En este domingo somos invitados a acoger el llamado, que Dios ha realizado en cada uno de nosotros, para seguir llevando su mensaje a toda la tierra. Aun, no estando seguros de poder cumplir con la misión encomendada, debemos poner nuestra confianza en la gracia que, en este banquete pascual, venimos a recibir por medio de su Palabra y la eucaristía.
TE NOMBRÉ PROFETA DE LAS NACIONES
La palabra que en hebreo designa habitualmente al profeta es “nabí” y significa etimológicamente “llamado”. Y todo aquel que es llamado por Dios, experimenta una vivencia compleja, que abarca la vida entera en profundidad, cada uno de nosotros, puede echar una mirada a su pasado y darse cuenta las obras que ha realizado el Señor en otros hermanos, por medio de tus consejos, oraciones o acompañamiento.
Seguramente nos daremos cuenta que hay momentos difíciles, comprendemos que el encargo que me ha dado Dios desinstala, que el mensaje resulta duro de pronunciar, pero hemos sido llamados a ser la sal del mundo, no el azúcar. Nos daremos cuenta que las objeciones son un eco de crisis serias del mundo actual (relativismo, fundamentalismo, secularismo, gnosticismo, etc.)
Quizás una de las más duras pruebas que experimenta, él que ha sido llamado por Dios y ha respondido, es que la promesa de presencia divina se conjuga con una experiencia de silencio divino. Por eso en medio de lo negativo, existe la seguridad de la llamada, y ésta conlleva precisamente una búsqueda de la verdad día con día, opción por el bien común, riesgo de caer mal, ser incomprendido y hasta acusado. Y por último plenitud de sentido y de vida, esto quiere decir, a pesar de las dificultades que vivamos, estaremos en paz con nosotros y con Dios, por hacer el bien.
JESÚS HA SIDO LLAMADO PARA SALVARNOS A TODOS
Este domingo damos continuidad al capítulo cuarto, con el que terminó el domingo anterior, recordemos que el domingo pasado, nos enseñaba que el evangelio (la buena noticia) alcanza a la totalidad del hombre y no sólo a su dimensión espiritual: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». (Lc 4, 18-19).
Además, esta escena es como el programa de lo que va a ser el ministerio de Jesús, y prefigura todo lo que va a ocurrir: se anuncia la salvación para todos los hombres, se insiste en que el ministerio de Jesús va dirigido preferentemente a los pobres y oprimidos; los incrédulos piden signos, el pueblo judío rechaza su predicación e intenta matarle (anuncio de su muerte), pero la libertad soberana de Jesús vence a sus enemigos (recuerdo de su resurrección) y la evangelización sigue su camino.
Los habitantes de Nazaret no han visto, por tanto, en Él más que un aspecto de su vida, el ser hijo de José (Cfr. Lc 4,22), pero no perciben en Él al profeta anunciado por Isaías. Quizá lo que esperaban de Él, era sólo una actividad de curador en favor de los enfermos de Nazaret (cfr. Lc 4,23). Muchos hombres esperan que la iglesia solo atienda a la parte espiritual del hombre y no busque su liberación integral.
LLAMADOS COMO IGLESIA A SALVAR A TODOS
Lucas anuncia también en este texto, el camino futuro de la Iglesia y las condiciones de su fidelidad al resucitado. La comunidad creyente toma conciencia a través de este texto de que su misión evangelizadora se dirige preferentemente a los más alejados, como ya hicieron Elías y Eliseo en el Antiguo Testamento, citados por Jesús. Estos dos profetas de Israel se volvieron hacia los paganos porque su propio pueblo no estaba dispuesto a escuchar su palabra. Es lo que ocurrirá también en la Iglesia primitiva (Cfr. Hch 13,46).
Hoy encontramos el rechazo de nuestra propia familia o pueblo, porque no creen que Dios pueda actuar en mí y se confirma el proverbio: «ningún profeta es bien recibido en su tierra» (Lc 4,24). Esto provoca que se cierren al proyecto salvífico que Dios quiere obrar en ellos, por medio de nosotros. Jesús con sus palabras provoca la reacción hostil de la gente, al respecto nos enseña Benedicto XVI:
Entonces es espontáneo que nos preguntemos: ¿Cómo es que Jesús quiso provocar esta ruptura? Al principio la gente se admiraba de Él, y tal vez habría podido lograr cierto consenso… Pero esa es precisamente la cuestión: Jesús no ha venido para buscar la aprobación de los hombres, sino —como dirá al final a Pilato— para «dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37). El verdadero profeta no obedece a nadie más que a Dios y se pone al servicio de la verdad, dispuesto a pagarlo en persona. Es verdad que Jesús es el profeta del amor, pero el amor tiene su verdad. Es más, amor y verdad son dos nombres de la misma realidad, dos nombres de Dios. (PP. BENEDICTO XVI, “Ángelus”, 03-02-2013)
Que el Señor nos ayuda con su gracia a permanecer fieles a la verdad y desde el amor al prójimo, podamos salvar muchas almas. Feliz Domingo.
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