Celebramos hoy el octavo domingo del tiempo Ordinario, esta semana será interrumpida el día miércoles 2 de marzo, en el que iniciaremos el tiempo litúrgico de cuaresma. Y las lecturas a mi modo de juzgar son oportunidad para introducirnos un poco a la espiritualidad de este tiempo, que nos ayuda a la meditación, al conocimiento personal y a la reflexión de cuáles son las actitudes que no están dejando a Jesús, obrar en nuestra vida.
DE LO QUE HABLA LA BOCA ESTÁ LLENO EL CORAZÓN
Ben Sirá, en la primera lectura de hoy comienza advirtiendo con que, facilidad el hombre puede deslizarse de la rectitud al pecado: con el lenguaje, único elemento capaz de confirmar la apariencia externa. Las apariencias engañan, pero no el lenguaje. Ben Sirá describe el poder de éste, mediante la adopción de imágenes tomadas del ámbito de las tareas humanas: la criba o zaranda, que limpia la cosecha, describen a la persona de peso; el horno a la persona bien moldeada y resistente; y el árbol, a la persona “bien cultivada”.
No hay que aplaudir a nadie antes de que pase por la criba o el horno de su propio lenguaje, antes de que lo conozcamos por sus frutos. Hay personas con las que da gusto platicar, porque no se esconden en mentiras, en apariencias, ellos se presentan con todo lo que tienen en su interior, con todo lo que viven. Da gusto platicar con personas así, que te hablan desde su experiencia, no desde ideas. Todos tenemos amigos o familiares con los cuales podemos pasar platicando por largos ratos y no nos cansan, porque no nos hacen perder el tiempo con pláticas sin sentido.
ÁRBOL BUENO, FRUTOS BUENOS
Los fariseos, que se niegan a reconocer a Jesús como Mesías, son un buen ejemplo de esta actitud. Son como un árbol malo, que no puede dar buen fruto; han atesorado maldad en su corazón y eso les impide abrirse a la oferta de Dios. Sus calumnias sobre Jesús reflejan el rechazo y la autosuficiencia que anida en su corazón.
Aunque su apariencia es mansa e inocente, presentándose como corderos, su intención es aprovecharse de la comunidad, por dentro son lobos rapaces; su religiosidad es pura apariencia; invocan al Señor, pero no ponen en práctica su voluntad; profetizan en el nombre de Jesús, pero se colocan al margen de toda ley.
No se puede vivir una espiritualidad desencarnada y despreciar la ley; Jesús nos recuerda que a la hora de la verdad lo decisivo será si hemos puesto en práctica su voluntad. La clave para distinguir a los verdaderos de los falsos profetas no es su doctrina, sino sus obras. La autenticidad del verdadero profeta, como la del árbol bueno, se conoce por sus frutos.
CORRECIÓN FRATERNA
Jesús no pretende condenar la corrección fraterna (Cfr. Lc 6,41-42), de la que el evangelio de Mateo recuerda el proceso comunitario (Cfr. Mt 18,15-18). Muchas veces la corrección nace de la caridad y la expresa. Pero estas palabras de Jesús nos ponen en guardia para que sepamos primeramente reconocer nuestras debilidades (la viga) antes de intentar corregir los defectos de los otros (la paja). Si así obramos, nuestra intervención correctora será comprendida y respetada.
Si somos ciegos no podemos guiar a otros, tenemos que ver las cosas con objetividad. El hombre tiene una capacidad natural para conocer la verdad, Dios nos ha creado con esa capacidad. Porque el dejarnos llevar por lo subjetivo, nos llevará al error, y con nuestras malas decisiones, haremos caer en el error a otros. Aquellos que nos invitan a seguir nuestros instintos, que a veces no pueden estar bien orientados.
El pecado ha dejado heridas, nos ha cegado o por lo menos ha disminuido nuestra vista. Cuando nos llenamos de celos, envidias, rencores, complejos, nos impide conocer con objetividad la realidad. Es como tener unas gafas de colores y todo lo vemos de ese color, está inevitablemente condicionado. Si alguien ha sido herido por un rencor, a veces puede juzgar un comentario inocente, como una agresión tremenda, distorsionando la realidad. Dejémonos ayudar por el hermano que nos da su luz para ver las cosas con objetividad.
INVITADOS A CONOCERNOS A NOSOTROS MISMOS
Jesús no solo diagnostica nuestra ceguera, también nos muestra el camino, que es la mirada de Dios, conocernos a la luz de su mirada. San Hipólito decía: «conócete a ti mismo, mediante el conocimiento que Dios tiene de ti». (Del tratado de san Hipólito, presbítero Refutación de todas las herejías. Cap. 10, 33-34: PG 16, 3452-3453) Santa Teresa de Ávila expresaba: «a mi parecer jamás acabamos de conocernos, si no procuramos conocer a Dios». (Las Moradas 2, 21) Conociéndole a Él nos conocemos mejor.
Dios ve en nosotros muchas cosas más buenas, de las que nosotros mismos no apreciamos. El estar aquí, nos valora mucho más de lo que nosotros lo hacemos personalmente. Al mismo tiempo que ve esos aspectos positivos, ve con objetividad nuestros pecados, ve la viga, la paja, la mota de polvo. Pero ante esto no hay que montar un discurso justificando mi pecado.
Tenemos que curar nuestra ceguera. Y al mismo tiempo de conocer a los demás, desde la mirada de Dios, viéndolos, pero no juzgándolo. Es imposible no verlos, esto supone que podemos aprender de los defectos de los demás, se aprende de sus virtudes y defectos. Mirarlos sin desesperar, porque Dios tiene esperanza en nuestra conversión, y no vamos a tenerlas nosotros, para con los hermanos o con nosotros. Ante la desesperanza que ha sembrado la guerra entre Rusia y Ucrania, resuena el mensaje del Cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado Vaticano, el 24 de febrero:
Los trágicos escenarios que todos temían se están haciendo realidad. Pero aún hay tiempo para la buena voluntad, aún hay espacio para la negociación, aún hay lugar para el ejercicio de una sabiduría que impida la prevalencia de los intereses creados, proteja las legítimas aspiraciones de cada uno y evite al mundo la locura y los horrores de la guerra. Los creyentes no perdemos la esperanza en un rayo de conciencia de aquellos que tienen los destinos del mundo en sus manos. Y sigamos rezando y ayunando -lo haremos el próximo Miércoles de Ceniza- por la paz en Ucrania y en el mundo entero.
La fe nos guiará en nuestra ceguera, como un lazarillo. Si dejamos que la luz de la fe nos guíe, «Tu palabra es antorcha para mis pasos, luz para mi sendero» (Sal 119,105). Vamos a sanarnos, conocer el mundo como un don de Dios, en la progresión hacia la visión de Dios, a la que nos conducimos. Si esperamos verlo todo con los ojos de Dios, deberíamos empezar a ver las cosas desde los ojos de Dios, aquí y ahora. Que Jesús continúe sanando nuestras cegueras, conociéndole, para conocer quién soy.
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