Así como el domingo pasado nos recordaba la solidaridad que Jesús comparte con nosotros en la tentación, La liturgia de la palabra de hoy nos recuerda que la gloria resplandeciente del cuerpo de Jesús, es la misma que Él quiere compartir con todos los bautizados en su Muerte y Resurrección. (Cfr. Directorio Homilético n°67). Esta idea la expresa Pablo en la segunda lectura que meditamos hoy:
«Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos que venga nuestro Salvador, Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso, semejante al suyo, en virtud del poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas». (Flp 4,20-21)
Cristo nos invita a una vida nueva, recordemos el fin de esta preparación cuaresmal, que es vivir los efectos de la victoria de Cristo que es vida, perdón y alegría, porque en su pascua ha vencido a la muerte, el pecado y el sufrimiento, los enemigos de nuestra felicidad.
EL MISTERIO DE LA CRUZ Y LA GLORIA
Cruz y gloria están íntimamente unidos. Tabor y Gólgota. Es curioso cómo la gloriosa e inesperada transfiguración del cuerpo de Jesús, en presencia de los tres discípulos elegidos, tiene lugar inmediatamente después de la primera predicación de la Pasión. Como una preparación para que, el acontecimiento del Gólgota no los desconcierte del todo.
A la luz de la resurrección de Cristo, los Apóstoles pudieron comprender que no hubiese sido posible una gloria sin cruz y viceversa. Como Iglesia Católica tenemos mucho que agradecer a estos testigos insignes de la fe. Cuando huimos de la cruz, huimos de la gloria. Lo que aconteció en la vida de Jesucristo es lo que acontece en nuestra vida. Cruz y gloria son dos caras de una misma moneda.
Los cristianos no dejamos de sufrir cuando tenemos fe, cuando ponemos nuestra esperanza en Cristo y practicamos las obras de caridad para bien del prójimo. ¿Cuántas cruces hemos tenido que cargar? Pandemias, injusticias, enfermedades, incomprensiones, guerras que afectan incluso a países lejanos provocando alzas en los productos básicos y muchas más. Pero en medio de esto el Señor nos dice:
«El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿Qué puede dar el hombre a cambio de su vida?» (Mt 16,24-26).
EN LOS MOMENTOS DE GLORIA
A veces, existe la idea de que, si se quiere cumplir la voluntad de Dios, hay que sufrir siempre. Pero Dios nos ama y lo que quiere es nuestro bien. A veces será un camino de alegrías y otras de cruces. Lo que importa es el cumplimiento amoroso de la voluntad divina que nos lleva a nuestro bien.
El Papa Francisco reflexionando sobre la petición del Padre Nuestro: “Hágase tu voluntad”, afirma que ese deseo ha de estar lleno de confianza, seguros de que Dios quiere lo mejor para nosotros. Nos invita a que cada día renovemos nuestros compromisos bautismales, en la nueva vida a la que hemos renacido.
Los momentos de consolación, tenemos que vivirlos sabiendo que no es nuestra, glorificamos a Dios con nuestra vida, ser glorificadores de Dios. No podemos apropiarnos de la gloria que solo a Dios puede dársele. En los momentos de gloria tenemos que bendecirle, alabarle, sabiendo que Él es el autor de todo don.
BUSCAR SER TRANSFIGURADOS CADA DÍA
Cuántas capillas de adoración perpetua en nuestras diócesis, son espacios de transfiguración. Contemplamos la transfiguración del Señor durante la Eucaristía. ¿Cuántas cruces se han transfigurado en gloria, contemplando la Eucaristía? Dios capaz de elevarnos de nuestra postración.
El que transforma el pan y el vino delante de nosotros, también transforma muchas realidades de pobreza y de desesperación. Seremos capaces de ver cómo Dios actúa en nuestra vida, si somos capaces de ver con los ojos de la fe. Dios sigue actuando cerca de nosotros, más de lo que suponemos. En la oración litúrgica después de comulgar en este día, damos gracias a Dios porque «nos haces partícipes, ya en este mundo, de los bienes eternos de tu reino».
Mientras están allí arriba, los discípulos ven la gloria divina resplandecer en el Cuerpo de Jesús. Mientras están aquí abajo, los fieles reciben su Cuerpo y Sangre y escuchan la voz del Padre que les dice en la intimidad de sus corazones: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo». (Directorio Homilético 68)
Buen domingo y feliz semana.
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