Bienvenidos hermanos a la santa eucaristía de este Domingo de Ramos, en las celebraciones litúrgicas de la Semana que se inicia no nos limitamos a la mera conmemoración de lo que Jesús realizó; estamos inmersos en el mismo Misterio Pascual, para morir y resucitar con Cristo. El gran deseo de la Iglesia en esta Semana no es, únicamente, el de remover nuestras emociones, sino el de hacer más profunda nuestra fe. (Cfr. Directorio Homilético, 77).
GOZO-DOLOR
Los evangelios que se meditan en este día quieren educarnos en la humildad, que esa gloria de la entrada triunfal al templo debe ser humilde, porque al mismo tiempo, se nos recuerda el dolor de la pasión en la lectura y escucha de la Pasión del Señor. Es un equilibrio entre gloria y cruz, sabiendo que las voces que aclamaban a Jesús, bendito el que viene, le van a traicionar.
Quiero centrar la reflexión sobre el evangelio que se proclama antes de iniciar las procesiones con las palmas al templo, la expresión que los escritoristas resaltan: “marchaba por delante subiendo a Jerusalén” (Lc 19,28). Expresa que subía a Jerusalén, pero a la cabeza, como tirando de los demás, decidido a Jerusalén, sabiendo lo que le esperaba, llegaba su hora.
Los discípulos sabían lo peligroso que era regresar a Jerusalén, pero Jesús nos enseña que debemos afrontar la cruz con decisión, porque en nuestra vida, podemos vivir en un tono de resignación que no es cristiana: que se le va a hacer, no hay mas remedio, mas vale hacerlo así. La gran enseñanza es la de entregarnos confiadamente ante la voluntad del Padre. Existe una frase carmelitana: Lleva la cruz abrazada y apenas la sentirás, porque la cruz arrastrada es la cruz que pesa más.
No es el peso objetivo de nuestras dificultades, sino el no haberla abrazado, podemos decir ante una situación difícil: lo quiero, hágase la voluntad de Dios, y es Jesús el ejemplo, el que tira de sus apóstoles que tienen miedo, porque saben que Jesús sube en un momento peligroso en Jerusalén. Jesús no permite que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas, y si Él permite una tentación es porque ya se ha comprometido a cargar con nosotros el peso de dicha cruz
ASNO QUE PIDE PRESTADO
“Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo” (Lc 19,30). Nadie había montado a ese burrito, podemos ser cada uno de nosotros, no porque solo hagamos burradas, sino como quien se ofrece a Jesús, que se sirva de nosotros para proclamar su evangelio por medio de nosotros.
No debemos de servir a nadie mas que no sea Dios, cuando el hombre se esclaviza pierde su dignidad, solo conserva su dignidad cuando se hace esclavo de Dios al estilo de María Santísima, quien dijo: Hágase en mí, según tu Palabra. A Dios hay que dárselo todo, darle la gloria. Debemos de presentar a Cristo ante el mundo, desapareciéndonos.
Como expresa el Sal 115, 1. “No nos glorifiques a nosotros, Señor: glorifica solamente a tu Nombre, por tu amor y tu fidelidad”. Lo tenemos que hacer todos, cada uno en su vocación, ofrecerle nuestros bienes, cualidades, talentos, para que se sirva de ellas. Que se monte en nuestros lomos, presentándolo, no atribuyéndonos ninguna gloria. Conviene que yo disminuya y Cristo crezca como dirá san Juan el Bautista.
HOSANAS, VIVAS, LLAMADOS A GLORIFICARLE
Resuenan hosanas, vivas, hubo quien intentó callarles, Jesús no permitió tal cosa: “Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos».” “Pero él respondió: «Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras»” (Lc 19, 39-40).
Jesús sabía que aquellas alabanzas eran muy deficientes, incoherentes, pero las aceptaba. Es una gran lección, porque Dios acepta nuestra buena voluntad, aunque somos imperfectos. Acepta nuestros deseos de ser santos, aunque nos quedamos a medio camino. Acepta nuestras oraciones deficientes, virtudes llenas de defectos, Dios las acepta, tiene paciencia.
Nos quiere en la esperanza de que mejoremos, es ese Dios misericordioso que dice: “No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia;” (Mt 12,20) Si, somos muy débiles, pero Dios con el amor que tiene nos acoge, sabiendo que a la vuelta de la esquina vamos a traicionarle.
No debemos confundir nuestra falta de paciencia, falta de misericordia con el deseo de querer ser santos (perfectos como nuestro Padre es perfecto). Porque a veces nos quejamos de la falta de santidad de los demás y a veces es nuestra falta de paciencia y de misericordia la que está actuando.
Misericordia con los demás, sabiendo que el bien que hace es limitado y están llenos de imperfecciones. A nuestro alrededor hay muchas cosas buenas, pero mezcladas de defectos ¿las vamos a rechazar? Porque tengan imperfecciones. No confundamos nuestro deseo de santidad, con el falso perfeccionismo, Jesús nos enseña a descubrir todo lo bueno y a tener paciencia y misericordia, incluso con las imperfecciones de las que están rodeadas.
Reconocerlo como rey significa aceptarlo como aquel que nos indica el camino, aquel del que nos fiamos y al que seguimos. Significa aceptar día a día su palabra como criterio válido para nuestra vida. Significa ver en él la autoridad a la que nos sometemos. Nos sometemos a él, porque su autoridad es la autoridad de la verdad. (Benedicto XVI, Homilía 01-04-2007).
Buen inicio de Semana Santa.
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