Que cargue con su cruz y me siga – XXIV Domingo del Tiempo Ordinario (B)

Juan Carlos Rivera Zelaya

septiembre 11, 2021

Estimados hermanos: celebramos una vez más el domingo, el día del Señor Resucitado, quien venció a la muerte en una cruz, con el fin de que también nosotros venzamos a la muerte, al pecado, al odio y al rencor desde la cruz. En la Eucaristía se nos comunica esa fuerza del Resucitado que animó a Jesús a cargar con su cruz, para que nosotros animados por el Espíritu de Cristo, podamos cargar con nuestra propia cruz en el camino hacia el Padre.

El texto del Evangelio de este domingo, que está tomado de san Marcos (cf. 8, 27-35), se puede dividir en 4 partes: la primera parte consiste en el diálogo que tiene Jesús con sus discípulos y la respuesta de Pedro (vv. 27-39); la segunda es la alusión al secreto mesiánico y el sufrimiento del mesías (vv. 30-31); la tercera es la reprensión a Pedro (vv. 32-33); y la cuarta es la enseñanza del verdadero discipulado (vv. 34-35). Dejémonos ayudar por este texto evangélico para nuestra reflexión de este domingo.

¿Quién dice la gente que soy yo? – Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?

Jesús camina con sus discípulos hacia una ciudad pagana. En el camino, mientras ya llevaban algún tiempo con él y ya era conocido, Jesús les pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?» La respuesta de los discípulos recoge la creencia de que Jesús es un profeta: Elías, Juan Bautista o cualquier otro. Esta gente que estaba fuera del grupo de los discípulos, se centra en la capacidad que tenía Jesús para hacer milagros, exorcizar, o curar enfermedades. Quizás también admiraban su sabiduría y lo escuchaban con agrado. Pero a este profeta solo se le escucha, no se le sigue. No hay un vínculo importante con él.

Ahora bien, Jesús quiere saber qué piensan sus discípulos, aquellos que están cerca de él. En el versículo 29, les pregunta  a sus discípulos: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». La respuesta de Pedro es diferente a la de la gente: «Tú eres el Mesías». Esta respuesta es verdadera, pero puede generar confusión. Debemos tener en cuenta la situación sociopolítica de Palestina en tiempos de Jesús y sus discípulos: ellos estaban dominados por el Imperio Romano y esperaban que un mesías (ungido – enviado) los liberara del yugo opresor del Imperio.

A pesar de ello, la respuesta de Pedro denotaba una actitud diferente, pues los discípulos ya tenían una intimidad con el Señor los suficientemente grande para notar que en él había algo especial. La respuesta que el evangelio de Marcos pone en boca de Pedro indica que los discípulos esperaban algo más de Jesús que la labor de los profetas. Sin embargo, aunque ellos lo habían acompañado y estaban cerca de él, no se habían dado cuenta de que su misión no era política, iba más allá de cuestiones meramente sociales. Esto nos puede pasar a todos nosotros: podemos estar cerca de Jesús y no comprender su verdadera misión.

Apártate de mí Satanás

El evangelio de san Marcos es particularmente especial porque nos va revelando poco a poco quién es Jesús y cuál es su misión. Mientras leemos el evangelio, nos damos cuenta de que Jesús calla a sus discípulos o a los demonios cuando ellos le dicen que es el Mesías. En el caso del evangelio de hoy, cuando los discípulos pensaban en el mesías lo hacían en el líder político y Jesús los manda a no decir nada de él. En este momento aprovecha para explicarles cuál será el verdadero futuro del mesías: el sufrimiento, el rechazo, la muerte; y, al final la resurrección después de tres días.

Como es normal, Pedro lo reprendió porque no quería dolor y sufrimiento para su maestro. La respuesta de Jesús es aún más llamativa. Lo reprendió alejándolo de él, con el nombre de Satanás (v. 33). Los pensamientos de Pedro no eran los de Dios, sino de los hombres. Esto es verdad: cuando se habla de sufrimiento, dolor, cruz, muerte; automáticamente el humano lo rechaza. Al hombre, muchas veces tentando por el mundo y el demonio, no le gusta el sacrificio. Le gusta lo fácil, lo asombroso, lo placentero, el milagro, la bendición; pero nunca el camino de la cruz y el dolor. Satanás es astuto y disfraza la falsa felicidad del dinero, poder y placer en el pecado, para tentar al hombre.

Nosotros podemos ser como otros Pedros, solo buscar falsas felicidades y seguridades, incluso siguiendo al Señor y siendo miembros activos de la Iglesia. Podemos estar cerca del Señor, solo para ganar bendiciones o esperar protecciones; pero cuando viene el tiempo de la cruz, el sufrimiento, el dolor, la muerte; renegamos de la misericordia de Dios y de su amor. Nos hacemos las famosas preguntas: «¿por qué?», «¿qué hice yo para merecer esto»?, ¡no es posible que esto me pase a mí, si yo soy seguidor del Señor!, etc.

El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo

Jesús comienza a enseñar a la multitud y a sus discípulos para explicarles que el que quiera seguirlo, tiene que renunciar a sí mismo y cargar con su cruz. La vida que ofrece el Señor junto a él, no es una vida llena de seguridades, protecciones, cuidados. Muchas veces la vida que ofrece el Señor es una vida que pasa por la cruz. Es una cruz, que sin embargo tiene un sentido redentor y la final tendrá, con toda seguridad, la victoria de la resurrección.

El dinero, el poder, y el placer desenfrenados no nos pueden ofrecer la auténtica vida, la auténtica salvación. El versículo 35 nos lo recuerda: «el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará». Solo el Evangelio como forma de seguimiento de Jesús, quien lo viva y quien lo predique con sus palabras y ejemplo, puede asegurarnos la auténtica vida a través de la resurrección. Inclusive si nuestra completa vida es un eterno calvario, si somos fieles al seguimiento de Cristo, ese calvario tendrá un sentido redentor y salvador y al final alcanzaremos la victoria de la resurrección.

Pidamos al Señor la gracia de querer siempre cargar con nuestra cruz, asociada a su Cruz, porque su yugo es suave y su carga es ligera (cf. Mt 11,30). Que la Eucaristía que vivamos este domingo nos ayude a asociar nuestros dolores, sufrimientos, preocupaciones a los de Cristo, para que cargando con esa cruz, el Señor nos ayude a todos a poder llegar al momento de la Resurrección.

Juan Carlos Rivera Zelaya

Sacerdote de la Diócesis de Jinotega - Nicaragua. Licenciado en Teología Dogmática por la Universidad de Navarra - España. Fundador del blog Paideia Católica sobre formación católica

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