Estimados hermanos. La cuaresma, que hemos iniciado hace algunos días, es un momento propicio para el encuentro con el Dios «liberador» que nos ha sido revelado en Jesucristo. En efecto, la historia del pueblo de Israel y de la Iglesia está impregnada del sentido de liberación, tanto de la opresión de los poderosos, como de la iniquidad y del pecado en el mundo. Dios nos quiere libre de todo lo que nos condena, oprime y coarta nuestra libertad, por eso nos invita constantemente a nuestra conversión.
El encuentro en un monte
En la primera lectura de este domingo, hemos escuchado uno de los relatos más importantes del Éxodo. Me atrevo a asegurar que este relato debe ser conocido por todo aquel que quiere vivir un encuentro con el Señor. Moisés –que había huido de Egipto– se encuentra pastoreando el rebaño de su suegro Jetró. En un monte (lugar del encuentro entre Dios y el hombre) se encuentra con una zarza ardiendo. Este fenómeno lo atrae y escucha la voz de Dios que llama.
Todos los cristianos debemos también tener la oportunidad de acercarnos a un monte: un retiro, una confesión, una oración santa, un rosario, una Eucaristía. Debemos acercarnos al espectáculo del fuego del Espíritu Santo que no se consume. El Señor se nos aparecerá en los momentos más inesperados de nuestras vidas. Nosotros solo debemos propiciar ese encuentro y dejar que su voz penetre hasta lo profundo de nuestro ser. Ante ese encuentro, debemos quitarnos las sandalias de los pies (despojarnos de quienes somos –sobre todo de nuestros pecados–) para encontrarnos con el Señor que nos mostrará su misericordia.
El Dios que nos libera
En efecto, Dios se revela a Moisés y a cada uno de los hombres en Jesucristo, mostrando que es el Dios de nuestros padres: el que ha salvado a Abraham, Isaac y Jacob, al propio Moisés, el que se encarnó en la Virgen María, murió y resucitó, el que envío a Pedro y los apóstoles, el que convirtió a san Agustín y san Ignacio. Él es el Dios de san Pío de Pietrelcina y de san Maximiliano Kolbe. Dios que ha salvado a muchas personas en el pasado, ha escuchado la tristeza de nuestro pueblo, en este tiempo.
Ese mismo Dios que escuchó a su pueblo en Egipto y bajó para liberarlo, conduciéndolo a una tierra que mana leche y miel; es el mismo Dios que hoy ha escuchado a su pueblo que sufre a causa de los egiptos culturales e ideológicos, monetarios y políticos. Yahvé (el que fue, es y será) se acerca a nosotros para liberarnos de las ataduras que nos destruyen, que nos agobian, que nos invaden, sean de la condición que sean. El evangelio nos muestra cómo algunos sufren injustamente: los galileos que mueren en manos del injusto Poncio Pilatos o los que sufrieron el accidente laboral. Todos ellos sufrieron por las injusticias de dictadores y capataces que no valoraron la vida de los demás. Esta historia se repite hoy: en Ucrania, en Cuba y Nicaragua; pero también en España y Estados Unidos.
¿Qué nos pide para liberarnos?
La verdad que queremos compartir hoy es que Dios está presto para sanar los corazones que están disponibles para ser liberados. ¿Qué nos pide? Conversión. La conversión –en palabras simples y sencillas– es volverse a Dios, reconducir nuestro camino al Señor. Por medio de la conversión el hombre deja el camino de esclavitud por el que está condenado al sufrimiento sin sentido y a la muerte eterna, y se dispone a caminar por el desierto acompañado del Señor que nos ha revelado su nombre, y que lo conduce hacia la tierra de la que mana leche y miel. Es por la conversión que el hombre escucha la voz de Dios en su corazón y comienza a dejarse liberar por el único Dios que no esclaviza.
Los cristianos, por tal razón, estamos invitados a vivir en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Esa libertad que nos garantiza vivir plenamente el amor de Dios y compartirlo con los demás. Por lo tanto, esa conversión debe notarse. Los frutos deben aparecer. El Señor nos llama a convertirnos hacia él, y quienes aceptan esa conversión, viven en esa libertad. En un corazón converso no debe haber lugar para malos frutos: odio, rencor, envidias, rencillas, insultos, malos tratos. En un corazón converso solo debe haber espacio para el amor y la misericordia.
Compartir la experiencia de la liberación
Ante tanto mal, que el Señor deberá podar en su momento, el cristiano debe vivir en la experiencia de la liberación de Dios. Esa experiencia auténtica que me invita a comprometerme por la liberación de los demás. Moisés llevo este anuncio de liberación a su pueblo en Egipto. ¿Qué hago yo para liberar a mis hermanos de la angustia del pecado o la muerte? ¿Qué hago yo, con mis acciones individuales y políticas, por el bien y la justicia en mi país? ¿A qué acciones me está invitando este encuentro con el Señor en la Eucaristía (el monte Horeb) de hoy?
¡Feliz domingo!
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