A la luz de la liturgia de la Palabra en este domingo, quiero invitarlos a que reflexionemos juntos, cómo está nuestra escucha atenta a la voz del Señor y que tanto hemos dejado, que nuestra vida, más que nuestros labios, testimonien que Jesús es nuestro Salvador. Al igual que los ciegos, sordos y mudos de la primera lectura y el Evangelio, nosotros nos encontrábamos en un momento perdidos de la amistad con Dios.
Pero no olvidemos que «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna». (Jn 3,16) En su mayoría muchos de los que hoy leemos esta reflexión estábamos cegados por el pecado, sordos por escuchar las voces de este mundo, antes que la de Dios y hasta mudos por temor al qué dirán, o quizás podamos sentirnos todavía así.
Pero Él Señor hoy con su Palabra nos anima a no desfallecer en nuestro combate espiritual, para seguirlo constantemente. Pues recordemos que desde nuestro Bautismo se nos han abierto los oídos y el habla espiritual, para que a nuestro tiempo como lo dice el sacerdote en ese rito opcional en el bautismo de niños: El Señor Jesús que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre. Amén.
CAMINEMOS JUNTOS CON ESPERANZA
El texto de la primera lectura está enmarcado en la sección de promesas para el fin de los tiempos, en la que el Señor por medio del Escritor promete el regreso del exilio de Israel a Sion. Isaías habla de un grupo, aún no identificado con precisión, que será el testigo de esta alegría. Ellos verán, podrán reconocer y comprender cosas que quedarán ocultas para aquellos que no quieren abrir sus ojos.
No se ha proclamado en el texto de hoy, pero si leemos los versículos anteriores, de este capítulo 35 de Isaías, vemos que el grupo se vuelve progresivamente reconocible: hay en él débiles, vacilantes, cobardes (Cf. Is 35,3. 4a). Hay también otros, más fuertes, que deben animar a los más débiles. Estos deben proclamar el anuncio de la cercanía del Señor, que despierta de su parálisis espiritual a los temerosos y hace que se pongan en camino.
Que importante es que, quienes guíen a los pueblos, en cualquiera de los ámbitos sociales, sean guiados por Dios o la recta conciencia, se animaría a todo un pueblo a elegir siempre lo bueno. Solamente cuando los débiles, los vacilantes y los cobardes sean fortalecidos, se puede esperar que todos comprendan, que el Señor muestre su poder en favor de su pueblo, y que éste responda poniéndose en marcha por el camino que se encuentra allí, como una “salida” que el pueblo no estaba antes en condiciones de ver. Es como decía el Papa Francisco ante la pandemia, el viernes 27 de marzo del 2020, en la plaza de San Pedro:
Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. Mc 4,38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.
DIOS OBRA GRANDES MARAVILLAS EN LOS SENCILLOS DE CORAZON
El domingo pasado escuchábamos parte de la discusión sobre minucias legalistas y prescripciones rituales que seguían los fariseos, podemos pensar que esto, hace que Jesús sienta la necesidad urgente de cambiar de ambiente. En esas disputas se escuchan siempre los mismos discursos y él quiere oír, en territorio pagano, una palabra nueva.
El relato de la curación del sordomudo resalta la participación de los paganos al banquete de la salvación que Jesús ofrece. El sordomudo es el mejor representante del paganismo: sordo respecto a Dios e incapaz de alabarlo. No obstante, también sobre él recae el poder liberador de la palabra de Jesús, que rompe la sordera espiritual y suelta la lengua para la alabanza divina.
Nadie puede quedar excluido de la Salvación que ofrece el Señor. Aquellos judíos y paganos que asumieron con radicalidad, el seguimiento del Señor, alabaron al Señor por su inmensa grandeza, poder y majestad. Aún ante las mayores de las marginaciones que era no ser tomado en cuenta por la sociedad, en Jesús descubrieron una nueva razón para vivir, ser libres y felices.
Cuantos testimonios maravillosos tenemos en nuestra comunidad eclesial, de hermanos que se han liberado de la traba del alcoholismo, la drogadicción, la vida desordenada y sin sentido. Sin duda, sé que conocemos testimonios de clérigos y laicos que sordos en un momento ante el ruido del mundo, buscaron en el silencio de la oración la voz del Señor que los llamaba a su servicio, de seguir la vocación para la que el Señor le invitada.
JESÚS RECREA AL HOMBRE
La exclamación conclusiva de la multitud en Mc 7,37: «Y se maravillaban sobremanera y decían: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”»., hace percibir el eco de Gn 1,31 «Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien» e Is 35,5-6, «Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo». Dios cumple sus promesas. Todo pasará, pero sus promesas no pasarán hermanos.
Estos textos expresan el reconocimiento de Jesús como aquel que, luchando contra el mal y el sufrimiento, devuelve a la creación su esplendor original, que habíamos perdido por el pecado de nuestros primeros padres, e inaugura el tiempo de salvación anunciado por los profetas. Ello constituye para los lectores cristianos un motivo seguro de esperanza. Dios llevará a término la obra que en Jesús ha comenzado.
Desde nuestro bautismo, somos hijos con el Hijo, estamos en amistad con Dios por Cristo. Si nosotros lo permitimos, en la Iglesia iremos creciendo paulatinamente, en ese proceso de discernir mejor la voluntad de Dios en nuestras vidas. Seremos conscientes que Dios siempre nos escucha y que nuestra oración se irá haciendo cada vez más profunda. Rompiendo así cualquier traba de pecado que no nos deje alabar al Señor con nuestras vidas.
Buen domingo y buena semana.
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