Hermanos. Bienvenidos a la celebración de la intervención de Dios en la historia. Domingo a domingo, los cristianos nos reunimos como comunidad de fe, para celebrar la venida de Dios en la encarnación del Hijo de Dios en la Eucaristía. En efecto, cuando celebramos la misa, festejamos que el mismo Dios interviene hoy en nuestra propia historia personal. No solo es una celebración conmemorativa de lo que pasó hace 2,000 años, sino es una actualización en el hoy nuestro, de dichos acontecimientos.
Ciertamente, la Palabra del Padre se hizo carne por obra del Espíritu Santo y hoy se hace pan por amor a nosotros con el objetivo de salvarnos. La salvación consiste en unirnos a él a través de comer su cuerpo y beber su sangre, los cuales son –según lo dicho en la Última cena y en Jn 6– el pan y el vino. La Eucaristía nos permite unirnos a Jesucristo, lo que nos permite vivir activamente la filiación divina que hemos recibido en el bautismo.
Dios en la historia
Las lecturas de este domingo acentúan la intervención de Dios en la historia. Desde una perspectiva escatológica (la escatología es la ciencia teológica que trata de los últimos acontecimientos: muerte, cielo, infierno, fin del mundo, resurrección), el texto del libro de Daniel y el Evangelio de san Marcos nos permiten reconocer que más allá de los acontecimientos que los hombres provocamos en la historia, existe Alguien que interviene en ella.
La concepción bíblica de la historia humana nos permite concluir que el mundo tuvo un inicio y tendrá un fin. También esta concepción bíblica de la historia nos enseña que, aunque la historia del hombre, él es el protagonista, hay Otro que está fuera de la historia, que cuando es preciso, se mete en la historia para conducir a los hombres a la salvación. Dios inició el mundo y él también tendrá que ver en su fin, en medio están los hombres llevando y conduciendo la historia, esperando ese fin.
El fin del mundo
Tanto la primera lectura como el Evangelio de este domingo, utilizan lenguajes apocalípticos. Hoy está de moda, a raíz del 2000, 2012 y la pandemia del coronavirus, anunciar y profetizar el fin del mundo, usando estos las formas, frases y palabras que escuchamos en los textos de hoy. La intención de estos anuncios contemporáneos sobre el fin del mundo es infundir miedo o ganar adeptos.
Sin embargo, la intención de los escritores sagrados y del mismo Dios que está detrás de ellos, al hablar del fin del mundo no es la de provocar miedo o angustia en la humanidad, sino es la de anunciar al hombre que hay esperanza. Al final de la historia, tanto de la personal como la de la comunitaria, Dios interviene. ¡Esta es la gran alegría del cristiano: El saber que Dios ha venido por nosotros, está con nosotros, ¡y que actúa en medio de nosotros! Por tanto, es absurdo que un verdadero cristiano tenga miedo al fin del mundo.
Dos posturas ante las catástrofes
La vida de todo cristiano, nuestra vida, está en manos de Dios. No debe preocuparnos cuándo y cómo pasarán las cosas, pero debemos saber que estas cosas pasarán: pandemias, terremotos, crisis económicas, enfermedades, muertes, etc. Ante estas realidades terribles hay dos posturas: las de aquellos que se preocupan demasiado pensando que Dios no intervendrá en la historia del hombre y la de aquellos que dejan que Dios haga todo. Hoy se habla de un gran apagón en Europa y muchos –incluso cristianos– están desesperados por comprar y almacenar. Algunos exageran confiando más en su inteligencia y capacidad de almacenamiento y de previsión que en Dios. No ven a Dios en ningún sitio y esperan resolverlo todo por ellos mismos.
Del otro lado, sin embargo, estarían aquellos que no ven las señales de autodestrucción que la humanidad está llevando a cabo y confían que todo está bien y que Dios nos sostiene. Es un peligro pensar así, pues no podemos dejar la historia de nuestra vida personal y comunitaria, pensando en que todo se arreglará sin necesidad de que nosotros intervengamos. Algunos llegan al extremo de afirmar que, si algunas acciones de políticos o grandes empresarios no me afectan a mí, no me debe importar lo que le suceda a los demás.
Los signos de los tiempos y el Reino de Dios
Por eso el evangelio de hoy nos invita a estar atentos a los llamados signos de los tiempos. El cristiano es el que vive construyendo el Reino de Dios en la tierra. Lo hace con sus palabras y acciones, a través de la predicación y de los actos de caridad. Al cristiano le toca discernir, cómo, cuándo y dónde debe hablar y actuar, para que su intervención en la historia se dirija hacia la consumación del Reino. Al mismo tiempo, debe saber interpretar cuándo Dios está interviniendo en la historia a través de hechos y eventos. Al cristiano le compete saber leer esos signos y descubrir qué le pide Dios en ese momento.
El día y la hora no lo sabe el Hijo del Hombre, solo Dios Padre conoce ese momento. No debemos asustarnos por cuándo será el fin del mundo. Debemos preocuparnos por cómo estamos construyendo el Reino de Dios en nuestra propia vida personal y comunitaria. ¿Qué acciones concretas me pide Dios que realice en mi propia vida, y qué acciones me pide realizar para y por mis hermanos? De eso dependerá cómo seré juzgado en el último día.
¡Feliz domingo!
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