Hermanos, la liturgia de la Palabra en este día, nos anima a poner toda nuestra confianza en el Señor y no en seres mortales que no son capaces de darnos la felicidad que todos buscamos, de ahí las palabras de profeta: «Así habla el Señor: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del Señor!» (Jr 17,5). De ahí que Lucas nos anime a seguir el proyecto de Dios que es amor.
ACTUALIDAD DE ESTAS PALABRAS
En este texto Lucas nos presenta el marco y el auditorio del conocido sermón de la llanura. Se encuentran ante él sus discípulos y un gran gentío de manera que el alcance y significado de todo lo que viene después no es restrictivamente para la comunidad de aquellos que profesaban el cristianismo, sino claramente evangelizador, un anuncio que pronunciaba el Señor.
El sermón de la llanura, llamado así para distinguirlo del sermón de la montaña de Mt 5-7. La misma diversidad de sus oyentes es una imagen de la Iglesia futura, con lo que las palabras de este discurso de Jesús adquieren plena actualidad cada vez que las escuchamos comunitariamente como un mensaje dirigido a todos y cada uno de nosotros.
Volvamos a escuchar a Jesús, con todo el amor y el respeto que merece el Maestro. Permitámosle que nos golpee con sus palabras, que nos desafíe, que nos interpele a un cambio real de vida. (PP. FRANCISCO, Gaudete et Exsultate, 66)
Dejémonos sacudir por estas palabras. Identificamos la felicidad con el bienestar, la seguridad, el éxito, la fama, la buena imagen, el poder. La salvación de Jesús aporta una nueva comprensión de la existencia muy distinta de la predominante en nuestro mundo. Nos hace ver el mundo de otra manera.
Dichosos los que son odiados, perseguidos, golpeados por su causa. Los que no tiene futuro, los dignos de lástima son los ricos, egoístas, aquellos que quieren más poder, los que se creen semidioses. Estas palabras de Jesús y los ayes de san Lucas, aunque puedan parecernos poéticas, sin embargo, van muy a contracorriente con respecto a lo que es costumbre, a lo que se hace en la sociedad (Cfr. PP. FRANCISCO, Gaudete et Exsultate, 65)
EL DIOS CERCANO A LOS OPRIMIDOS
No hay que pensar que la mirada de Dios se dirige preferentemente a los pobres porque son mejores o más justos que los ricos, sino porque Dios quiere ser misericordioso con los oprimidos o excluidos. El «estilo» de la actuación de Dios está marcado por su intervención en favor del pueblo de Israel en Egipto. El Dios de nuestra fe es siempre un Dios del éxodo.
Jesús los llama bienaventurados porque está de parte del que padece injusticia, de aquellos que no interesan a nadie, éstos son los privilegiados de Dios. Quienes no tienen quien los defienda, lo tienen a Él con su Padre. Todos estamos llamados a acoger a tantos hermanos que viven sin alegría, sin la luz del evangelio, sin conocer la voz de Jesús.
No podemos llamarnos cristianos sin ser verdaderos amigos de los pobres, sin trabajar defendiendo a los últimos, sin identificarnos con los excluidos, sin ayudarlos a recuperar su dignidad de hijos de Dios. El cristiano en una sociedad como la nuestra, o vive como discípulo de Jesús o no será nada.
Pero no nos asustemos, estos riesgos no se superan solo con el esfuerzo humano, será un fruto de la gracia del Espíritu Santo. Si nos dejamos guiar por las bienaventuranzas, si dejamos que el Espíritu Santo nos invada con toda su potencia y nos libre de la comodidad y el orgullo, pongamos nuestra seguridad en el Señor.
SEGUIR INVITANDO A TODOS A LA CONVERSIÓN
En las bienaventuranzas que escuchamos hoy, va implicado el espíritu profético, que no debemos ignorar: «¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y proscriban su nombre, considerándolo infame, a causa del Hijo del hombre!» (Lc 6,22). Estamos llamados a ser continuadores del mensaje de Jesús. No dejemos de invitar a la conversión a todos aquellos que ambicionan más y más, a ellos hay que anunciar la salvación porque si no, vivirán y morirán adorando ídolos de muerte.
En Lucas las bienaventuranzas van seguidas de cuatro ayes contra los ricos, que no aparecen en Mateo. El cambio de situación social que se manifiesta en las bienaventuranzas a favor de los pobres y los ayes contra los ricos, ya lo habíamos encontrado en el Magníficat:
«Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia» (Lc 1,51-53)
Lo veremos después en otro texto exclusivamente lucano: la parábola del pobre Lázaro
«Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.» (Lc 16,25).
Toda confianza puesta en la riqueza es engañosa, Son palabras que resuenan como advertencia y amenaza. Pero a la vez invitan al creyente y a la comunidad cristiana, que quizá en la época en que escribe Lucas estaba consintiendo con las riquezas de este mundo, a convertirse y a asumir la pedagogía del Dios del éxodo, que sale al encuentro del necesitado, estamos invitados a dirigir nuestra misericordia hacia los más débiles.
«Y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida”. Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?» (Lc 12,19-20); «Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso». (Lc 6,36).
Que las palabras de Jesús nos liberen del concepto errado de felicidad. Hay que escuchar la voz de Dios quiere una vida más digna para todos.
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