Es este V domingo de Pascua damos gracias a Dios por su Palabra que nos sigue animando en la Esperanza, por el pan Eucarístico que fortalece nuestra Caridad y de manera especial por los 15 años de haberse realizado la V conferencia Episcopal del episcopado Latinoamericano y del Caribe, que sin duda alguna ha renovado nuestra Fe.
LA GLORIA ACONTECE YA EN LA CRUZ
El evangelio de hoy nos ubica en la última cena, antes de salir al huerto de Getsemaní, cuando Judas iba a traicionarle. Hay que fijarnos el contexto y el tono en el que Jesús pronuncia tales palabras, cuando judas sale del cenáculo, sabe que lo va a entregar y dice: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él» (Jn 13,31) ¿Cómo compaginar cruz y resurrección? es lo que quiere subrayar el Señor: la glorificación acontece en medio de la cruz.
No debemos estar buscando la gloria después de la crucifixión. No podemos estar esperando a que pasen los problemas: en tiempos de desolación no hagas mudanza, nos enseña San Ignacio de Loyola; no tomemos decisiones en momentos desesperados. En el momento de la tribulación hay que permanecer firmes, pero no solo eso, Jesús quiere algo más, y a la luz de la fe, en medio de esos nubarrones, se ve ya el sol, por la manera en que Jesús vive su pasión.
Con esa paz y esa autoridad que Él abraza la cruz, muere perdonando a quienes lo crucificaron, Pide al Padre que no les tome en cuenta ese pecado. El centurión se asusta y dice: verdaderamente este es el hijo de Dios. Eso es de alguien que ya está viviendo su glorificación. Jesús nos ha dejado el ejemplo para aprender a vivir nuestras propias cruces.
HAGO NUEVA TODAS LAS COSAS
En el libro del apocalipsis: mira como hago nueva todas las cosas, es curioso cómo se ponen en labios de Jesús estas palabras, cuando se encuentra con su Madre. La glorificación acontece en la pasión. Hay muchas circunstancias de pasión en nuestra vida, permanecer fieles, no huir, pero también percibir la glorificación, lo que me hace más humilde, me asemeja a Jesús.
La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente. Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza.
(Documento de Aparecida. #362).
ÁMENSE LOS UNOS A LOS OTROS
Fijarse en el contexto y el tono, «Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes». (Jn 13,33) Les llama hijitos, la Iglesia ha tratado de ser fieles a las expresiones a la hora de traducir. Es curiosa esta expresión que evoca ternura, un máximo cariño en la manera de compartir estas palabras. Jesús les dice: Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros (Cfr. Jn 13,34), como para resaltar que, en el momento de la traición, Dios renueva el mandamiento del amor.
«[…] que se amen los unos a los otros, como yo los he amado». (Jn 13, 34) podemos interpretar lo siguiente: yo los he amado no conforme a su merecimiento, sino conforme a mi misericordia, no me arrepiento de haber amado a Judas, por eso precisamente es que sufro, porque aquel que amo me está traicionando. Y no puedo dejar de amarle en este momento que me está traicionando. Ámense así.
Es como una revelación del corazón de Jesucristo, cuando menos mereces el amor, es cuando más lo necesitamos. Nos ama más cuando menos lo merecemos, ahora es glorificado el hijo del hombre (Cfr. Jn 13,31)., esto nos enseña también que, amando al prójimo con misericordia, a aquel que se lo merezca menos incluso, es una manera de glorificar a Dios.
La plenitud de la glorificación vendrá en pentecostés, Pascua es una escuela de cómo nos preparamos para esa glorificación, percibiendo con ojos de fe la obra de Cristo resucitado en nuestra pasión, y siendo capaces de amar especialmente en los momentos en que somos traicionados o las circunstancias en que de nuestra carne y sangre saldrían otras actitudes, teniendo a Jesús como modelo frente a situaciones o reacciones con los demás, esto nos va preparando para esa glorificación plena que llegará en pentecostés.
CARIDAD CON LOS MIGRANTES
Y ya que estamos reflexionando sobre caridad, quiero resaltar los siguientes numerales de Aparecida: Es expresión de caridad, también eclesial, el acompañamiento pastoral de los migrantes. Hay millones de personas concretas que, por distintos motivos, están en constante movilidad. En América Latina y El Caribe constituyen un hecho nuevo y dramático los emigrantes, desplazados y refugiados sobre todo por causas económicas, políticas y de violencia.
(Documento de Aparecida. #411).
No solo apoyar económicamente a quienes van a emprender el viaje o cuando los secuestran y se recolecta para su rescate, sino que como iglesia estamos llamados a acompañar, organizando estructuras, redes de apoyo, dialogando con Diócesis o con parroquias del extranjero, ya por último con nuestras familias, que faciliten lo necesario para que se establezcan lo más pronto posible. (Cfr. Documento de Aparecida. #412).
Como cristianos hay que seguir denunciando las injusticias que se comete contra los migrantes, y sobre todo se debe tener en cuenta a aquellos que son desplazados a causa de la violencia. Ellos pueden aportar un aporte misionero a las comunidades que los acogen. Las remesas que envían desde países como Estados Unidos, Costa Rica, Canadá, países europeos y otros, por los inmigrantes latinoamericanos, evidencia la capacidad de sacrificio y amor solidario a favor de las propias familias y patrias de origen. Es, por lo general, ayuda de los pobres a los pobres. (Cfr. Documento de Aparecida. #414-416).
“Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Vengan, benditos de mi Padre, reciban la herencia del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era forastero, y me acogieron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y vinieron a verme.” (Mt 25, 34-36).
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