Nos acercamos al final del viaje de la Cuaresma. Durante estos días hemos estado imbuidos en la espiritualidad de la conversión: del volver a Dios, nuestro Padre, que nos llama a unirnos a Él y a nuestros hermanos. Dios nos muestra que el pasado de nuestras vidas es importante en la medida en que podemos ver hacia el futuro, un sitio en el que Él se encuentra para ofrecernos su amor. La conversión nos permite invitar a otros a la experiencia de la misericordia de Dios que nos dice: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (Jn 8, 11).
El pecado una carga que Dios libera
Oscar Wilde, un famoso escritor inglés del s. XIX, dijo alguna vez: «Todo santo tiene un pasado y todo pecador tiene un futuro». El pecado deja una huella en la historia del hombre, un rastro con el que debe cargar y del que debe responder ante Dios y ante los hermanos. Esta carga se vuelve, en muchas ocasiones, peligrosa y perjudicial para la vida del hombre. El pecado es una atadura que no nos deja avanzar. Tal como el Pueblo de Israel, nos volvemos esclavos de nuestro pasado: de un Egipto que nos oprime. Incluso, cuando el mismo hombre no tiene consciencia de su pecado, el pecado hace estragos en su vida. Esta carga solo puede ser sanada a través del perdón, a través de la misericordia de Dios.
Las lecturas de hoy nos invitan a la conversión como clave para alcanzar el perdón de nuestros pecados. En el proceso de la conversión, las cargas de los pecados que hemos realizado en el pasado son liberadas por los únicos que pueden liberarnos: aquel o aquellos a quienes les hemos fallado (incluso el mismo pecador). Cuando reconocemos nuestras culpas, podemos acercarnos a Dios o a nuestros hermanos, y pedir perdón. Esto hace que el peso de nuestro pecado caiga de nuestros hombros y se dirija al suelo. Cuando somos liberados del pecado por el perdón, nuestros hombros quedan libres, y el peso del pecado ya no nos oprime. Podemos vivir la experiencia de libremente caminar como Israel hacia la Tierra Prometida.
Vivir en el presente, caminando hacia el futuro
El camino de Jesucristo es uno en el que se tiene en cuenta el pasado personal, solo y exclusivamente, para recordar cómo el Señor nos liberó del pecado. La libertad que nos ofrece el Señor es una en la que nos sentimos perdonados y Él nos invita a vivir, sin peso ni pena, en el gozo del amor del Señor. Por tanto, el pasado de un cristiano nunca es un pasado oscuro, amargo o terrorífico. El pecado del pasado, la tristeza de las faltas cometidas, el terror de la oscuridad en la que vivíamos; solo son un recuerdo de dónde nos sacó el Señor para vivir en el presente en la alegría de la libertad de los hijos de Dios: en el amor de un Padre que me ha mostrado su amor en su Hijo Jesucristo.
Por tal razón, aunque el cristiano recuerde su pasado, vive su presente esperando realizar un futuro maravilloso. El cristiano es aquel que como la mujer adúltera del evangelio de hoy, se levanta del suelo, y «no peca más». La experiencia del cristiano es la de aquel que sentía el peso de su pecado, que lo acusaba y temía por su vida; pero en un momento se encontró con el Señor que lo liberó de la muerte por lapidación. Ese día fue restaurado y reintegrado en el camino de la vida. Ya no hay pasado lleno de la carga de mi pecado, porque el Señor no nos condena. Él pagó en la cruz el precio de mi pecado y, ahora estoy invitado a ver solo hacia el futuro. Un futuro en el que camino en la libertad del amor de Dios.
Compartir misericordia, no juzgar
Vivir la experiencia de la liberación del pecado nos vuelve misericordiosos. Rezamos en el Padre Nuestro: «perdónanos como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Quien vive esta experiencia en su vida quiere compartirla con los demás. No puede quedarse para sí solo esta gran alegría: ¡vivir sin el peso de la culpa, vivir en la libertad del amor de Dios! Por tal razón, se encarga de compartir con los demás esta gran noticia. El amor que Dios le ha ofrecido desborda de su vida y es compartida con los demás.
Por otro lado, quien lamentablemente no ha vivido esta experiencia de liberación, muchas veces se encarga de señalar, criticar, apuntar y juzgar. El evangelio de hoy nos muestra a los escribas y fariseos apuntando y señalando. Nosotros, miembros de la Iglesia, que llevamos toda nuestra vida en ella, podemos caer en la experiencia de la costumbre religiosa y no tener una experiencia de fe y de amor misericordioso. El termómetro que nos dirá en cuál de estas dos zonas estamos es cómo tratamos a los demás. Si señalamos, condenamos e, inclusive, queremos matar; entonces, no nos hemos desprendido de nuestros propios pecados. No hemos soltado la piedra.
Que en esta Cuaresma podamos encontrarnos con el Señor, para empezar a caminar hacia un futuro de amor. Ojalá que podamos tirar nuestras piedras al suelo y comenzar a vivir en la libertad de los hijos de Dios. ¡Feliz domingo!
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