Estimados hermanos: celebramos el primer Domingo del tiempo de Adviento y con esta celebración inauguramos un nuevo año litúrgico. La liturgia de la Iglesia nos permite leer las Sagradas Escrituras en la celebración de la Eucaristía, a través del tiempo, en períodos de un año solar. Estos años están divididos en tres ciclos: el A, marcado especialmente por el evangelio de san Mateo; el B, marcado por el evangelio de san Marcos; y el C, marcado por el evangelio de san Lucas.
El Evangelio de san Lucas es el último de los evangelios sinópticos, el tercero de los 4 evangelios. Tiene varias características que lo hacen especial: está escrito en torno al año 80, para una comunidad mixta de judíos y paganos conversos al cristianismo, en la que las mujeres y los pobres tenían mucha importancia. Además, este evangelio forma una unidad literaria con el libro de los Hechos de los Apóstoles, cuyo autor es el mismo. Con este evangelio, nos acercaremos a rasgos de Jesús como la misericordia y la compasión. Además, en este evangelio es donde se le da mucha importancia a la figura de la Virgen María.
El Adviento: tiempo de espera
La celebración de este día, nos abre las puertas para escuchar, domingo a domingo en este año, el Evangelio de san Lucas. Lo hacemos con el Adviento, que es un tiempo litúrgico que nos invita a prepararnos. La preparación se realiza desde dos sentidos: la primera y más inmediata, para la celebración de la Navidad del Señor (la actualización litúrgica de la encarnación y nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo). Esta preparación se realiza en la segunda parte del Adviento, días previos al 25 de diciembre.
En la primera parte del Adviento, sin embargo, nos preparamos para la espera de la segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo. Dice el Catecismo de la Iglesia católica: «Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (cf. Ap 22, 17)». En efecto, cuando Nuestro Señor vino al mundo y estuvo entre nosotros, predicó el Reino de Dios, murió, resucitó y ascendió a los cielos. Pero, junto a su predicación y entrega por amor, nos dejó una promesa: que volvería pronto. «Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube» ( Lc 21, 27).
La esperanza
La actitud del cristiano ante esta segunda venida es la de la espera. La esperanza es una de las tres virtudes teologales. Está conectada íntimamente con la fe, pues por medio del acto de creer, la persona confía en las Palabras de Nuestro Señor, se adhiere a su plan de salvación, le entrega completamente su vida y surge la esperanza ante los desafíos del presente y las cargas del futuro. El cristiano es el que sabe, que al final de la historia y después de todas las vicisitudes de esta vida, Cristo vendrá «con gran poder y gloria» (Lc 21, 27).
Sin embargo, la esperanza cristiana no es una utopía fantasiosa, ni un desinterés por las cosas del mundo. Tampoco es una forma de vida que me aleja de mi compromiso por la justicia y la transformación de la sociedad en un lugar mejor. El cristiano no es el que ve hacia el cielo, para olvidarse de la tierra, puesto que vendrá Nuestro Señor y solucionará todo. ¡No! La esperanza cristiana es una virtud que se activa en la caridad. Fe que me hace creer, esperanza que me hace confiar y caridad que me hace amar.
La caridad
Por eso hemos escuchado en la segunda lectura unas hermosas palabras:
«Que el Señor les colme y los haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que los amamos a ustedes; y que afiance así sus corazones, de modo que se presenten ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos»[1] (1Tes 3,12).
La forma en la que nos podemos preparar para esta segunda venida, la forma en la que creyendo (fe) en las palabras de Cristo y confiando en su venida (esperanza), podemos presentarnos ante él santos e irreprochables, es a través del amor (caridad). Debemos mostrar amor muto entre los cristianos. ¿Hay rencillas, pleitos, chismes, malos comentarios entre nosotros, los miembros de la Iglesia? ¿Cuándo fue la última vez que le pregunté a mi vecino, a mi compañero de grupo o a mi familiar que cómo estaba o si necesitaba algo? Los cristianos nos caracterizamos por el amor que nos mostramos entre nosotros. Pues que se note en este Adviento.
Y de amor a todos dice el texto de san Pablo. En este Adviento es buena oportunidad presentarnos ante el que está solo, triste, alejado de la Iglesia, necesitado de amor. La mejor forma para que nos encuentre el Señor, cuando él vuelva, es que nos encuentre amando, escuchando, compartiendo, socorriendo. Solo así, podremos mostrarnos ante él santos e irreprochables. Él ya nos mostró el camino en la cruz, nos queda a nosotros ganarnos un lugar a su lado.
¡Feliz domingo!
[1] La cursiva es nuestra.
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