Él los bautizará con fuego – Bautismo del Señor (C)

Juan Carlos Rivera Zelaya

enero 8, 2022

Estimados hermanos. Con la celebración eucarística de este día culminamos el tiempo de Navidad. En este tiempo, la liturgia de la Iglesia nos ha permitido escuchar la Palabra de Dios y «contemplar la gloria» del Mesías, del Verbo de Dios que ha asumido la carne humana y ha nacido.

Con la celebración de la Navidad el 25 de diciembre, contemplábamos la manifestación del Niño Dios a los pobres en la figura de los pastores, los privilegiados del Evangelio. Con la celebración del 6 de enero, día de la Epifanía del Señor, contemplábamos la manifestación del Niño Dios a todos los pueblos. Hoy, con la celebración del Bautismo del Señor, contemplamos otra manifestación, una particularmente especial: la Trinitaria.

El Dios Trinitario quiere salvarnos

La celebración del Bautismo del Señor dentro del tiempo de Navidad tiene una clara intención mistagógica (pedagogía o enseñanza de los misterios). El Señor que se ha encarnado, nacido y manifestado, aunque es un solo Dios, no es un Dios individual sino Trinitario. Desde la el episodio de la anunciación se puede apreciar que el Padre envía al Hijo al seno de la Virgen como obra del Espíritu Santo. La gran manifestación pública que el Evangelio nos presenta en el Jordán, tiene la intención de mostrarnos que el Hijo de Dios tiene una conexión íntima con la Trinidad.

Ciertamente es el Verbo de Dios quien se ha encarnado y asumido la naturaleza humana. Pero este Verbo de Dios es imagen del Padre (cf. Hb 1,3) y Él es quien nos envía el Espíritu Santo (cf. Jn 14-17). Después de haber contemplado al Hijo encarnado, es necesario que los oídos y los ojos de nuestra fe, escuchen y vean al Mesías que se ha encarnado por mandato del Padre y por obra del Espíritu Santo.

Dios Padre que da el Espíritu sobre el Mesías

La primera lectura que hemos escuchado hoy, nos presenta una de las profecías mesiánicas de Isaías. El Siervo de Yahvé, al que el Padre pide observar fijamente[1]: «Miren a mi siervo» (Cf. Is 42, 1), también es portador del Espíritu del Padre. La misión mesiánica de ser «luz de las naciones»[2], está vinculada con su dependencia del envío del Padre y ser portador del Espíritu. Sin esa vinculación trinitaria, el Hijo de Dios no podría «manifestar la justicia a las naciones».

El episodio del bautismo del Señor, fue el signo que anunció que esta profecía de Isaías se había cumplido. Aquel siervo en el que se complacía el Padre, es Jesucristo, el Hijo de Dios, el amado. En ese episodio hay una epifanía de la Trinidad entera. La Segunda Persona de la Trinidad sobre la que descendió el Espíritu Santo y será quien manifiesta la justicia del Padre (es decir, la paz verdadera, la salvación del mal) a los hombres.

Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego

San Ireneo decía en el siglo II: «El hijo de Dios se hizo hombre para que los hombres se hicieran hijos de Dios». Esto se realiza por un sacramento: el bautismo. El bautismo del Señor nos muestra la epifanía trinitaria de Dios que quiere salvar a los hombres, incorporándolos por el Espíritu Santo en Cristo. Precisamente, la indicación por parte del Bautista, de que Jesús nos bautizará con Espíritu Santo y fuego, refleja eso.

Cada uno de nosotros, por nuestro bautismo en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, somos insertados en la vida trinitaria. Cada uno tiene una misión del Padre, vive unido en la Eucaristía al Hijo y en la presencia del Espíritu Santo. La acción trinitaria se nos ha comunicado para formar parte de la comunidad de los hijos de Dios en el Hijo de Dios por la acción del Espíritu Santo. Y por ello, cada uno de nosotros, estimados hermanos, somos también epifanía de la Trinidad.

Somos manifestación de Dios

Al ser epifanía de la Trinidad, por el bautismo que cada uno hemos recibido, debemos tratar siempre de vivir como hijos amados de Dios, experimentando el amor de nuestro Padre Dios, imitando a Nuestro Señor Jesucristo, escuchando y obedeciendo su Palabra como lo hizo la Virgen María, y dejándonos conducir por la acción del Espíritu Santo. La clave de la santidad consiste en vivir una vida cristiana, de cara a ser reflejo de Dios, es decir, a manifestar a Dios. Ser como un vidrio en una ventana que transparente a Dios.

Ojalá que todos nosotros podamos ser manifestación de Dios desde nuestras realidades: el trabajo, la escuela, el campo, la ciudad, en casa, con amigos y vecinos. Los cristianos también hemos recibido ese Espíritu que Jesús recibió en el bautismo, y Dios nos llama hijos en quienes se complace. Tratemos de vivir de acuerdo a estas realidad, confiando que Dios guía nuestro camino y nos acompaña siempre.

¡Feliz domingo!


[1] Referencia a la manifestación o epifanía, rasgo particularmente importante en la Navidad.

[2] Otra referencia a la manifestación o navidad.

Juan Carlos Rivera Zelaya

Sacerdote de la Diócesis de Jinotega - Nicaragua. Licenciado en Teología Dogmática por la Universidad de Navarra - España. Fundador del blog Paideia Católica sobre formación católica

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