Gracias por estar leyendo esta reflexión dominical que nos ayudará a vivir mejor el día del Señor. La liturgia de la Palabra nos ayuda a reflexionar sobre la ayuda que entre hombres y mujeres nos podemos brindar, para hacer una sociedad más justa, sana y equilibrada. Esta relación tiene que partir desde el respeto a la dignidad de cada persona.
Dentro de cada familia, siempre hay que valorar la fidelidad a la pareja, el deber de educar a los hijos y sobre todo fidelidad a la vocación que hemos recibido de Dios, para ser sus testigos en el mundo.
RECONOCER AL OTRO
Hay una diferencia entre el varón y la mujer. Pero no son como agua y aceite, que es una mezcla que no se puede dar. Es diferencia enriquecedora mas bien, no contradictoria. No hay que ver la diferencia solo como algo negativo. sabemos que, desde la neurociencia o la biología, por ejemplo, existen diferencias. Las hormonas producen cambios de temperamentos, emocionales, cambios funcionales.
Me doy cuenta que el otro es un complemento, primero cuando lo reconozco: un “yo” que reconoce a un “tú”. Pero no es en una sola dirección, es mutuo, también la mujer reconoce al varón. Ambos en el reconocimiento son iguales, se marca la igualdad, ambos son “yo”, pero también la diferencia “yo” no soy “tu”. Cuando yo estoy delante del otro, el otro es el ajeno. No es mío, no lo puedo tocar, porque no me pertenece. No puedes hacer lo que quieras con la otra persona. Si lo maltratamos es que no somos capaz de reconocerlo.
Reconocer como un “tu”, es reconocerlo como un “yo”, por eso no puedo azarearlo, violentarlo. Si lo hago, es que para mí es un “ello”, un objeto, lo cosificamos. De todo esto nace un encuentro, y se amplía cuando aparecen “los otros”, que son los hijos. Ya queda formada la familia. Están al mismo nivel.
Pero siempre existen diferencias, porque el hijo tiene que reconocerlo como Papá, no como el amigo del barrio. Los padres no pueden ser autoritarios, si tener autoridad. Dar razones de por qué niegan algunas cosas a los hijos. Vemos las diferencias en los permisos, cuando el hijo pide permiso para salir, casi no hay problemas, pero si es la mujer quien pide permiso ya hay muchas preguntas. Un converso, tiene que superar cualquier forma de pecado estructural.
DRAMA DE LA SOLEDAD
Adán pone nombre a toda la creación, esto quiere decir que es una creatura superior a las demás, pero experimenta la soledad. Este mundo padece la soledad de una manera tremenda. Hoy podemos encontrar estudios científicos de cómo han crecido las adicciones a los juegos de apuestas, esto deja patente la soledad, porque no se encuentra el sentido de la vida. El Papa francisco habla de que son cada vez más las personas que se sienten solas, por la esclavitud del placer, tener y poder.
Hay menos seriedad en llevar una relación fecunda de amor en cualquier circunstancia. Las sociedades más avanzadas tienen el mayor promedio de aborto, suicidios, contaminación ambiental, es un gran drama que vive el mundo rico, que se siente solo. La segunda parte del evangelio pareciera un añadido, de la indisolubilidad del matrimonio, se pasa a que le traen unos niños. «Porque de los que son como éstos es el Reino de Dios». (Mc 10,14). El hombre que no encuentra un amor perseverante, solamente con la inocencia representada en los niños, seremos capaces de salir de la soledad.
Un niño en su inocencia, la comunión con el “otro” es espontanea. Nuestro gran problema es eso, haberla perdido. Hemos escuchado alguna vez un dicho popular que dice: Trabaja como si no necesitases dinero, baila como si nadie te viera, ama como si nadie te hubiese herido. La inocencia de quien no permite que la avaricia, ni que los bienes materiales nos roben el corazón, o sentir celos, complejos de inferioridad o superioridad, aquel que aún herido por otros, no pierde las esperanzas de amar y ser amado.
Esto solamente se puede vivir desde el amor crucificado de Jesucristo. El motivo de nuestros sufrimientos, se resumen en nuestra incapacidad de no amar como Cristo crucificado. Hacer de esas heridas, una oblación como Cristo lo hizo en la cruz por amor al mundo. Las dos partes del evangelio están conjugadas. El Amor que nos ayudará a ser fieles en el seno de nuestras familias, de los matrimonios, en la comunión de la vida eclesial.
FIDELIDAD DE LOS BAUTIZADOS
La fidelidad es fruto del Espíritu Santo, tenemos que pedirla constantemente. Quienes aceptamos la vocación del Señor para nuestras vidas. Algunas estadísticas expresan que más del 50% de los jóvenes no piensan en optar por el camino del matrimonio. Estoy seguro que debe ser más grande el porcentaje de aquellos que no optan por el sacerdocio o la vida consagrada. Hay quienes piensan que, si no hay placer, no hay amor. O que sin placer para que compartir una vida con otra persona.
Fidelidad implica no ceder a la primera de cambio, no ahogarnos con la primera ola que se nos viene de frente, no hundirnos en el maremoto de las pequeñas discusiones de cada día. Hay que darnos cuenta familias, que a las personas las debemos querer con su lado claro y con su vértice oscuro, cuando sonríen o su temperamento escondido, con su mirada bondadosa y con sus pensamientos ocultos. Marcharse a la primera no es amor, es oportunismo. Amor no es un contrato temporal con una persona.
La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del Evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos. “El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios”. (CEC #2044).
Que la Familia Sagrada de Nazaret interceda por todas las familias del mundo, para que crezcamos en fidelidad a la verdad, el amor y el respeto de todos los miembros que la componen, así sea.
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