Estimados hermanos. ¡Feliz domingo del Señor! En este día nos volvemos a reunir en torno a la mesa de la Palabra y del Pan Consagrado para escuchar la voz del Buen Pastor que nos consuela en medio de nuestros cansancios y tribulaciones. La voz del Buen Pastor nos enriquece, nos aliente y, sobre todo, nos conduce por verdes praderas, para hacernos reposar. Hoy, el pan de la Palabra nos trae consuelo.
Sin embargo, también nos trae una advertencia. En los últimos dos domingos, el Espíritu Santo nos ha venido hablando sobre del don de la profecía que se nos ha confiado a cada uno de nosotros por el hecho de ser bautizados. Cada uno de nosotros somos profetas y, por lo tanto, pastores que tenemos la misión de consolar a las ovejas que andan por el mundo sedientas de paz.
El Profeta que da descanso
El texto que hemos escuchado en el evangelio de este domingo, está tomado del capítulo 6 del Evangelio de san Marcos (6, 30-34). Como podremos recordar, hace pocos domingos la liturgia nos ofrecía el inicio de este capítulo, en el que el autor sagrado nos recordaba la misión profética de Jesús. El domingo pasado, observábamos cómo esa misión profética era también compartida con los discípulos que fueron enviados (apóstoles) a predicar el Reino y a curar a los enfermos (dar descanso).
Hoy nos encontramos con el regreso de los apóstoles a Jesús. Ellos le contaron lo que habían hecho (curaciones) y enseñado (proclamado el Reino). Jesús, que reconoce el cansancio de los apóstoles, los lleva a lugar. Y el texto nos cuenta que se fueron a un lugar desierto a descansar, con lo que se nos muestra un rasgo particular de todo profeta cristiano, es decir todo bautizado: el descanso junto al Señor. Jesús es el profeta que sabe dar descanso a aquellos que envía.
Discípulos que descansan con el Profeta
La vida cristiana tiene una doble característica que es inseparable. Todo cristiano está llamado a la vez a ser discípulo y ser misionero. El domingo pasado vimos cómo Jesús nos enviaba a predicar su Reino. Hoy, junto a ello, vemos cómo nos vuelve a llamar a su lado. Jesús no nos gradúa como de un Colegio o Universidad y nos envía sin un retorno. Él está esperando que sus Apóstoles regresen a la etapa del discipulado para tomar energías y seguir ejerciendo su apostolado.
El discipulado consiste en pasar con el Maestro, en contarle nuestras cosas y escucharlo a Él, en disfrutar de su compañía, en pasar mucho tiempo con Él. A esto se refiere el autor sagrado cuando nos muestra a Jesús buscando un lugar para que sus apóstoles fuesen a descansar con Él. Jesús siempre nos está esperando en la Eucaristía, en el Sagrario, en el Rosario, en la Liturgia de las Horas, en la oración de la noche, en esos lugares desiertos, para que nosotros sus discípulos descansemos con Él. ¿Busco a Jesús para contarle lo que he hecho y enseñado?
El pueblo como ovejas sin pastor
A su vez, las lecturas de este domingo nos llaman la atención de una realidad muy preocupante. Tanto en tiempo del profeta Jeremías, como en tiempos de Jesús y en nuestro tiempos, hay muchísima gente que no escucha la voz del Profeta que comunica la Palabra de Dios y el Espíritu Santo. Hay mucha gente que está perdida, desorientada, desubicada: llaman a lo malo, bueno y, a lo bueno, malo. Hay mucha gente sedienta, triste, desconsolada. Hay mucha gente que sufre, llora y que vive injusticias. Hay mucha gente desconsolada, como ovejas sin pastor.
Esta gente, busca sin saberlo, a quien aferrarse. Muchas veces busca falsas alegrías, o falsas seguridades, en las drogas, el placer, el poder, la fantasía, y un largo etcétera. Buscan una alegría para llenar el vacío de sus corazones y van probando de un sitio a otro. Incluso son capaces de dañar a los demás con tal de intentar satisfacer ese deseo de sentirse en paz. Y lo más terrible de esto, es que esta gente está fuera y dentro de la Iglesia. Hay muchísimo trabajo que hacer, pues como bien sabemos usted y yo estimado lector, solo Jesús puede ofrecernos verdaderamente esa paz: «Él es nuestra paz» (Ef 2,14).
Ay de nosotros
Lo repito: hay muchísimo trabajo por hacer, y por ello, el Señor a todos nosotros, sus discípulos y apóstoles (sus profetas por el bautismo), nos pedirá cuenta. En las calles, en nuestros vecindarios, en nuestras propias casas; hay personas que sin saberlo están esperando ansiosas que le brindemos la Palabra y el Espíritu que les ayudará a descansar en el Señor y encontrar la verdadera paz. Aunque ellos no lo sepan y estén esclavizados en falsas alegrías, muchas veces sin decir ni una sola palabra, nuestro testimonio puede transmitirle la verdadera alegría que viene del Espíritu.
Pero, ¡ay de nosotros! –nos advierte hoy la Palabra de Dios por medio del profeta Jeremías– si no brindamos ese consuelo verdadero y nos enfocamos únicamente en nosotros mismos, dejando que esas ovejas se dispersen y se pierdan. Así como es una verdadera gracia la oportunidad de estar junto al Señor siendo sus discípulos, así también, es un verdadero compromiso ser profeta y misionero. El Señor nos pedirá cuentas de nuestras acciones y de nuestros omisiones.
En esta Eucaristía, pidamos al Señor la gracia de sentirnos llamados a volver con Él y la valentía de atender a su llamado que nos envía a consolar a su Pueblo. ¡Feliz domingo!
0 comentarios