Saludos estimados lectores, seguimos en nuestro itinerario de preparación no solo para la Fiesta de la Navidad de este año, también nos preparamos día con día para la Venida del Hijo del Hombre en la gloria y majestad del último día. La Iglesia como madre y maestra nos ha dispuesto en la liturgia de la Palabra de este día, textos que nos invitan a escuchar la voz del Señor, Palabra eterna del Padre que quiere nuestra felicidad, otorgándonos hoy el pan de la salvación que es la Eucaristía.
EL PRECURSOR
Lucas cuenta aspectos que otros no cuentan. Pone en paralelo los dos nacimientos, el de Juan el Bautista y el de Jesús. Nos narra como sucedió el nacimiento de Juan, quien es primo de Jesús, con seis meses de diferencia. Juan es la bisagra entre el A.T y el N.T, sus padres, Zacarías e Isabel eran de la tribu sacerdotal, se subraya así la nueva alianza, el nuevo sacerdocio, subraya la novedad de Jesucristo.
Jesús ha sido precedido, en su primera venida, por Juan Bautista. Él saltó en el seno de Isabel al estar cerca del Señor, lo anunció en el desierto como Aquél que tenía que venir después de él, lo bautizó y en ese momento los cielos se abrieron y una voz dijo: este es mi hijo amado, escúchenle.
La muerte de Juan fue interpretada por Jesús como la señal para dirigirse resolutivamente hacia Jerusalén, donde sabía que le esperaba la muerte. Juan es el último y el más grande de todos los profetas; tras él, llega y actúa para nuestra salvación Aquél que fue preanunciado por todos los profetas.
El Verbo divino, que en un tiempo se hizo carne en Palestina, llega a todas las generaciones de creyentes cristianos. Juan precedió la venida de Jesús en la historia y también precede su venida entre nosotros. En la comunión de los santos, Juan está presente en nuestras asambleas de estos días, nos anuncia al que está por venir y nos exhorta al arrepentimiento.
LA PLENITUD DE LA REVELACIÓN
Subrayar que agraciados somos, nacimos en un tiempo en que ya se ha manifestado la plenitud de la revelación, hay un pasaje que dice: cuantos desearon ver lo que ustedes ven y no han podido. Muchas generaciones marcharon sin ser testigos de ello. La plenitud de la revelación la hemos conocido en Jesucristo. Todo lo que necesitábamos para la vida eterna ya lo hemos recibido en Jesucristo, no esperemos nada más.
Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. (CONCILIO VATICANO II, DEI VERBUM 2).
Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios o querer alguna visión o revelación, no sólo haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra cosa o novedad. Porque le podría responder Dios de esta manera: «Si te tengo ya hablado todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra cosa que te pueda revelar o responder que sea más que eso, pon los ojos sólo en Él ; porque en Él te lo tengo puesto todo y dicho y revelado, y hallarás en Él aún más de lo que pides y deseas. (SAN JUAN DE LA CRUZ, Subida al Monte Carmelo, Libro 2, Cap. 22, Núms. 3-4)
CONTEXTO HISTÓRICO
Además de resaltar la figura de Juan el Bautista, Lucas subraya un contexto histórico, bastantes versículos nos muestran datos biográficos de la época. Subrayando así que Jesús no es un mito, él ha venido en un lugar y tiempo concretos. Para sus contemporáneos pasó desapercibido, para nosotros hoy es relevante, de hecho, el tiempo se comienza a contar desde su nacimiento, antes y después de Cristo.
Un periodista de la BBC Malcolm Muggeridge contando su conversión al catolicismo dice: “Si hubiera sido periodista en Jerusalén en tiempos de Cristo, me habría dedicado a averiguar lo que pasaba en la corte de Herodes; a descubrir lo que tramaba Pilatos… y me habría perdido por completo el acontecimiento más importante de todos los tiempos”.
No se habría enterado de lo principal. Así ocurre hoy, Dios entra a nuestra historia y no nos damos cuenta. La paradoja es que tenemos que escondernos para encontrar al Dios escondido. Esto significa que nos tenemos que hacer pequeños, para encontrar a Dios que se hace niño. Te tienes que esconder tú, para encontrarle. Tenemos que renunciar a nuestros impulsos desordenados, para dejar que Dios sea el auténtico motor de nuestras vidas.
¿Cómo percibir la presencia de Dios? El evangelio nos la da una clave: Voz que grita en el desierto, estar atento a la voz de los verdaderos profetas, a la voz de Jesucristo. El verdadero profeta es el que dice lo que nuestro corazón necesita escuchar, no lo que nuestros oídos quieren escuchar. ¿Estamos atentos a la voz de Dios o nos dejamos fascinar por cantos de sirena?
Es la Palabra que tiene la capacidad de conectar con el deseo de felicidad del hombre, de plenitud pero que suele ser incómoda. Juan resultó ser incómodo cuando dijo lo que tenía que decir. A los soldados les dijo que no abusaran de la fuerza, a los recaudadores que cuidado con robar y a Herodes: no es lícito tener por mujer a la esposa de tu hermano. Pero decía lo que los corazones necesitaban para ser felices.
Que Dios nos de la gracia para escuchar su voz, saber adónde nos habla y adónde no, para entender la novedad de la salvación señalada por el precursor Juan el Bautista en este tiempo de gracia.
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