TRINITARIA
Pero esto no solo es historia, estamos claros que la Fe implica conocer conceptos, pero que se aplican en la vida cotidiana. Hay héroes de la fe, grandes santos que padecieron el destierro por defender esta fe, contra los herejes arrianos. Como San Atanasio y San Hilario de Poitiers. Ellos no solo han sido conocedores y defensores de la doctrina -La cual nosotros debemos amar- sino que, gracias a la acción del Espíritu, la gozaron y participaron de ese misterio de la intimidad de Dios. Así como nosotros podemos conocer, gozar y participar de esa vida íntima con Dios.
La Santísima Trinidad inhabita en nuestras almas para hacernos participantes de su vida íntima divina y transformarnos en Dios. No en un sentido panteísta, en que la criatura desaparece, al ser absorbido por Dios. La unión mística no es esto. El alma transformada en Dios no pierde jamás su propia personalidad creada.
Nosotros como creatura de Dios, viviremos reconociendo a Dios como nuestro Padre, por lo tanto, obedeciéndole; a Jesucristo como nuestro Salvador y al Espíritu Santo que es quien santifica, nos da la fuerza para no desfallecer. Así lograremos nuestra salvación y permanecer unidos eternamente con Dios. Si hombres como nosotros fueron capaces de experimentar esta relación con el Dios Trino, también nosotros podemos. Pero no basta nuestro esfuerzo, sino también reconociendo que todo es mérito de Cristo, todo es gracia sobre gracia como lo explica el Evangelista San Juan (Cf Jn 1, 16).
Dios no es una energía, un ser solitario, sino que es comunión amorosa de Personas. Dice san Agustín: Dios es el amante, el amado y el amor (“De Trinitate”. 8, 10, 14). No somos meros espectadores, somos llamados a ser introducidos en ese misterio. A hacer vida la enseñanza de Jesús: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él». (Jn 14,23)
TRIPLE MISIÓN ENCOMENDADA POR JESÚS
Finalmente, del evangelio proclamado en este día, podemos ver la triple misión que Jesús encomendó a su Iglesia, representada en los apóstoles. Un llamado para todos nosotros que también somos iglesia. Un llamado a la evangelización: «Hagan discípulos a todas las gentes»; celebración de nuestra fe: «Bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y por último vivencia de la fe: «Y enséñenles a guardar todo lo que yo les he mandado». (Mt 28, 19-20).
Hacer discípulos de Cristo implica un esfuerzo misionero, con la confianza en que es Dios quien dirige la misión, las técnicas y planes son necesarios, pero lo fundamental es la guía del Espíritu Santo. Para ser discípulos del Señor, muchas veces debemos renunciar a nuestra mentalidad, esquemas anquilosados y estereotipos. No absolutizar nuestro pensamiento. El discípulo está siempre dispuesto a aprender.
El aspecto celebrativo, es algo que no podemos desvincular de nuestra fe. No podemos ser Iglesia sin la celebración de los sacramentos. Pues en ellos se nos comunican las gracias necesarias en cada momento importante de nuestra vida. Reconocer a Dios como Padre es la gran novedad del cristianismo. Celebrar nuestra fe como hermanos, somos hijos en el Hijo. Animados por el Espíritu Santo que se nos ha derramado en pentecostés.
Proclamar nuestra fe por medio de la evangelización y celebrarla en la liturgia de los sacramentos, expresarla a través de nuestra piedad popular, sin duda se convierte en una vivencia. Entramos en relación no con conceptos abstractos o ideas, sino con la Trinidad Santísima. Dios es nuestro Padre, ha entrado en nuestra historia. Dios es Hijo, hermano nuestro, camina con nosotros. Dios es Espíritu que, nos quiere llenar con su fuerza y su vida, para dar testimonio que somos Hijos de Dios.
Estamos llamados en esta vida a dar Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Feliz semana.
Muy buena reflexión Padre, gracias.