Estimados hermanos: nos reunimos un domingo más en torno al altar del Señor para celebrar la Eucaristía, donde se nos comparte la sabiduría de Dios que nos transforma en «justos». Esta sabiduría se nos entrega por los oídos a través de la Palabra leída y como alimento en la comunión a través del Palabra encarnada en el Pan Consagrado. Las lecturas de este domingo tienen – precisamente – como tema central la sabiduría del justo y el servicio al que está llamado.
El anuncio de la pasión y el sufrimiento
Después del anuncio de la pasión, que escuchamos el domingo pasado, hoy nos encontramos al Señor de nuevo en camino y anunciando por una segunda ocasión su muerte y resurrección. En ese camino, el Señor iba instruyendo a sus discípulos sobre su futuro, aunque los discípulos no entendían y tenían miedo de preguntar. Ellos iban interesados en cuestiones humanas: ¿quién era el más grande? El Señor se percata y los cuestiona al llegar a Cafarnaúm.
Otra vez el evangelista insiste en el sufrimiento del mesías y la incomprensión de los discípulos. Esta actitud nos enseña que es muy difícil que el hombre acepte el sufrimiento y la cruz en su vida. No es una actitud natural en el hombre, pues él no está diseñado para ello. Además, la herida del pecado original lo ha vuelto un ser tendencioso al placer, poder y tener fáciles, incluso si para lograr lo que quiere, tiene que pasar por encima de los demás.
Los discípulos, al seguir al Señor, tenían intereses humanos: aspiraban a puestos políticos. Por esta razón, ellos se preguntaban ¿quién era el más importante? Los discípulos creían que el mesías iba a derrocar al Imperio Romano y cuando él ocupara el puesto de rey, estos iban a tener un lugar importante. Muchos de los cristianos actuales, también seguimos al Señor por intereses meramente humanos (un milagro, bienestar económico, solución de problemas), y cuando se nos habla de cruz y sufrimiento, nos quedamos callados.
La sabiduría de Dios
La segunda lectura de este domingo, tomada de la carta de Santiago, nos enseñan cómo Dios da una «sabiduría» especial a los justos, con la que el corazón ambicioso del hombre se transforma y deja de desear envidias, rivalidades, turbulencias y malas acciones. Cuando la «sabiduría de Dios» posa sobre le corazón del hombre, la envidia se transforma en misericordia, la injusticia en justicia, y la guerra en paz. Solo quien escucha a Dios y deja de seguir sus instintos y apetencias, puede transformar su corazón.
Por ello, los cristianos venimos a la Eucaristía a escuchar esa Sabiduría de Dios en la Palabra pronunciada en la primera parte de la celebración y a recibirla en nuestro cuerpo con la Palabra encarnada en la Eucaristía. Mediante esta celebración, en la que se actualiza la Pasión del Señor, los cristianos nos transformamos poco a poco por la unión-comunión con Cristo, en verdaderos justos. Es de suponer que si aceptamos la gracia que se nos otorga en la Eucaristía, al salir de ella, poco a poco nos iremos transformando y compartiremos con el mundo lo que hoy Santiago nos dice: amabilidad, conciliación, misericordia, imparcialidad, buenos frutos. Sobre todo justicia y paz.
El servicio
En el camino cristiano, las aspiraciones humanas y las grandes pretensiones de poder, tener y placer; deben ser transformadas en actitudes de servicio y amabilidad. Por ello, hoy Jesús nos dice que quien quiera ser el primero, que se vuelva el servidor de todos (cf. Mc 9,35). El verdadero cristiano –aquel que sigue con conciencia al Señor– no busca ser el primero entre todos, sino ser el servidor de todos. Incluso cuando está en algún puesto de poder económico, político o religioso, el cristiano debe mostrar su seguimiento al Señor sirviendo y no sirviéndose de los demás. Como en muchas ocasiones dice el Papa Francisco: «el verdadero poder es el servicio»; hoy debemos preguntarnos ¿cómo servimos a las personas con las que nos rodemos? ¿Estoy buscando siempre que me sirvan o busco servir a los demás?
De igual manera, el Señor nos invita a verlo en los más indefensos, en los sencillos, en los pequeños, en los niños, en los pobres. El Señor está presente en aquellos que dependen de los demás para sobrevivir. Por ello, toma a un niño y lo pone en medio: porque nuestro deber como cristianos es buscar a esos Cristos indefensos que gritan pidiendo de nuestro auxilio y socorro. Si queremos ser primeros, en la lógica del evangelio, debemos cambiar nuestro deseo de ambición por un deseo de servicio, sobre todo de aquellos que el Señor pone a nuestro alrededor.
Preguntémonos hoy: ¿Qué ambiciones tengo en mi corazón? ¿Busco la sabiduría de Dios? ¿Estoy interesado en servir o en que me sirvan? ¿Qué Cristos Dios ha puesto en mi camino para que le sirva?
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