Estimados hermanos, ¡feliz domingo! Nos reunimos como comunidad de fe para alabar, glorificar y honrar a Dios Padre en la liturgia dominical. Es esta misma comunidad que se une a su hermano Jesucristo Eucaristía, formando un cuerpo en el amor del Espíritu Santo. La Iglesia, sostenida por la Trinidad, es el misterio de verdadera comunión entre los hombres que se sirven mutuamente. Esta comunidad es el germen y testimonio del Reino de Dios operante ya aquí en la tierra.
En esta asamblea dominical reunida, Dios nos habla y anima a seguir su camino. Un camino que implica en muchas ocasiones dolor y sufrimiento y no necesariamente los primeros puestos. Un camino que está llamado al servicio desinteresado y la entrega mutua. El camino del Evangelio, al cual estamos llamados como hermanos de Jesucristo, implica beber de su cáliz y bautizarnos con el mismo bautismo con el que fue bautizado Nuestro Señor. Jesús, en el Evangelio de hoy, intenta cambiar nuestra mentalidad «acomodada» por una mentalidad «evangélica» de servicio.
El camino del evangelio
El camino del evangelio está marcado por la Cruz del Señor, por el dolor y el sufrimiento asumido y vivido. Por el pecado original, el hombre está inclinado al pecado y, por ende, al sufrimiento. El sufrimiento es consecuencia de nuestro pecado, del pecado de los otros, del pecado de la humanidad. Todo hombre, tarde o temprano, independientemente sea su condición, realidad o estatus social, sufrirá por su pecado o el de los demás.
Dios, sin embargo, no quiere el sufrimiento para el hombre, no es un dios sadista que le encante el dolor de los demás. En cambio, Dios quiere la salvación para el hombre y por tanto su felicidad absoluta. Esa salvación y felicidad auténtica solo puede conseguirse a partir del rechazo del pecado. Paradójicamente el rechazo al pecado y la búsqueda de la salvación solo pueden alcanzarse por el sacrificio y el sufrimiento.
El sufrimiento de alejarse del pecado
Tanto ir al pecado, como alejarse de él, implican dolor y muchas veces un trabajo intenso. Sin embargo, hay una diferencia radical entre ir hacia el pecado y alejarse de él. Mientras el hombre busca el pecado, cree haber encontrado la felicidad, aunque su vida realmente está, poco a poco, transformándose en un infierno. Tarde o temprano las consecuencias de sus acciones cobrarán factura.
Cuando el hombre busca alejarse del pecado –como ya lo he manifestado – implica un sufrimiento y dolor, o más bien un trabajo arduo. Sin embargo, el yugo suave de la cruz de Jesucristo, el cargar con nuestra propia cruz, se vuelve ahora un verdadero camino de felicidad. Ese cáliz que bebió Jesucristo o ese bautismo de sangre, se vuelve una experiencia sanadora y liberadora. El hombre se fortalece y le encuentra sentido al sufrimiento propio o al sufrimiento que le infringen las acciones de los demás.
El sentido del sufrimiento
El camino de la cruz da un sentido redentor al sufrimiento cristiano. Queramos o no, en esta vida tenemos que sufrir, pero solo vista desde la cruz de Cristo, los cristianos pueden encontrar sentido a su vida. Muchos son los que viven en el mundo sin rumbo u horizonte. Muchos anhelan encontrar un significado a su existencia, pues las guerras, el hambre, las injusticias llenan este mundo. El camino consciente y auténtico de la vida cristiana nos ayuda a vivir los sufrimientos de la vida desde una perspectiva redentora y sanadora.
Ser servido o servir
Junto a ello, la exhortación que hoy escuchamos de Jesús hacia sus discípulos, debe interpelar nuestro comportamiento con los hermanos. En este camino de seguimiento al Señor que implica el discipulado de los cristianos, estamos llamados por el Señor a no buscar ser servidos sino a servir. La lógica del evangelio nos invita a rechazar nuestra inclinación natural a buscar «falsas alegrías» (en el pecado), sino a encontrar la alegría del servicio. Solo aquel que es capaz de donarse, como lo hizo Nuestro Señor dando su vida por sus amigos, es el que puede encontrar la verdadera felicidad en esta Tierra.
Aquellos que esclavizan, atemorizan, pasan por encima de los demás, que siempre intentan estar por delante de sus hermanos a toda costa, incluso que llegan a torturar o matar; nunca serán felices, nunca tendrán la paz de un cristiano que sirve con amor a sus hermanos. El camino del pecado, de la muerte, del asesinato, de la injusticia, solo lleva a la amargura y la soledad del infierno (ya sea aquí o en la vida futura). Solo quien vive para amar y hacer el bien en su vida, puede alcanzar la verdadera felicidad.
Reflexionemos
Hoy es una buena oportunidad para preguntarnos cómo estoy viviendo el sufrimiento de mi vida cotidiana y los grandes momentos de dolor de mi vida. Agradezco al Señor que me permite ver mi cruz y tomarla, asumiendo que tengo que cargar con ella, para seguirlo en el camino hacia la redención y la salvación o intento esconder mi sufrimiento, yendo hacia el pecado y por ende hacia el dolor. Preguntémonos hoy cómo estoy cargando con mi cruz y cómo estoy dejando que el Señor me ayude a vivir mi sufrimiento.
Asimismo, es buena ocasión para cuestionarnos si busco ser servido o servir especialmente con los que tengo a mi alrededor: familia, amigos, compañeros de trabajo, subalternos, personas de la calle. Hagamos reflexión del cómo estoy mostrando a mis hermanos en Cristo, el amor que Dios me ha dado en su hijo, y cómo estoy obedeciendo a la Palabra de Nuestro Señor cuyo Espíritu me anima a ponerla en práctica.
¡Feliz domingo!
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