Hermanos este domingo inicia la lectura del capítulo sexto del Evangelio de San Juan, que continuará en los próximos tres domingos. Es el llamado discurso Eucarístico de San Juan, que inicia hoy con el milagro de la multiplicación de los panes y peces. En el Evangelio de San Juan, el misterio de la Eucaristía a la hora de explicarlo, lo hace con una pedagogía catequética. La Eucaristía es presentada en el contexto de esa multiplicación de los panes.
DE DIOS PROVIENE EL ALIMENTO PARA EL ALMA Y PARA EL CUERPO
No hay que perder de vista lo sobrenatural, la Eucaristía es el pan vivo y alimento del alma. Pero también hoy quiero dar pautas para reconocer que, el alimento corporal recibido, se debe recibir como un don de Dios. La alimentación es también un momento de gracia, que tenemos que vivir con un sentido religioso que, nos prepara para momentos superiores, como son la Eucaristía.
En el milagro que se narra de la multiplicación de los panes, hay un evidente sentido litúrgico, religioso, que enmarca para preparar a la Eucaristía. «Entonces Jesús tomó los panes, dio las gracias y los repartió entre los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, y todos recibieron cuanto quisieron». (Jn 6, 11). Estas son palabras que nos están recordando la eucaristía.
Hoy es una buena ocasión para recordarnos que debemos bendecir la mesa, los alimentos. Reconociendo en ellos, el regalo de la providencia de Dios. Porque Dios nos cuida paternalmente y tenemos que tener sensibilidad para apreciarlo. También ser educados en la acción de gracias. Es importante que cuidemos nuestras acciones de gracias, en torno a la comida. Viendo en ella un don de Dios.
NO DERROCHAR EL PAN, DON QUE DIOS HA DADO AL HOMBRE
También la frase: «Recojan los pedazos que han sobrado para que no se pierda nada». (Jn 6,12). Es una llamada a cuidar el alimento, con austeridad, no desperdiciarla. Nuestros mayores nos enseñaron a hacerlo, a cuidar la comida con austeridad. Pero con el paso de los años y por motivo de la sobreabundancia, la falta de educación, el influjo del materialismo; que quiere siempre más consumo, para generar economía, se ha ido derrochando la comida, de forma considerable.
Esto es debido a una falta de educación, de no reconocimiento, no ser educados en la austeridad. Cuando Jesús da las gracias, también enseña a ver la comida como un don de Dios. Cuando no educamos a las nuevas generaciones, a ver la comida como un don de Dios, ante la cual uno tiene que tener un respeto, tener la capacidad de vencer sus gustos personales, para no desperdiciar nada. Para no rechazar nada y aprender a comer de todo.
Educándonos de esta manera, aprendemos a no hacer lo que me da la gana. Que no sea mi capricho el que decida, ante la realidad que yo tengo, sino que yo me adapte a la realidad. Ser humilde acogiendo la voluntad de Cristo y no mi voluntad la que decida. Para educar la voluntad, se debe poner atención en la alimentación, especialmente con los niños desde los primeros años. Tengamos esto en cuenta, porque hablamos de hacer grandes cosas, que no están malas, que los niños aprendan idiomas, ejecutar un instrumento, desarrollar habilidades impresionantes, pero lo sencillo no se puede descuidar.
OTRO RIEZGO: NO TRASCENDER
Debemos tener el cuidado de no quedarnos en la interpretación puramente material. En el don material de la comida, es obvio que San Juan ha relatado la multiplicación de los panes, como un escenario, en el que Jesús nos va a hablar de la Eucaristía. Es un signo, de hecho, el evangelio habla dos veces de signo en este texto.
Y tenemos el riesgo de quedarnos en el signo y no en el significado. Muchos contemporáneos de Jesús se quedaron con el signo: Multiplicó los panes, en lo material. Por eso intentaron hacer rey a Jesús, porque vieron en alguien capaz de darles de comer. Era la estrategia Romana para evitar rebeliones, pan y circo, así los tenemos contentos. Hoy muchos prefieren tener como sobrevivir, a costas de su libertad. Hemos perdido la capacidad de trascendencia. Tenemos que vivir desde ya, como queremos vivir en el cielo, en libertad, paz, respeto, caridad con todos.
El signo al que tenemos que trascender es el espiritual, es el sobrenatural. Ese signo, es el signo de la Eucaristía. Es curioso, Jesús habla de recoger todo, que no sobre nada y recogieron doce cestos, doce eran los apóstoles. Enseña así que el signo de ese alimento, es el signo eucarístico. Los apóstoles son los que celebran la Eucaristía. Son los dones sobrenaturales y el fin de la Iglesia: alimentar a sus hijos con el pan bajado del cielo
MIS CINCO PANES Y DOS PECES
Por último, una referencia a ese misterioso personaje, que el Evangelio nos narra. Un muchacho, que tenía panes y los peces, a partir del cual se realiza el milagro. El milagro no se produce de la nada, sino que Dios toma en cuenta la aportación de ese muchacho, para realizar el milagro. ¿Qué estamos aportando para mejorar nuestra vida personal, nuestra sociedad? Los milagros no caen del cielo, se generan con la gracia de Cristo y nuestro aporte generoso.
La eucaristía no la podemos vivir como un espectáculo, en el que tengamos que estar pasivos. Tenemos que dar nuestra aportación activa en la Eucaristía. En el momento en que se prepara el cáliz, el sacerdote añade una gota de agua al vino, para subrayar en ella nuestra participación por pequeña que sea, que estamos participando en el sacrificio de Jesucristo.
El sacrificio de Jesucristo quedaría incompleto sin esa gota de agua, sin nuestra participación en esta ofrenda junto con Cristo al Padre. No asistimos de una manera pasiva. Estamos claros que somos poca cosa, indignos, pero Dios ha querido que nuestros cinco panes y dos peces formen parte del milagro de la salvación que Él quiere realizar en nosotros. Él que te creo sin ti, no te salvará sin ti y la entrega generosa de nuestros cinco panes y dos peces; Es un don de la gracia de la que se derivará una fecundidad en nuestra vida, que nosotros ni si quiera hemos podido soñar.
Queridos hermanos, celebramos la Eucaristía agradeciendo a Dios todos los dones naturales, siendo muy agradecidos, austeros en nuestra relación con ellos, pero sobre todo sabiendo que, el mayor de todos los dones es Dios mismo. No son los dones que Dios nos da, si no, el dador de los dones, ese es el mayor don: Dios mismo; Jesucristo nuestro Señor que se nos da como alimento para nuestra vida. Que tengan una santa semana.
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