Queridos hermanos. Hemos iniciado la Cuaresma este miércoles pasado. Este tiempo nos invita a entrar en el desierto de nuestro propio camino, empujados por el Espíritu, hacia la Jerusalén del cielo. Como cristianos recorremos el mismo camino que condujo a Nuestro Señor, que recorrió Abraham, Isaac y Jacob, Moisés y David, todos los santos y mártires que nos han precedido, la Virgen María y San José. Recorremos un camino de liberación de la esclavitud del pecado y la muerte.
Este camino, por el mismo hecho de ser una peregrinación, es un proceso que implica un tiempo, etapas, métodos y pasos que debemos cumplir. Toda nuestra vida cristiana se vuelve un desierto por el que somos empujados a cumplir nuestra propia cuaresma, nuestros cuarenta días antes de morir y resucitar con Cristo. Este camino inicia con el bautismo, y se va haciendo más difícil en la medida en que vamos creciendo y el Espíritu nos va empujando en el trabajo de nuestra propia liberación.
Los obstáculos: las tentaciones
En este camino nos encontraremos con obstáculos: las propias de nuestra mente y carne que nos hacen olvidar quién ha iniciado el proceso de liberación y aquellas que nuestro enemigo nos pone al frente. Estas tentaciones se vuelven más y más complejas, en la medida en que vamos avanzando por el camino. A Jesús se le presentaron en forma de poder, placer, ambición, dinero, soberbia y orgullo. El demonio (el enemigo) quiso estropear su camino a través de las cosas de este mundo, para que Nuestro Señor no cumpliera con su misión.
Este mundo está esclavizado con estas mismas tentaciones y el cristiano, que vive en este mundo, constantemente está tentado por la mundanidad de nuestra época. Hoy, la humanidad solo piensa en cómo poder sacar provecho de todo lo que hacemos, de lo que decimos, de cómo nos vestimos y de cómo aparecemos ante los demás. Esta mundanidad se ha introducido en la Iglesia, envenenando no solo a los más sencillos, sino a aquellos que la dirigen y pastorean. El gozo, el disfrute, el poder desmedido, la pantalla, lo asombroso: estamos envenenados en nuestro disfrute que hacemos todo lo posible –incluso pasar por encima de los demás– con tal de que no nos desacomoden.
El precio: la autodestrucción
Pero todo esto tiene un precio. Cuando la humanidad se deja seducir por el demonio, escoge el camino de la autodestrucción. Lo podemos comprobar hoy mismo. Después de una pandemia, de la cual no terminamos de aprender, comenzamos una posible guerra mundial. Las consecuencias de estos hechos –como siempre– las pagan aquellos que no tienen la culpa. Mientras los poderosos de este mundo, aquellos que se llenan sus bolsillos con las vidas y el trabajo de los más pobres, siguen buscando cómo seguirnos explotando.
Este tiempo de Cuaresma es un momento importante para poner un alto en nuestra forma de vida, es una llamada a reflexionar qué estamos haciendo mal. Es verdad que el destino del mundo no está en nuestras manos y que nuestras acciones no podrán cambiar el mundo. Pero sí podrá cambiar nuestro propio mundo, el que yo vivo, y el de mi familia. Este es tiempo de reconocer cuántas veces me he dejado seducir por el demonio y no he aceptado al Señor como salvador.
Recordar: la manera de vencer las tentaciones
La cuaresma es un tiempo propicio –sobre todo– para recordar. Como lo decía la primera lectura: es un momento para hacer memorial de cómo el Señor nos ha liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte, cómo nos ha salvado de nuestro propio egoísmo, de nuestras enfermedades y tristezas, de nuestra soberbia y deseo de imposición sobre los demás. La cuaresma es tiempo propicio para retomar nuestro camino y dejarnos llevar por el Espíritu, haciendo el esfuerzo de volver a recordar cómo el Señor nos ha salvado: de lo que está escrito, es decir, de aquello que el Señor hizo con Israel, con la Iglesia y conmigo. Ante la tentación siempre es bueno recordar lo que nos dice el Señor: «bienaventurados los pobres», «reconcíliate con tu hermano», «no hagas aquello que no quieres que te hagan», etc.
Te invito, estimado lector, a que te acerques al Señor, que te dejes guiar por su inmenso amor que quiere sobrellenar tu corazón. Te invito a que te dejes limpiar del egoísmo y de la avaricia de este mundo, a través del sacramento de la humildad: la confesión. Te invito a que a través del ayuno, la oración y la limosna, puedas vivir un desierto cuaresmal que te lleve a fortalecer tu vida contra las tentaciones de este mundo. ¡Buen domingo!
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